Mercados campesinos 20 años: sin intermediarios, se vende menos, pero se gana más

Myriam Pérez y su esposo residen en la localidad de Usme. Allí, desde hace 15 años cultivan hortalizas, plantas medicinales, verduras y tubérculos, en la huerta El Progreso, la cual lograron consolidar por su amor al campo y su deseo de alimentarse de una manera más sana y sustentable. “Yo empecé a cultivar en mi terraza, con la idea de autoalimentarme y de proveer a mi familia con lo que se me fuera dando. Ahora tenemos siete tipos de papas nativas, chuguas, ibias blancas y rojas, maíz, cinco clases de lechuga, cilantro, perejil y plantas medicinales”.

Myriam Pérez y su esposo residen en la localidad de Usme. Allí, desde hace 15 años cultivan hortalizas, plantas medicinales, verduras y tubérculos, en la huerta El Progreso, la cual lograron consolidar por su amor al campo y su deseo de alimentarse de una manera más sana y sustentable. “Yo empecé a cultivar en mi terraza, con la idea de autoalimentarme y de proveer a mi familia con lo que se me fuera dando. Ahora tenemos siete tipos de papas nativas, chuguas, ibias blancas y rojas, maíz, cinco clases de lechuga, cilantro, perejil y plantas medicinales”.

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El proyecto fue creciendo y luego me uní a una huerta comunitaria de la localidad, hice talleres de agricultura en el Jardín Botánico y a partir de ahí, con otros pequeños productores, integramos pequeños mercados y finalmente, en el 2010, me integré con el programa de mercados campesinos”, señala la mujer, de 65 años, mientras exhibe sus productos en la Plaza de Bolívar, en medio de la conmemoración de los 20 años de los Mercados Campesinos.

Como el de Myriam, al menos 300 proyectos productivos forman parte del programa, la iniciativa del Distrito que busca eliminar las barreras de intermediación que tienen que enfrentar campesinos y pequeños productores de la región central del país, a la hora de comercializar sus productos. Para la celebración, la secretaría de Desarrollo Económico propició una jornada en la Plaza de Bolívar este jueves y viernes para, además, conmemorar el Día del Campesino, que se celebró cada 2 de junio.

El programa

“Desde el año 2004, el Concejo de Bogotá aprobó un acuerdo que compromete a la administración a realizar, el primer viernes de junio de cada año, una celebración grande del mercado campesino. En ese momento, esa estrategia fue el resultado de una lucha por la visibilización y la reivindicación del trabajo y el orgullo campesino. A partir del éxito de esa estrategia, nació la idea de tener mercados campesinos en varios puntos de la ciudad”, señaló, en diálogo con El Espectador, Carolina Chica, directora de desarrollo rural de la secretaría de Desarrollo Económico.

Actualmente, en la ciudad se realizan, en promedio, 12 mercados campesinos a la semana. De lunes a domingo, de manera itinerante, los mercados se van rotando en espacios estratégicos de las 20 localidades. Además de la modalidad presencial de los mercados, el programa también cuenta con una amplia oferta web, en donde se realizan mercatones campesinas, que la gente ordena en línea, directamente con quienes producen.

Los proyectos que se han adherido al programa provienen, principalmente de zonas rurales de Bogotá y de productores de la región central del país, es decir, de los departamentos de Cundinamarca, Boyacá, Tolima, Meta y Huila, principalmente, “aunque también tenemos productores registrados de Cauca, Nariño, los Santanderes, Risaralda y Quindío. En realidad, tenemos una oferta de casi todo el país, pero nuestros principales proveedores son de la Región Central. Todos ellos hacen presencia en los mercados itinerantes, en los cuales rotan cerca de 800 productores”, señala Carolina Chica.

