Lo que Bogotá espera del Día sin carro y sin moto
Con perdedores y ganadores en igual proporción, esta jornada tiene buena acogida. Sin embargo, hay dudas sobre su impacto a largo plazo y la forma en la que funciona.
Miguel Ángel Vivas Tróchez
Ligeramente, menos congestionada de lo habitual y envuelta por un clima cálido, ideal para ciclistas y peatones, la capital recibe una jornada más del Día Sin Carro, la cual se realiza desde hace 23 años de forma ininterrumpida, luego de que en 2001, a través de una consulta popular, los ciudadanos dieron el aval a la Alcaldía para institucionalizarla.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Ligeramente, menos congestionada de lo habitual y envuelta por un clima cálido, ideal para ciclistas y peatones, la capital recibe una jornada más del Día Sin Carro, la cual se realiza desde hace 23 años de forma ininterrumpida, luego de que en 2001, a través de una consulta popular, los ciudadanos dieron el aval a la Alcaldía para institucionalizarla.
Le sugerimos: Las bicicletas: una opción real, pero con obstáculos, para el día sin carro
Ser la urbe más poblada y, por ende, con la mayor circulación de vehículos particulares implica que la medida no escape a la crítica. Los reparos, allende las molestias que pueda generar, residen en la magnitud del impacto sobre las problemáticas que pretende solventar. Puede que el mensaje de guardar los carros para subirse a las bicicletas y al transporte público, en aras de mejorar el ambiente, despunte como un mensaje poderoso, pero la creciente lista de excepciones, y que la jornada solo se haga dos veces al año, le arrebata cualquier tipo de alcance a la medida.
Por 16 horas la mayoría de ciudadanos sentirán la ciudad un poco más extensa. De repente, los trayectos pueden hacerse más duraderos dada la sobredemanda en el sistema de transporte público y la posibilidad de costear una carrera de taxi es solo para algunos. E irónicamente existen ganadores, que a bordo de su caballito de acero tendrán más espacio para darle rienda suelta al pedal y respirar una calidad de aire mejor.
Los ganadores y perdedores de la jornada hablaron con El Espectador sobre lo que dejarán de hacer y lo que se les facilitará en esta jornada.
Un esfuerzo por el medio ambiente
Horas antes de tener que guardar su carro, Pablo Emilio Ubaque aprovecha el mediodía del miércoles para hacer todas sus vueltas. Sus cálculos auguran que, al término de las 4:00 de la tarde, sus tareas queden listas. No se muestra preocupado por la jornada sin carro y, por el contrario, aprovecha cualquier oportunidad para defenderla.
“El carro particular no se necesita. La gente se queja del medio de transporte, pero el Transmilenio es genial, lo que pasa es que no pagan, se roban el pasaje. La gente desea comprarse un carro, pero lo que no saben es que lo único que vienen son trancones. Puede que el transporte público no sea cómodo, pero es más rápido”, argumenta, mientras dice que con iniciativas como el Día Sin Carro, las cuales en su opinión deberían ser más, la ciudad pone su granito de arena en la lucha por el medio ambiente.
Los ganadores
A los taxistas, incluidos en la excepción de los que sí pueden circular hoy, la jornada les representa por lo menos media docena de carreras más que las acostumbradas. A la expectativa de lo que pueda producir su taxi, Jorge Enrique Díaz admira la medida y que, al margen de su beneficio, el tráfico de la ciudad tenga al menos un día de sosiego.
“Se trabaja con todos los protocolos y se maneja más fácil. En un viaje desde el centro al norte me podría demorar hasta 40 minutos e, incluso, una hora cuando el tráfico está pesado. En un día sin carro me tardo, por mucho, unos 20 minutos”, cuenta. Con los últimos sorbos a su tinto y el bocado final a una almojábana que compró, Díaz se dirige al taller para dejar su “amarillo” a punto para una jornada que solo le trae beneficios.
