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“No soy gay, ni tampoco homosexual: soy marica”, aclara con énfasis Manuel Velandia Mora apenas comenzamos la entrevista. Es uno de los pioneros del movimiento por los derechos de la comunidad LGBTI en Colombia y no tiene un pelo de conservador, a pesar de haber nacido en el Socorro y haber crecido en Bucaramanga, Santander, departamento que muchos aún consideran tradicionalista.
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Tiene 67 años, aunque prefiere decir que tiene ‘sin-cuenta’. Así, con s; porque los años no le pesan ni tampoco les presta atención. No se guía por el número que aparece en su cédula ni por lo que muchos dirían que debería hacer “conforme a su edad”. Es un activista en todo el sentido de la palabra y le ha apostado a llevar sus mensajes tanto en discursos, ‘performances’, cuadros, obras de teatro, libros, fotografías y hasta poemas.
Me abrió las puertas de su casa y entrar a su apartamento es echarle un ojo a su vida: llena de libros, arte, plantas y por supuesto colores. En los pasillos tiene cuadros con algunas fotografías que ha tomado a cuerpos disidentes. Tiene piezas con desnudos que siguen la misma línea de las obras gráficas del también artista homosexual colombiano Luis Caballero; sin embargo, podrían considerarse a su vez antónimos porque se ha enfocado en la desnudez femenina.
Nos sentamos en una pequeña sala, con cojines arcoíris, y empezamos a hablar de cómo inició su activismo. Habla con las manos y su rostro es expresivo. Mientras de su boca van saliendo las primeras palabras me es inevitable detallar su vestimenta. Toda está en la gama del color azul: tiene un pantalón azul celeste, una camisa verde azulada de cuadros, una chaqueta aguamarina, zapatos negros con sutiles detalles azules y hasta su cabello, que deja ver en la raíz algunos centímetros del color propio de las canas, está teñido de un azulado que se asemeja al color turquesa.
Habla con propiedad, de manera que el ambiente se centra donde él está, lo hace de manera rápida y segura. Aspecto que ha reforzado con sus más de 14 reconocimientos académicos tras estudiar las carreras de Sociología, Teatro y Filosofía, tener una especialización en Gerencia de Proyectos, dos maestrías: una en Educación y otra en Gestión de Políticas Migratorias e Interculturalidad, y dos doctorados: en Enfermería y Cultura de los Cuidados y en Educación.
Desde el @museonacionalco os invitamos a las actividades relacionadas con los sectores LGTBI y las diversidades de géneros y cuerpos, con motivo del Orgullo 2022.
— Manuel Antonio Velandia Mora (@manuelvelandiam) June 21, 2022
Con @LGBTIporLaPaz @MesaLGBT @LocalMesa @IngativaLGBTI @CajicaMesa @MesaLGBT_Bogota @MesaLGBT_Bogota @mesalgbtisurbta pic.twitter.com/uCbXc0Hm6L
Es evidente que es una persona sociable y reconoce que es un lujo llegar a la vejez en Colombia, siendo abiertamente homosexual, pese a que tuvo que pedir asilo por más de una década en el exterior. A sus 22 años, en 1977, no pensó que sería ubicado como un referente de los líderes por los derechos de los gais, lesbianas, bisexuales y trans, por mencionar algunos.
En aquel país, conflictuado en aquella época por el primer Paro Cívico Nacional de la historia, debido al descontento por las políticas económicas y los incumplimientos de las promesas del gobierno de Alfonso López Michelsen; en 1977 Velandia, Guillermo Cortés y León Zuleta fundaron en Bogotá el grupo Encuentro por la Liberación de los Gays.
Organización que surgió luego de que este último afirmara un año atrás en un artículo, publicado en un periódico trotskista, que existían 10.000 miembros de lo que denominó como el Movimiento Homosexual Colombiano. “Leo la nota, me consigo su número y lo llamo identificado, sorprendido y con ganas de unirme. Cuando hablo con él me dice que es mentira, que ninguno de los ceros son ciertos; pero que al menos no está solo, que ahora somos dos”, recuerda entre risas Vidales.
La primera marcha LGBT en Colombia
Así, alentados por una falsedad, se empezaron a reunir personas diversas que a pesar del secretismo querían compartir con quienes vivían experiencias similares y, al igual que ellos, se cuestionaban por qué la homosexualidad era considerada una enfermedad y por qué el Código Penal Colombiano de 1936 los encasillaba como ‘delincuentes’.
“La mayoría de nosotros no nos identificábamos con los adjetivos que nos ponían como enfermos, anormales, raros y pecadores. Por ello, empezamos a reunirnos cerca de 60 personas para hablar de la maricada, la perseguidera de la iglesia y la ley”, asevera el activista, quien se reunía con sus pares, paradójicamente, en un templo cristiano, ubicado en calle 42 con carrera 17, con la fachada de ser un grupo de discusión filosófica.
Allí empezaron a trabajar de manera conjunta para visibilizar y normalizar la diversidad tanto de identidades como de orientaciones. Su plan estratégico en la agenda LGBTIQ+ para “homosexualizar a la sociedad” incluía brindar cursos de oratoria a los asistentes, para permear los sindicatos y así tener apoyos y discursos coherentes.
