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Son siete mujeres. Dicen que las unió el abandono del Estado, el mal gobierno, la injusticia y la represión policial. Sus nombres están demás, así como sus rostros y sus quehaceres diarios. Decidieron entregar su vida a la lucha popular y el único aliciente que reciben es el aplauso de quienes las ven llegar a las manifestaciones, que contrastan con una que otra amenaza de quienes reprochan sus acciones.
Pocos conocen las identidades de las “Mamás de la Primera Línea”, pero eso es lo que menos importa, porque nadie les pregunta el nombre cuando están impidiendo detenciones irregulares o protegiendo a jóvenes de golpizas. De su vientre cada una parió entre uno y tres hijos, aproximadamente, pero en las calles han adoptado a cientos de personas, quienes han encontrado en ellas un abrigo y un apoyo durante los enfrentamientos contra la Fuerza Pública.
Estas mujeres son madres solteras, que tienen entre 25 y 30 años, a excepción de una de ellas con 50 años, eso es lo único que dicen de sus vidas personales. Pero aseguran que, aunque intentan reservar la mayor cantidad de datos sobre quiénes son, hay alguien que se ha encargado de perfilarlas muy bien. Son esas personas que las siguen, que les toman fotos y quienes las han amenazado en varias oportunidades. No se atreven a señalarlos con nombre propio, pero están seguras de que todo es a causa de las manifestaciones en las que participan y la actitud contestataria que tienen en común.
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De vez en cuando reciben papeles por debajo de las puertas de sus casas, en donde la advertencia menos cruda es una sentencia de muerte. De ahí en adelante cualquier cosa les han dicho. Por suerte, las amenazas no se han cumplido, pero sí han tenido que tomar medidas que terminan convirtiéndose en acciones defensivas, que las involucran más en la lucha y las apartan más de la vida en sociedad. Tienen claro que sus acciones han permeado sus círculos cercanos y contra estos podrían atentar para llegar a ellas.
Es el caso de “Vanessa”, tiene tres hijos. A dos los mandó a vivir con sus familiares hace cinco meses y hace dos tuvo que llevarse a su hija menor, que era la única que la acompañaba. Un día le dijeron que los iban a matar a todos, entonces ella pensó que si alguien debería morir luchando por un país mejor debería ser ella y no sus tres retoños. Esa niña, que por seguridad no está cerca de su mamá, cumplió 15 años hace un par de días y como las amenazas eran tan contundentes, la única forma de celebrar fue una llamada telefónica y la bendición que no puede faltar.
Cuando le preguntan a “Vanessa” que si lo que hace vale la pena, dice que sí, que todo lo que ha perdido hasta hoy, por ser parte del estallido social que marcó un antes y un después en la historia reciente de Bogotá, por defender incluso a los desconocidos, la hará trascender en la historia y su nombre quedará escrito con letras doradas en la revolución que se escribe todos los días.
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Ellas no son superheroínas, pero sí tienen algo así como una doble vida. Sin la capucha, el casco y los escudos son las mujeres que nos educan y enseñan, que nos atienden en supermercados o restaurantes, que se están formando en instituciones educativas. Son amas de casa, las mujeres de a pie con las que compartimos el transporte público y la fila del banco.
Pero cuando las tomas pacíficas empiezan, cuando las manifestaciones se activan, son “Vanessa”, “Ojitos”, “La Mona”, “La Flaca”, “E”, “Ma” (50 años) y “Risitas”, quienes se paran entre los manifestantes y el Esmad, para evitar que disparen cuerpo a cuerpo y la “revuelta deje más muertos”, dicen.
No tienen formaciones de combate, no funcionan como un grupo armado y tienen claro que su único objetivo es la defensa de la vida, del bando que sea, siempre y cuando no haya de por medio injusticias y represiones. No son terroristas, por lo menos no han empuñado nunca un arma y mucho menos tienen antecedentes judiciales.
Lo que hacen es defender a esos desconocidos que marchan, que manifiestan su inconformidad con el gobierno de turno y, promovidas por el instinto materno, van protegiendo a todo el que se encuentren en la calle, porque “puede ser el hijo de una mamá como nosotras”.
“La gente nos apoya mucho. Los chicos quieren mucho a las mamás. Tú sales y sabes que estás corriendo un riesgo, pero cuando llegas a estos espacios (manifestaciones) y ves el apoyo de los chicos y que ellos sienten un respaldo de nosotras, eso te llena totalmente. Ese es el único pago que recibimos, porque nadie nos financia como dicen”, cuenta “Vanessa”.
Además de esas cartas cargadas de odio e impregnadas con un aroma a muerte, las “Mamás de la Primera Línea” han recibido una que otra golpiza y aseguran que la brutalidad con la que ataca la Policía va en aumento, pero eso no será impedimento para seguir en las calles.
Un estudio de Temblores ONG y el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz reveló que solo entre el 28 de abril y 28 de junio de este año, en el desarrollo de las manifestaciones en el marco del paro nacional, se presentaron 75 asesinatos, de los cuales 44 habrían sido por presunto abuso de autoridad de la Fuerza Pública. Asimismo, se registraron 83 víctimas de ataques oculares, 28 casos de violencia sexual, 1.832 detenciones arbitrarias y 1.468 casos de violencia física.
Los propósitos que hoy unen a estas mujeres son más fuertes que al principio y la meta que se han trazado es ser parte de un gran movimiento social que una las acciones políticas con la lucha que se adelanta en los territorios. Todo esto si logran salir con vida de la siguiente manifestación en la que estarán.