Opinión: El estilo de gobernar cuenta, y mucho
Los votantes tienen la palabra. Son ellos y sus familias quienes recibirán las consecuencias de los actos del gobernante que escojan en octubre próximo. Muchos aspirantes a la Alcaldía Mayor de Bogotá, pero un listado muy pobre para escoger a un mandatario (mujer u hombre) que tenga la talla para dirigir una de las ciudades más importante de América Latina.
Ricardo Felipe Herrera Carrillo
Quienes aspiran a dirigir la ciudad capital y quienes deben decidir en octubre próximo quién lo hará, tienen la responsabilidad histórica de determinar si la calidad de vida de todos retomará el sendero del progreso o seguirá en un deterioro vertiginoso e inocultable.
El color de la piel, la condición social, la autopercepción de género, si es petrista o antipretrista, uribista o antiuribista, santista o antisantista, independiente, si usa tenis o calzado formal, si se transportará en el vehículo oficial asignado o en transporte público, etc., es lo de menos a la hora de decidir por quién votar, porque nada de eso determina si la persona se halla en capacidad real de gobernar y tiene una estructurada visión de ciudad. Sin embargo, esta si está condicionada por el estilo del gobernante, que desde la campaña puede advertirse.
Lea también: Revelan detalles del asesinato de Flaminio Forigua, conductor de SITP
Cuando quienes aspiran, aun teniendo la preparación intelectual para hacerlo, se centran en esos estereotipos modernos que apelan a la emocionalidad para atraer a los votantes incautos, lejos están de ser gobernantes deseables y exitosos. Mucho menos cuando lo único que tienen que mostrar es esa estrategia basada en una superficial emocionalidad.
Ya no solo Cuba, Venezuela, Argentina, Bolivia y Nicaragua evidencian ese nefasto estilo de gobierno. A nivel doméstico —nacional y localmente— se tienen ejemplos no menos desastrosos. Los casos de Medellín, Cali y Bogotá —por momentos— son inocultables.
Se dice que a los políticos no se les puede creer —no es a los únicos—, pero eso no quiere decir que ello deba aceptarse. A los políticos se les debe exigir transparencia y compromiso con lo que dicen y prometen. La sociedad civil y el empresariado también tienen el deber de comportarse igual, pero la verdad es que no lo están haciendo. Por eso, frente al comportamiento errático de los gobernantes, no son pocos los que salen a justificar las incoherencias de estos frente a sus discursos de campaña y los hechos de sus gobiernos —entre ellos muchos periodistas, opinadores y hasta empresarios—.
Quienes en campaña se comportan como víctimas, erráticos, arrogantes, pendencieros, llenos de odio, incoherentes, etc., no serán distintos a la hora de gobernar. No es casualidad, por ejemplo, que un día se diga que la construcción de la Primera Línea del Metro de Bogotá se hará respetando los diseños aprobados y el contrato suscrito y al otro se adelanten conversaciones para cambiarlos.
Tampoco, que se diga un día que los constructores de Hidroituango incumplieron el contrato y al otro se anuncie como un éxito la instalación de las dos turbinas que ese mismo constructor supuestamente incumplido deja instaladas. Mucho menos las posturas erráticas del mandatario caleño frente a los vándalos de la primera línea.
El número de aspirantes a la Alcaldía Mayor de Bogotá crece día a día, y debería crecer más. Si de escoger un mandatario que represente la incapacidad para gobernar y su argumento central sea procurar la simplista, pero efectiva decisión emocional de los votantes a partir de fomentar el odio, peligrosamente las opciones son muchas. Pero si de lo que se trata es de escoger un mandatario (mujer u hombre) serio, sereno, capaz, con palabra y deseos de gobernar para todos y no solo para la galería que le aplaude sus incoherencias y caprichos, los bogotanos están en gruesas dificultades.