Pedalear sin miedo
Dos estudiantes de 20 años pedalean por la autopista Norte, a la altura de Los Héroes, para dirigirse a la universidad. Lo hacen con cautela y a escasos milímetros del andén, para evitar el mínimo contacto con los carros. Durante las próximas 16 horas, sin embargo, tendrán unos metros más a la izquierda para rodar. Ambos celebran que la jornada se siga efectuando pese a ser “una medida impopular”.
“Deberían implementarlo por lo menos una vez al mes, y eso sería poco”, dice Julio César Vargas, mientras enseña, con algo de orgullo y preocupación, las marcas que le dejó su última caída por cuenta de un carro que se le atravesó. Vargas reside en la localidad de Fontibón y estudia en la calle 63 con avenida Caracas. Tarda 35 minutos en realizar el trayecto en un día ordinario. Pero hoy, con el viento de la ausencia de automoviles a su favor, las bielas de su vehículo lo llevarán en menos de 20. “Eso fue lo que me demoré la última jornada del Día Sin Carro”.
Siga leyendo: Día sin carro: así puede acceder a los biciparqueaderos de Transmilenio
Los inherentes impactos económicos
Sería falaz promulgar que la medida es recibida con ansias por toda la ciudadanía y que la ciudad, a lo largo de las 16 horas que dura, se convierte en camino de rositas. Los usuarios frecuentes de transporte público verán que los pocos milímetros que conservaban de espacio personal en las horas pico serán ocupados por brazos y piernas de nuevos usuarios que buscan llegar a sus trabajos.
La vida de Benito Páez, vendedor informal, transcurre en medio de rutinas, llenas de duchas frías a plena luz del alba y desayunos relámpagos. Reside en La Calera, por lo cual debe recorrer al menos una hora y cuarto desde su casa a la calle 100, en donde está su carrito de trabajo. “En este día creo que pueden ser dos horas de trayecto, si me va bien, toca madrugar más”, explica mientras se ríe y despacha al menos cinco pedidos.
Este flujo de caja no será el mismo hoy. La mayoría de sus clientes, mensajeros, trabajadores del sector y conductores ocasionales, mañana seguro, no llegarán a su negocio por cuenta de bla jornada. ”Voy a dejar de vender por lo menos $150.000″. Este malestar lo comparte su vecina de andén, Daniela Naranjo, que vende accesorios para celulares desde hace 10 años. “A mí las ventas se me caen demasiado, puedo perder hasta $200.000, porque casi no pasa gente. Mañana va a estar solo”, asegura, mientras se lamenta porque mañana, su viaje desde Ciudad Jardín-San Cristóbal, será unos 30 minutos más largo de ida y 50 de regreso.
Estacionado en su moto, casi que en la sutil línea que divide, y a su vez concilia a ganadores y perdedores, está Leonardo Barbosa. Mensajero independiente y dueño de su propia moto, dejará de percibir un día de salario. El esfuerzo, sin embargo, “es útil porque la idea es colaborar a que la ley se cumpla y mejore el medio ambiente”, pero refuta, “lo que no estoy de acuerdo es que uno salga y vea motos y carros como si nada, hay muchas excepciones, como los domiciliarios, y ahí es en donde me pregunto: si ellos pueden salir, ¿por qué yo no?”.
A pocas cuadras hay un parqueadero privado en el que trabaja José Martínez, otro de los que se quedarán sin laborar hoy. Su jefe, que perderá $800.000 por la jornada, le descontará este día que el parqueadero está cerrado. “A la larga eso no sirve, porque la gente no respeta la ley o ya el viernes saldrán más carros y eso hace que lo que se hace con la mano se borre con el codo”.
La simplicidad de esta frase resume parcialmente las observaciones que académicos y otros ciudadanos hacen de la medida. El viernes, con el caos habitual, los trancones en cada esquina y el aire mezclado con el material particulado de los vehículos, saldrá un nuevo balance de lo mucho que se logró. Mas los avances, el día en el que se presumen, no serán más que la primera plana de un periódico de ayer.
Más del Día sin carro: Excepciones Día sin carro en Bogotá 2024: vehículos que pueden y no pueden circular
Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá de El Espectador.