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Opinión: Ciro Leonardo Gómez, el marionetista

Presento con este título escueto al ‘Maese Ciro’, mi amigo, colega y pionero del movimiento de marionetas en el país, a quien le fue conferido el premio ‘Toda una vida 2022′ por el Ministerio de Cultura.

Alberto López de Mesa
30 de julio de 2022 - 07:15 p. m.
El Ministerio de Cultura confirió el premio “Toda una vida 2022″ al maestro de marionetas Ciro Leonardo Gómez Acevedo.
El Ministerio de Cultura confirió el premio “Toda una vida 2022″ al maestro de marionetas Ciro Leonardo Gómez Acevedo.
Foto: Cortesía La Libélula
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El Ministerio de Cultura confirió el premio “Toda una vida 2022″ al maestro de marionetas Ciro Leonardo Gómez Acevedo. Presento con este título escueto al ‘Maese Ciro’, mi amigo, colega y ejemplo; a sabiendas de que ahora en la “cultura mercantil” como en el mercado laboral se nos mide por meritocracia.

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Si atendiera ese modo de valorar al ser, pues sepan que no hay creador escénico con más títulos, especializaciones, condecoraciones y certificaciones académicas que Ciro. Cual doctor Geppetto desde que lo conozco, hace cuarenta años, ya le reconocían colegas y allegados como un tipo juicioso y responsable.

Por la época en que nos conocimos, se acababa de graduar de ingeniero y aunque nunca ejerció tal profesión, doy fe de que no ha parado de cualificarse en cursos, seminarios, especializaciones, diplomados, con grandes maestros de por acá, de Europa y de Cafarnaúm.

Mas para mí, el inmenso significado como ser del arte, me lo reveló el día que nos conocimos. Debió ser un domingo de 1988, en el teatro cultural del Parque Nacional. Se anunciaba el Teatro de marionetas Hilos mágicos con el estreno de la obra ‘El hombre que escondió el sol y la luna’, del historiador y dramaturgo Carlos José Reyes, que había recibido el premio Casa de las Américas en teatro para niños con la obra ‘El globito manual’.

Varios asombros me brindó esa función: el primero, fue que la obra no se presentó en el escenario sino al aire libre, en el prado frente al acceso del teatro; lo segundo y novedoso para mí, que los personajes eran figuras grandes que los marionetistas, con arneses en sus cuerpos, portaban y controlaban con varillas.

Espontáneamente comenté mi percepción al espectador sentado al lado: “El director es marionetista. En esta obra las marionetas están animadas hacía arriba…”

-”Yo soy el director”, dijo el tipo, me ofreció su mano y se presentó. “Mi nombre es Ciro Leonardo Gómez y ya se quién es usted, López de Mesa del grupo de títeres El Guiño del Guiñol”, afirmó.

Al terminar la función me invitó a almorzar con todo el elenco y al ton del festejo del estreno terminé con todos en la sede de Hilos Mágicos, que en ese entonces estaba en la casa que le heredó su mamá en el barrió Santa Isabel.

Por el recuerdo de lo que allí vi, ahora me arriesgo a decir que era claro ejemplo del paradigma de la etnografía sobre los espacios, reflejo de quién lo habita: Lo que fue la sala era la recepción con mobiliario en cuero y en las paredes ya lucía enmarcados diplomas personales, más menciones, fotografías y afiches que denotaban el profesionalismo y el carácter empresarial del grupo Hilos Mágicos.

Su visión, desde entonces, era desarrollarse como compañía de teatro de títeres. Me hizo un tour por la casa, el taller de construcción de escenografías y de personajes. Todo era tan ordenado y pulcro, que quien no supiera el montón de piezas artísticas producidas allí, le parecería un muestrario de máquinas y herramientas de una ferretería.

La prueba de la eficiencia del taller estaba en el salón contiguo, donde guardaba con técnica de conservación las marionetas, los vestuarios, la utilería, los telones escenográficos de cada obra, desde la primera que hizo como aficionado.

En ese momento el grupo debía llevar cinco años de existencia profesional, pero el stop de muñecas pasaba de 100. También me mostró un cuarto en el que adaptó un pequeño escenario para ensayos, pero juiciosamente dotado con un puente marionetero, luces y bambalinas.

Esa pulcritud y meticulosidad la reconocería en las obras que de Hilos Mágicos vería, en los festivales que coincidimos y en los estrenos a los que me invitó con especial afecto.

‘Maese Ciro’ heredó la escuela y la técnica de sus maestros los marionetistas pioneros Jaime Manzur y Ernesto Arona; sin embargo, es justo decir que de su inquietud creativa prematura floreció en Colombia un movimiento titiritero renovador, del cual se nutrió, fue participé e insigne representante.

Es justamente ello lo que hace que su arte, inicialmente al modo de marionetista clásico, devino en expresiones alternativas, máxime cuando se relaciona con grandes maestros del vanguardismo titiritero en Europa, de hecho, he leído entrevistas en las que se reconoce discípulo del maestro Roser.

Su obra es extensa como dramaturgo, director, actor, constructor, gestor cultural, teórico, maestro… Aún con tan grande trayectoria, desde mí visión, de todo lo que en la amistad y en el oficio le he apreciado y gozado de su vida y obra, declaro con cariño que Ciro es por excelencia El marionetista.

Bien merecido el premio y buen viento para él y para Hilos Mágicos.

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