Los capitalinos deben exigir soluciones concretas frente a la inseguridad, la inmovilidad, la suciedad y falta de norte de la ciudad; también, salir a votar como manifestación del compromiso con ellos mismos, sus familias y la ciudadanía toda, sin dejar de lado observar y analizar el talante que van mostrando los aspirantes.
Nota recomendada: Extraditan a colombiano por agresión a soldados del Ejército de los EE. UU.
Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá de El Espectador
Quienes aspiran a dirigir la ciudad capital y quienes deben decidir en octubre próximo quién lo hará, tienen la responsabilidad histórica de determinar si la calidad de vida de todos retomará el sendero del progreso o seguirá en un deterioro vertiginoso e inocultable.
El color de la piel, la condición social, la autopercepción de género, si es petrista o antipretrista, uribista o antiuribista, santista o antisantista, independiente, si usa tenis o calzado formal, si se transportará en el vehículo oficial asignado o en transporte público, etc., es lo de menos a la hora de decidir por quién votar, porque nada de eso determina si la persona se halla en capacidad real de gobernar y tiene una estructurada visión de ciudad. Sin embargo, esta si está condicionada por el estilo del gobernante, que desde la campaña puede advertirse.
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Cuando quienes aspiran, aun teniendo la preparación intelectual para hacerlo, se centran en esos estereotipos modernos que apelan a la emocionalidad para atraer a los votantes incautos, lejos están de ser gobernantes deseables y exitosos. Mucho menos cuando lo único que tienen que mostrar es esa estrategia basada en una superficial emocionalidad.
Ya no solo Cuba, Venezuela, Argentina, Bolivia y Nicaragua evidencian ese nefasto estilo de gobierno. A nivel doméstico —nacional y localmente— se tienen ejemplos no menos desastrosos. Los casos de Medellín, Cali y Bogotá —por momentos— son inocultables.
Se dice que a los políticos no se les puede creer —no es a los únicos—, pero eso no quiere decir que ello deba aceptarse. A los políticos se les debe exigir transparencia y compromiso con lo que dicen y prometen. La sociedad civil y el empresariado también tienen el deber de comportarse igual, pero la verdad es que no lo están haciendo. Por eso, frente al comportamiento errático de los gobernantes, no son pocos los que salen a justificar las incoherencias de estos frente a sus discursos de campaña y los hechos de sus gobiernos —entre ellos muchos periodistas, opinadores y hasta empresarios—.
Quienes en campaña se comportan como víctimas, erráticos, arrogantes, pendencieros, llenos de odio, incoherentes, etc., no serán distintos a la hora de gobernar. No es casualidad, por ejemplo, que un día se diga que la construcción de la Primera Línea del Metro de Bogotá se hará respetando los diseños aprobados y el contrato suscrito y al otro se adelanten conversaciones para cambiarlos.
Tampoco, que se diga un día que los constructores de Hidroituango incumplieron el contrato y al otro se anuncie como un éxito la instalación de las dos turbinas que ese mismo constructor supuestamente incumplido deja instaladas. Mucho menos las posturas erráticas del mandatario caleño frente a los vándalos de la primera línea.
El número de aspirantes a la Alcaldía Mayor de Bogotá crece día a día, y debería crecer más. Si de escoger un mandatario que represente la incapacidad para gobernar y su argumento central sea procurar la simplista, pero efectiva decisión emocional de los votantes a partir de fomentar el odio, peligrosamente las opciones son muchas. Pero si de lo que se trata es de escoger un mandatario (mujer u hombre) serio, sereno, capaz, con palabra y deseos de gobernar para todos y no solo para la galería que le aplaude sus incoherencias y caprichos, los bogotanos están en gruesas dificultades.
Los capitalinos deben exigir soluciones concretas frente a la inseguridad, la inmovilidad, la suciedad y falta de norte de la ciudad; también, salir a votar como manifestación del compromiso con ellos mismos, sus familias y la ciudadanía toda, sin dejar de lado observar y analizar el talante que van mostrando los aspirantes.
Nota recomendada: Extraditan a colombiano por agresión a soldados del Ejército de los EE. UU.
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