“Con mi familia asistimos regularmente a los mercados campesinos buscando productos orgánicos, libres de conservantes, fumigantes y, en general, de compuestos químicos. Hoy llevamos fresas, arándanos, yogur, plantas medicinales, verduras frescas, chuguas, papas y frijoles nativos. Hay que ayudar a quien produce las cosas y la mejor manera es comprarles directamente. Ahora la gente de la ciudad no va nunca al campo e, incluso, minimizan a los campesinos, que finalmente son los responsables de que tengamos comida en nuestra mesa y eso es un absurdo. Esto es muy importante para que entendamos todo lo que pasa detrás de un cultivo”, le contó a El Espectador, Myriam Aldana, quien asiste regularmente a los mercados campesinos en busca de una alimentación más responsable.

Con Myriam coincide Paola, quien la mañana de este 6 de junio, llegó a la Plaza de Bolívar con la intención de conseguir productos orgánicos para abastecer su alacena. “Venimos buscando huevos orgánicos, frutas, verduras y algunas plantas. Hemos asistido a varios mercados como estos y, la verdad, nos parece muy buena iniciativa. El simple hecho de poder hablar con la gente que cultivó o fabricó lo que vas a comprar, es un plus gigante. Te enteras de todo lo que cuesta tener una lechuga en exhibición, por ejemplo. Esa situación, por pequeña que parezca, en una ciudad como Bogotá, tan alejada del campo, es muy importante. Además de que le compras directamente a ellos y no a una empresa que puede que los esté explotando”, señala.

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Sin intermediarios: “se vende menos, pero se gana más”

La principal apuesta del programa es eliminar las barreras que para los campesinos y pequeños productores significan la intermediación de terceros en el proceso de compra y venta de sus productos, hecho que reduce sus ganancias drásticamente. “Quien lo siembra es quien lo vende”, es el lema del programa. Y es precisamente ese particular el que ha logrado sumar proyectos productivos.

Para que una persona haga parte de nuestro formato de Mercados Campesinos, nos tiene que certificar que es un productor o un transformador directo de alimentos, esa es la única condición. Luego, nosotros servimos de puente, sin intermediarios de por medio”, resalta Chica.

“La realidad es que hemos buscado comercios más amplios, pero las ofertas son bastante cuestionables, por decir lo menos. Nosotros producimos miel, polen y productos derivados. Normalmente vendemos una botella de miel en $40.000. En una alta superficie, nos dicen que nos la compran en $15.000 y tenemos, además, que poner la caja o un empaque especial que nos piden.

“Al final, va uno a ver y venden la misma botella en $60.000 u $80.000. Son depredadores del mercado. Con el tiempo nos dimos cuenta de que, al no tener intermediarios, puede que vendamos menos, pero ganamos más”, señaló, mientras recibía compradores en su puesto de la Plaza de Bolívar, Miguel Ángel Guevara, residente en el municipio de Villa Pinzón e integrante de una empresa familiar productora de miel y polen la cual busca, a través de la apicultura, la reforestación del páramo de Guacheneque, punto de nacimiento del río Bogotá.

Miguel Ángel explica las diferencias de ganancias que encontraron cuando acudieron a grandes superficies a ofrecer sus productos de la siguiente manera. “Resulta que cuando empezamos con el proyecto, luego de la pandemia, nos encontramos con que para tener las mismas ganancias que nos quedan por vender, por ejemplo, dos botellas de polen, directamente y sin intermediarios, en una grande superficie, tendríamos que vender 5 botellas para tener esa misma ganancia. Y así, en menor o mayor medida, nos fuimos encontrando con propuestas abusivas que nos proyectaron a buscar alternativas independientes. En esa búsqueda, encontramos el programa de Mercados Campesinos. Es la primera vez que venimos”, señala.

Al respecto, Gina Jiménez, cofundadora de Comproagro, una plataforma gestada por su familia en Toca, Boyacá, que agrupa cerca de 45.000 productores agrícolas del país con el fin de poder servir de canal de difusión para fomentar ventas sin intermediarios, sostiene que actualmente, con la cadena de intermediarios por la que pasa un producto, con la especulación de precios, el campesino que produce gana en promedio, un 50% menos que la superficie de venta que comercializa su producto.

