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Las ciudades son hoy el hábitat del 56% de la especie humana y lo serán del 68% en 2050 ocupando no más del 3% del territorio habitable del planeta. En torno a los desarrollos viales y de vivienda que requiere Bogotá para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, se ha querido crear un falso dilema entre la salud del ambiente y la de las personas, que apela a dogmatismos ambientales que desconocen una realidad inevitable a la que se ha visto abocada la humanidad como resultado de la evolución social.
Las ciudades son ecosistemas urbanos altamente modificados organizados en torno a las actividades humanas. En él interactúan diferentes seres vivos en un ambiente físico creado por el hombre, en el que se mezclan elementos naturales y artificiales que coexisten en un mismo espacio, caracterizados por tener una alta densidad de población. En estos predominan estructuras artificiales como edificios, aceras, calles y puentes, que cambian el suelo, el aire y el agua, generando condiciones diferentes a las naturales para las especies que habitan en estos lugares.
Mantener los ecosistemas urbanos saludables es esencial para la calidad de vida de quienes los habitan, lo que exige contar viviendas dignas, espacios y medios eficientes para la movilidad humana y áreas verdes que sirvan para controlar la temperatura, la calidad del aire como también para el ejercicio físico y el esparcimiento. La calidad de vida en las ciudades puede verse afectada por situaciones ambientales como la contaminación y el ruido, pero también por problemas sociales y de salud pública derivados de la sobrepoblación, la violencia, la accidentalidad y el estrés.
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Las ciudades requieren decisiones ordenadas para tener una mejor sostenibilidad, eficiencia energética, salud física y mental y gestión de recursos para hacerlas más habitables y saludables para quienes las ocupan. Pero dejarlas sin las viviendas y las vías de acceso que se requieren, tendría muchos más efectos negativos sobre la salud física, mental y social de sus habitantes que lo que su construcción generaría sobre estos ecosistemas.
La salud de las personas y la del ambiente en un ecosistema urbano son igualmente importantes y están profundamente interconectadas, no existe tal dilema entre ambas. Las decisiones sobre la infraestructura social, la movilidad, el uso de la energía, la gestión de residuos y la protección de las fuentes de agua, requieren de una cuidadosa y equilibrada planificación que no puede estar basada en fundamentalismos producto de ideologías ambientales radicales.
Es un error que contraría la realidad pretender manejar un ecosistema urbano con los mismos criterios que se utilizan para uno natural, como pretende hacerlo el gobierno nacional con Bogotá. Es muy poco probable que una modificación al norte de la ciudad que afecta menos del 0,1% de su territorio vaya a producir los efectos ambientales catastróficos que vaticinan.
En cambio, no hacer las vías y viviendas que se requieren, si genera evidentes afectaciones sobre la calidad de vida de las personas más pobres. Hay que cuidar el ambiente, pero sin el extremismo irracional de hacerlo sacrificando la calidad de vida de las personas.
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