Opinión: Bogotá, una ciudad compleja
Bogotá es indescifrable e impredecible. A pesar de los esfuerzos que durante años se han realizado, no tenemos una fórmula eficaz para alcanzar una convivencia ciudadana ¿En dónde están las claves para comprender por qué la vida en la Bogotá moderna transcurre de esta manera?
Carlos Roberto Pombo Urdaneta
En la Bogotá del presente, todos los días, palmo a palmo del territorio, se libra una batalla decisiva. Dos fuerzas luchan sin cesar: civilidad y conflicto. Cuando se impone la primera, emergen la solidaridad y la fraternidad. Y cuando vence la segunda, se expanden por las calles la violencia y la desesperanza.
¿En dónde están las claves para comprender por qué la vida en la ciudad moderna transcurre de esta manera? ¿Cómo se crean y se desatan estas fuerzas?
LEA: Seguridad vial: 53 muertes en 37 días ponen en duda la estrategia y cultura ciudadana
Hace unas décadas buscábamos las respuestas en las ciencias que con rigor se han desarrollado: la sociología, la antropología, la psicología, la economía, la demografía, incluso la planificación y el urbanismo. Hoy no es posible. Las ciencias, individualmente consideradas, no nos dan las respuestas con la riqueza de matices e interrelaciones necesarias. Parece que estuvieran en exceso “compartimentadas”.
Entonces surge una noción clave, La Complejidad, que las une, que las vincula a todas. Para entender la ciudad y los procesos que hacen brotar o marchitar la civilidad, necesitamos una herramienta como esta.
Bogotá es indescifrable e impredecible. A pesar de los esfuerzos que durante años se han realizado, no tenemos una fórmula eficaz para alcanzar una convivencia ciudadana, de forma que la ciudad sea un lugar amable, grato y seguro para millones de personas. La prueba dolorosa está delante de nuestros ojos. Basta ver cómo inmensos sectores de sus habitantes están marginados, degradados por la pobreza, la violencia y la desesperanza.
Más información: Elección de personero arrancó empañada y piden investigar a fondo desde el Concejo
Es preciso, entonces, entender los problemas de Bogotá en toda su complejidad. Y es preciso tener en cuenta, además, que, si bien los bienes materiales son determinantes de la calidad de vida, los bienes espirituales, sensoriales, sensitivos, ensanchan la sensibilidad y llevan a los ciudadanos a alcanzar la plenitud humana. Como afirmó el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin, la vida humana tiene una faceta prosaica, está hecha de tareas prácticas, utilitarias. Pero también tiene una faceta poética, que se refleja en la manera de vivir en comunidad, de participar, de respetar, de amar, en el rito, la fiesta, el alborozo.
Las políticas urbanas tienen el monumental desafío de resolver los problemas de movilidad, de cobertura y prestación de los servicios públicos, de seguridad, de empleo, de educación, de vivienda, de alimentación, de adaptación al cambio climático, etc. Pero no estamos seguros, ni siquiera, de las relaciones de causalidad más elementales, no sabemos con total certidumbre qué produjo la ocurrencia de un hecho ni cuáles de sus consecuencias dieron origen a nuevos hechos que afectan la comprensión del pasado y los eventos del futuro.
Y es desde esta perspectiva que debe observarse, analizarse y concebirse una ciudad como Bogotá. Sólo así podremos construir una verdadera ciudadanía responsable, participativa e incidente.
En la Bogotá del presente, todos los días, palmo a palmo del territorio, se libra una batalla decisiva. Dos fuerzas luchan sin cesar: civilidad y conflicto. Cuando se impone la primera, emergen la solidaridad y la fraternidad. Y cuando vence la segunda, se expanden por las calles la violencia y la desesperanza.
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Entonces surge una noción clave, La Complejidad, que las une, que las vincula a todas. Para entender la ciudad y los procesos que hacen brotar o marchitar la civilidad, necesitamos una herramienta como esta.
Bogotá es indescifrable e impredecible. A pesar de los esfuerzos que durante años se han realizado, no tenemos una fórmula eficaz para alcanzar una convivencia ciudadana, de forma que la ciudad sea un lugar amable, grato y seguro para millones de personas. La prueba dolorosa está delante de nuestros ojos. Basta ver cómo inmensos sectores de sus habitantes están marginados, degradados por la pobreza, la violencia y la desesperanza.
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Es preciso, entonces, entender los problemas de Bogotá en toda su complejidad. Y es preciso tener en cuenta, además, que, si bien los bienes materiales son determinantes de la calidad de vida, los bienes espirituales, sensoriales, sensitivos, ensanchan la sensibilidad y llevan a los ciudadanos a alcanzar la plenitud humana. Como afirmó el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin, la vida humana tiene una faceta prosaica, está hecha de tareas prácticas, utilitarias. Pero también tiene una faceta poética, que se refleja en la manera de vivir en comunidad, de participar, de respetar, de amar, en el rito, la fiesta, el alborozo.
Las políticas urbanas tienen el monumental desafío de resolver los problemas de movilidad, de cobertura y prestación de los servicios públicos, de seguridad, de empleo, de educación, de vivienda, de alimentación, de adaptación al cambio climático, etc. Pero no estamos seguros, ni siquiera, de las relaciones de causalidad más elementales, no sabemos con total certidumbre qué produjo la ocurrencia de un hecho ni cuáles de sus consecuencias dieron origen a nuevos hechos que afectan la comprensión del pasado y los eventos del futuro.
Y es desde esta perspectiva que debe observarse, analizarse y concebirse una ciudad como Bogotá. Sólo así podremos construir una verdadera ciudadanía responsable, participativa e incidente.