“Generalmente a los pequeños agricultores no les da su producción como para llenar un camión completo y llevarlo a Corabastos, y ahí empieza la cadena de intermediación. ¿Qué pasa? El conductor que llega a las zonas rurales hace un recorrido por varias fincas hasta completar la carga, luego la lleva a la central, en este caso en Tunja, de ahí sale a Corabastos, allá lo compra el de la bodega de papá, o cebolla, por ejemplo, luego lo compra alguien de un supermercado y finalmente el consumidor final. En ese proceso, nos compran el producto a un precio y lo venden casi al doble”, sostiene.

“Por ejemplo, la cebolla cabezona ahorita subió por la sequía, los agricultores la vendemos a $3.500 el kilo, pero ese kilo en un supermercado lo venden en $6.000 o más. Y claro, en una ciudad con un día a día como el de Bogotá, la gente no está pensando en si la papa subió o la cebolla bajó, simplemente pagan. Eso es lo que hace tanto daño a la economía campesina, que quienes ganan son quienes especulan con los precios. Con iniciativas que eliminen los intermediarios, las ganancias para los productores mejoran hasta en un 25%. Claro está, la intermediación es necesaria, se trata de reducirla y de que se realice de una manera más justa”, señala.

Responsabilidad ecológica

“Además de la generación de canales de comercialización, el programa tiene una arista que tiene que ver con la transformación de las prácticas productivas en la ruralidad bogotana. En el PDD se aprobó ‘Somos orgullo campesino’, un programa que apoya la reconversión productiva de campesinos y productores que tenían prácticas que no eran adecuadas con la preservación de ecosistemas, y en ese sentido, estamos migrando hacia la agroecología y de buenas prácticas pecuarias y de manufactura de pequeña escala que puede ser más amigable con el medio ambiente, teniendo en cuenta que muchos emprendimientos quedan en zonas de páramo y ecosistemas que deben ser protegidos en donde ahora hay actividades agrícolas o ganaderas que depredan el territorio. La apuesta es poder migrar a maneras de producción más responsables”, explica Chica.

Con ese compromiso coincide Armando Díaz Ramos, participante del mercado campesino que se lleva a cabo en la Plaza de Bolívar, quien define a Invocu, su empresa, como un emprendimiento ecosocial. “Invocu es la unión de las palabras invasor y ocupante. Es un taller de investigación de especies invasoras del bosque alto andino y del páramo, puntualmente en zonas rurales de la localidad de Usme. Nos concentramos especialmente en la erradicación y transformación del Retamo Espinoso, una especie europea que afecta especies nativas que actúan como colchones y transmisoras de agua. Con el retamo realizamos productos como materas, portavasos, llaveros, protectores para celulares, entre otros, y además de buscarnos un sustento, ayudamos a la conservación del ecosistema”, señala.

Con estas metas de transformación de los territorios en donde se concretan las producciones y con el fin de potencializar el impacto de los mercados campesinos, la meta planteada en el PDD al respecto busca habilitar 35.000 espacios de comercialización directa en más de 1.7000 mercados itinerantes o con formatos virtuales. “Invitamos a productores y organizaciones de productores campesinos a que se sigan registrando y hagan parte de nuestra red de productores vinculados al programa”, puntualiza Chica, directora de desarrollo rural de la Secretaría de Desarrollo Económico.

Por otra parte, fortalecer la agricultura urbana y la conciencia del impacto ambiental que generan procesos de producción en ecosistemas cuya salud y protección resulta fundamental en tiempos de escasez de agua, además de propiciar la autoproducción de alimentos y la nutrición más consciente, contribuye a robustecer el compromiso colectivo en función del cuidado ambiental, un compromiso cardinal que definirá en gran parte el legado de la actual administración.

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