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La decisión del Gobierno Nacional de expedir una norma que regula el uso del suelo en Bogotá, en la que se priorizan grandes extensiones para ser consideradas como humedales con el argumento de proteger el agua, es anacrónica y poco contribuye a ese objetivo. Está fuera de su tiempo al no encajar con el contexto actual de la humanidad, que habita mayoritariamente en grandes núcleos urbanos. Estos son ecosistemas establecidos por el hombre que indefectiblemente terminaron afectando los que existían antes de su creación, por ello sería ingenuo y descabellado pensar que se pueden volver a restaurar.
En contexto: La sabana de Bogotá en disputa: entre la protección ambiental y el desarrollo
Esta disposición nos retrotrae a la época del cacique Bacatá y a los pocos miles de indígenas que habitaban la sabana de Bogotá cuando esta era un gran humedal, como lo fueron igualmente varias de las grandes ciudades a nivel mundial, caso de ciudad de México construida sobre lo que fue el antiguo lago Texcoco.
Además de obsoletas, estas proposiciones amenazan con deteriorar la salud y el bienestar de sus habitantes por varios motivos. Al limitarse los lugares para satisfacer la creciente demanda de viviendas, los ciudadanos, en especial los de menores ingresos, se verán obligados a vivir cada vez más lejos en los municipios vecinos, lo que aumenta los tiempos de desplazamiento, sacrificando su tiempo libre.
Las mayores distancias para llegar a sus viviendas hacen que se aumente el consumo de energía, dificultando el uso de medios de movilidad sostenible como la bicicleta o el caminar. También, restringir el uso de los suelos para la construcción de vías de movilidad tiene un doble efecto, al enlentecer la velocidad de los vehículos, generando los monumentales trancones que se viven a diario, que igualmente le restan tiempo a las personas y deterioran el medio ambiente.
Según la misma narrativa mitológica dentro de la cosmovisión de los Muiscas, el pueblo indígena que habitaba esta región antes de la llegada de los españoles, su deidad Bochica, considerado un dios civilizador, les enseñó a vivir en armonía con la naturaleza. Este concepto significa que, si bien hay que proteger la naturaleza, también hay que hacerlo con los seres humanos que hoy la habitan.
Pero esto no puede significar caer en posiciones radicales que desconocen precisamente lo que significa vivir en armonía, que no es otra cosa que encontrar el equilibrio en todos los aspectos de la vida para alcanzar la mayor felicidad y bienestar posible, sin afectar negativamente a los demás ni al mundo que nos rodea.
Es errado creer que es posible salvar al medio ambiente pretendiendo que la ciudad vuelva a ser el humedal que fue hace siglos, en especial si ello implica sacrificar la calidad de vida de los seres humanos que la habitan. Se trata de encontrar un balance que reconozca la realidad de los grandes centros en los que hoy habita el 75% de la población mundial, en el que se respeten las necesidades de sus residentes y se minimice la afectación del entorno.
