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Ni Petro ni Peñalosa: el problema de TransMilenio es febrero

La solución en el largo plazo –sostiene el profesor Daniel Páez de la U. de Los Andes– ya está inventada: el Metro operando al lado del sistema.

Daniel Páez* /Especial para El Espectador
13 de febrero de 2016 - 01:34 a. m.
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La frustración que causa la tradicional congestión asociada al retorno a labores de cada nuevo año, sumada a un sistema de transporte al límite de su capacidad, explica que el alcalde Enrique Peñalosa, así como en su momento Gustavo Petro, Clara López, Samuel Moreno y hasta Lucho Garzón, hayan tenido que lidiar con protestas de ciudadanos enfurecidos con TransMilenio para estas épocas.

No es casualidad que el 4 de febrero de 2015 haya tenido lugar uno de los bloqueos más duros al sistema de buses. Ese día, usuarios enardecidos bloquearon durante más de 2 horas el portal de la Calle 80, situación que se repitió el 13 del mismo mes dejando afectada la troncal de Soacha. Hoy la historia es la misma, con el agravante de que a Peñalosa se le juntan una situación ya de por sí compleja con factores operacionales que la enredan aún más.

La flota de TransMilenio (sobretodo las fases 1 y 2) es vieja, lo que aumenta el riesgo de buses varados en medio de la vía (eso fue lo que pasó en el Tintal hace dos días, cuando un bus averiado bloqueó los dos carriles del sistema). Tampoco ayuda el que importantes obras de infraestructura, contratadas por la administración pasada, hayan entrado en ejecución justo ahora (fue el caso de los bloqueos en Soacha en donde las obras limitan la operación, lo que podría repetirse en la Autopista Norte por las obras de ampliación de las estaciones).

Para terminar la receta del desastre, a nadie le gusta que le cobren más cuando el incremento descomunal de viajes y el deterioro acumulado en los últimos años conlleve a la justificada percepción de que el sistema está peor que nunca. Desafortunadamente, el aumento de 200 pesos en el pasaje es entendido por muchos usuarios como pagar más por un servicio que no mejora, cuando en realidad dicho aumento pretende compensar el déficit por haber pagado menos de lo debido en el pasado.

La solución en el largo plazo ya está inventada: el Metro operando al lado del sistema TransMilenio, completo en todas sus fases. En el mediado plazo también sabemos qué hay que hacer, e incluye la entrada de la nueva flota de buses troncales que debió llegar hace más de 4 años, además de las mejoras correspondientes en infraestructura para lograr una operación segura y eficiente.

¿Pero en el corto plazo, qué? Primero, ciudadanos, políticos y técnicos debemos serenarnos; la frustración no se resolverá de inmediato pero puede atenuarse con buena información y direccionando los recursos disponibles hacia los temas más críticos. Segundo, podemos intentar poner nuestro granito de paciencia y esperanza para darle la oportunidad a TransMilenio de volver a ser la insignia que un día fue. Por último, el nuevo gobierno merece un tiempo sensato para poner en marcha sus planes en materia movilidad.


*Ingeniero Civil Ph.D – Profesor Facultad de Ingeniería – Universidad de los Andes
Experto en temas urbanos y director del Grupo de Estudios en Sostenibilidad Urbana y Regional (SUR).

Por Daniel Páez* /Especial para El Espectador

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