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A Diego García y Johana Garzón el amor por el Tunjuelo les nació desde niños. Fueron criados en el sur de la capital y desde muy jóvenes lideraron organizaciones barriales promoviendo iniciativas ambientales que en principio parecían no tener futuro, pero que a fuerza de empeño se abrieron espacio en el imaginario de su vecindario y hace rato lograron reconocimiento internacional. Su trabajo es elogiado en Europa y Estados Unidos, aunque en Colombia mucha gente ni siquiera sepa de qué se trata.
Son los guardianes del Tunjuelo. Dos jóvenes que comenzaron a trabajar por separado en alternativas para resolver la problemática ambiental, económica y social de la zona; que luego se convirtieron en pareja, gracias a la complicidad de ese amor por el río; y que ahora, muchos años después, siguen en su empeño por salvar la cuenca. Él, como director de ambiente y ruralidad del Distrito. Ella, desde la Corporación Sie, que fundaron hace diez años tomando prestada la expresión muisca que traduce ‘Diosa del agua’.
Hablar como ellos es una evocación permanente del legado indígena, pero quien mejor habla la lengua de los ancestros es Héctor Vásquez, director de Casa Asdoas, iniciativa ciudadana bautizada con el nombre de una de las primeras tribus muiscas que habitó Usme, el pueblo en el que Vásquez nació. Es extraña y de admirar su referencia permanente al dialecto muisca en un mundo en el que se tiene la idea de que es el dominio de la lengua extranjera el que eleva las posibilidades de progreso y hasta marca pautas de la moda.
Casa Asdoas, Sie y otras tantas propuestas ciudadanas realizan por esta época, desde hace ocho años una travesía anual por el río, desde su nacimiento, en la laguna de Los Tunjos, en el Páramo de Sumapaz, hasta la desembocadura en el río Bogotá. A veces cuentan con apoyo oficial y desde hace cinco años se arropan bajo una especie de confederación llamada Territorio Sur, reconocida como interlocutor ciudadano para los temas del río por las últimas administraciones de Bogotá. La travesía es un viaje de tres días que incluye acampada y que en esta ocasión congregó a 150 jóvenes (la primera tuvo 60), entre ellos suecos, alemanes e indígenas de todo el país.
No es un paseo. Se trata de una expedición para comprender por qué la extensión de la frontera agrícola hacia el sur de Bogotá está acabando el río a punta de fertilizantes usados en los sembradíos, cuáles son las consecuencias del vertimiento de lixiviados del relleno sanitario de Doña Juana al cauce en cuestión, cómo afectan la explotación minera (que ha obligado a cambiar su cauce varias veces), las curtiembres y la urbanización de la cuenca. Para quienes no conocen más que la parte contaminada del río resulta increíble poder bañarse y tomar agua de él en la parte alta.
La labor del grupo de guardianes no se limita a la promoción de las bondades del cauce, sino que incluye también iniciativas para recuperar las áreas contaminadas.
Por todas estas razones han recibido premios de la Comunidad Europea, el Fondo de Acción Ambiental de Estados Unidos y, recientemente, el prestigioso premio ambiental Planeta Azul, que promueve el Banco de Occidente.
En sus filas se han formado destacados líderes ambientales de la comunidad y varios de ellos, incluso de sus cuadros directivos, han tenido la oportunidad de salir del país. Lo han hecho por períodos cortos, porque ninguno se atreve a abandonar al río.