De esa manera, y con una estructura más sólida, desarrollaron discusiones intelectuales, cuestionando incluso el relacionamiento homosexual hegemónico de la época y adoptando la postura de la teoría sexpol, propia de los años 80, que replanteaba la moral sexual y cuestionaba la superioridad falocrática (dominio del hombre en la vida pública) brindada a la idea del macho masculino que ejerce poder sobre lo femenino y lo afeminado.
En medio de dichas conversaciones, el martes 28 de junio de 1983 se animaron a realizar la primera marcha LGBT en Colombia, alentados por países referentes como México y Chile, que fueron los primeros en realizar dichas manifestaciones en los años 1973 y 1975, respectivamente.
Manifestación que este 2022 cumple 39 años, a pesar de que en una entrevista el mismo Velandia confundiera la fecha y afirmara que se hizo un año antes, dato que ocasiona la confusión de si son 40 años, como afirma la Alcadía Mayor de Bogotá en su programación, o 39 como indica la historia.
No obstante, en las frías calles bogotanas, y apenas tres años después de la despenalización de la homosexualidad en el país (1980), cerca de 30 personas se reunieron en la Plaza de Toros, sobre la carrera 7ª con calle 30, para caminar hasta la Plazuela de las Nieves, en la calle 20, a pesar de los gritos de los transeúntes y la negativa de los uniformados que los obligaron al inicio a marchar en los andenes.
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“Ese día estaban en la calle más de 100 policías que querían intimidarnos, yo, por el contrario, afirmaba (con ironía) que nos protegían. En medio de la jornada, una chica trans llevaba un balde con claveles que le entregaba los asistentes, quienes a su vez se maquillaron el rostro de blanco para proteger su identidad y se pintaron un triángulo rosa (símbolo usado en los campos de concentración para identificar a los gais) y hasta se anotaron sus números de cédula en el rostro para ayudarlos por si eran capturados”, narra con estoicismo Velandia.
Entre los recuerdos que aún revive, evoca que le entregaron un ramo de flores mientras estaba sobre la tarima y se disponía a leer el discurso que había preparado. En medio de un acto simbólico y delante de todos los asistentes, cedió el arreglo floral y se lo dio a un oficial de Policía diciendo:
“Le agradezco por venir a cuidarnos. Entendemos que hay policías homosexuales, pero no pueden estar aquí porque no los autorizan. Estas flores son para ellos”, dedicó, para minutos después agradecer a sus padres por haberlo acompañado, situación que también era mentira; pero, según él, lo hizo para que las personas tuvieran la ilusión de que, al menos alguien en medio de tan conservador panorama, contaba con el apoyo de su familia.
Ese día hizo tan solo uno de los cientos de actos subversivos que realizó de manera performática en Bogotá, con tal de cuestionar cuál era el daño de que solo dos personas se quisieran. El primero lo recuerda con especial cariño, aunque en su momento no era consiente de que hacía un ´performace’. En 1982 y en compañía de su amigo Jaime Galindo, salía a la carrera 7ª con calle 16, en pleno centro, a besarse en plena calle, para normalizar que las expresiones de amor no debían ser censuradas.
Sin embargo, su reconocimiento no siempre fue positivo. En el 2001 Velandia se animó a lanzarse a la Cámara de Representantes de Bogotá por el Movimiento de Solidaridad Comunitaria, una organización que tuvo de base a la comunidad homosexual. Más allá de quedar elegido, su objetivo era hacer pedagogía y demostrar que los homosexuales podían participar plenamente en la vida política e incluso ser representantes de los intereses colectivos.
No obstante, su aparición en los medios de comunicación y su original forma de contestar y hasta dar entrevistas (llegó incluso a atender a medios completamente desnudo, con la excusa de que “era el candidato que no tenía nada que esconder”), molestó a unos cuantos y empezó a recibir amenazas.
A tal punto escalaron los actos de violencia que en una noche de 2002 una granada de fragmentación fue lanzada a la fachada de su casa, en el barrio Chapinero Occidental.
Con este antecedente y temiendo por la seguridad no solo de él, sino de su familia, Velandia se animó a pedir asilo político en España en 2007, siendo el primer colombiano reconocido como víctima por su activismo y orientación sexual en el marco del conflicto armado colombiano. En 2014 fue agregado al Registro Único de Víctimas como el primer homosexual reconocido al que le fueron vulnerados sus derechos a razón de su orientación sexual.
12 años pasaron hasta que en 2019 regresó a su país con la ilusión de ayudar, no solamente al movimiento LGBTI, también al reconocimiento de los integrantes de la comunidad que fueron agredidos y violentados en el marco de la historia de guerra en Colombia. Este martes, 28 de junio, 39 años después aquella marcha que dio origen a los movimientos por la igualdad de derechos para la comunidad LGBTI, Velandia será condecorado por el Congreso por su labor de activismo y por inspirar a miles de colombianos que con su ejemplo.
Por ahora augura que a pesar de los avances, las luchas seguirán. Pues por más que se desee, “no existirá un mundo utópico en el que se respeten todas las diferencias y en el que los conservadores no sé indispongan por la felicidad de quienes se salgan del ‘statu quo’. Porque, tal como escribió en su libro de poemas ‘De exilio, retorno y otros dolores de guerra’: “por más que se desee, no lograrás que, tras la oscura noche, estallen amaneceres de igualdad”.
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