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Bogotá es mágica. El frío penetrante, los vientos de agosto, el contraste del verde de los cerros orientales con la urbe y los articulados rojos de Transmilenio -los amarillos y azules muy disonantes-, ver parte de la ciudad cobijada con una espesa neblina y, al mismo tiempo, otra despejada con un sol radiante, sus hermosos parques públicos, los servicios educativos y culturales públicos y privados que ofrece, la variada gastronomía que tienen sus restaurantes, y su ubicación estratégica en la extensa sabana cundi-boyacense, la hacen única.
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Bogotá, además, afectivamente es la capital de todos los colombianos. En ella, viven mujeres y hombres de todos los rincones del país y, algunos del mundo. Sin embargo, la descarada acción de la delincuencia y la, no menos, ausencia de control y presencia de las autoridades distritales, demuestran que la “percepción de inseguridad” es una triste y vergonzosa realidad, que opaca los encantos que tanto aprecio y destaco de la ciudad.
La alcaldesa López, en una ceguera incomprensible, se niega a reconocer la inocultable situación de inseguridad que la ciudad vive. No son aislados -nunca lo han sido- los atracos con arma blanca, solo que ahora son más comunes y con arma de fuego.
Los atracos masivos a los pasajeros del transporte público, a los transeúntes y a los conductores y pasajeros de vehículos particulares, no son un invento. Aun así, en las calles, no se ve uniformado alguno estratégicamente ubicado y atento a proteger a los bogotanos.
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Las evidencias pululan en las redes sociales. Por ejemplo, en un mismo sector, al parecer una misma pareja de delincuentes, transportados en una motocicleta, atracaron a personas que se desplazaban en sus vehículos particulares por la avenida carrera 7ª, por calle la 81 y por la avenida calle 127.
Estos casos fueron registrados a plena luz del día. Entre tanto, una pasajera de Transmilenio fue atracada y violentada a la vista pasiva de los otros pasajeros. Lo que pone en evidencia, también, la falta de una cultura de solidaridad o el inmenso miedo de la ciudadanía, que la obliga a adoptar una disiente actitud pasiva.
En lugar de actuar con prontitud y firmeza en contra de la delincuencia, las autoridades señalan que no está pasando nada: “Bogotá es una ciudad segura”, afirman. Las estadísticas que utilizan, fueron desbordadas por la realidad, hace rato. No basta con emitir videos institucionales promocionales de la alcaldesa que dan cuenta de una Bogotá que no existe: ¿Cuál es la estrategia de seguridad?
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El Centro de Estudios, Futuros Urbanos, afirma, que 475 homicidios registrados en la capital de los colombianos, 282 tuvieron relación con el sicariato con arma de fuego. Es de tal notoriedad la problemática de inseguridad en la ciudad, que diversos personajes de la política y dirigencia social en el distrito, sin importar su tendencia política o ideológica, en lo que sí coinciden es que Bogotá se halla en una grave situación de inseguridad. Pero nadie parece escuchar y menos actuar.
Lo único que está llamado a “decrecer” -utilizando el concepto del filósofo Serge Lotouche que la Ministra Irene Vélez puso de moda, una vez más de manera desafortunada- es la inseguridad y la pobreza. Ello no sucede con la simple retórica y dialéctica, sino con efectivas realizaciones que procuren lo propio. Estas realizaciones poco se observan en la capital de los colombianos, en lo que va de corrido la actual administración.
Aún le restan cerca de 14 meses a la alcaldesa López para ajustar esas graves falencias y recuperar el control de la ciudad, que parece tenerlo la delincuencia.
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