Opinión: El ocaso del patriarca
La caricatura más chistosa de esta semana no fue dibujada, la encarnó el dos veces presidente Álvaro Uribe Vélez en persona, cuando, como líder del Centro Democrático, andaba en correrías de campaña por zonas rurales de Medellín.
La caricatura más chistosa de esta semana no fue dibujada, la encarnó el dos veces presidente Álvaro Uribe Vélez en persona, cuando, como líder del Centro Democrático, andaba en correrías de campaña por zonas rurales de Medellín, respaldando presencialmente a sus candidatos a la asamblea, a los Concejos y a las Alcaldías.
Andaba el líder politiquiando, resguardado como siempre por su batallón de seguridad, cuando de súbito algunos ciudadanos lo abordaron al paso con consignas en su contra, unos con agresivo estribillo lo enrostraban: “Uribe y Fico la misma mierda son. El uno es un paraco y el otro es un ladrón”.
Otros, desde el andén, le mostraban una pancarta en la que estaba escrita la pregunta ¿Quién dio la orden? Y la cifra 6402, que según la Comisión de la verdad fue el número de muertos por las ejecuciones extrajudiciales o fuera de combate que cometió el ejército, y que se divulgaron con el eufemismo Falsos positivos.
Entonces Álvaro Uribe, como patriarca en el ocaso de sus bríos, no soportó el escarnio popular y se resquebrajó. Y yo, mirando en un telenoticiero el vídeo del suceso, no pude evitar la carcajada al ver al paladín icónico de la ultraderecha nacional, otrora impertérrito, allí salido de casillas, vociferando: “¿Quién dio la orden? ¡Yo di la orden de ingresar a la comuna 13!”
Aclaro que mi incontenible risa fue por lo hilarante que me pareció la reacción bufa del personaje, porque ante todo está mi condolido respeto por los familiares vivos de las víctimas de la mansalvera intervención en la Comuna 13 de Medellín, la llamada Operación Orión que en 2002 perpetraron aliados el Ejército Nacional y paramilitares (como lo confesó el extraditado Don Berna). Masacre de la que el expresidente Uribe, cínicamente, confiesa haber sido quien dio la orden, es decir, que él fue el autor intelectual.
No es una confesión intrascendente el reconocer que por una orden suya se asesinaron a 88 personas, desaparecieron a 92, además de los que aún siguen desenterrando de la fosa común que hicieron los paramilitares en la Escombrera.
Sin embargo, la risa y el humor en general tienen poderes reveladores y conjurativos. Verbigracia, me dio risa ver al patriarca ya septuagenario, profiriendo a grito en cuello afirmaciones incautas, sin que el áulico José Obdulio estuviera allí para enmendarle las pifiadas con argumentos tendenciosos; me dio risa ver como le bailaban sobre el tabique de la nariz las gafas que alguna vez le aconsejó usar el publicista Carlos Duque para mejorarle la cara de arriero nerd; me dio risa verlo manoteado y parloteando fuera de sí a la vez que le salía de la boca un chorro de saliva atomizada; y lo mismo le debió pasar a muchos que vieron el vídeo de su chaplinesco descontrol.
Fue tan risible la gesticulación y la imagen del paladín como si de pronto nos topáramos con la mítica meduza, cuando ya está decrépita, y porque se está quedando calva sus monstruosos tentáculos en vez de meternos miedos ya nos parecen cómicos.
Ahora me burlo de verlo como inconscientemente rasgó su escafandra de impunidad, pues en el frenético despiporre ni calló en cuenta de que al decir: “Yo di la orden”, estaba respondiendo algo más grande de lo que supuso, dado que la pregunta ¿Quién dió la orden?, tiene un significado tremendo, toda vez que ha sido portada de revistas, editoriales de primera plana, se han pintado con ella grafitis, afiches y murales y, de hecho, es un clamor por saber quién fue el culpable tras bambalinas de tantos crímenes de estado que se cometieron en la década más ensangrentada de nuestra historia reciente.
Y sí, me da risa el ocaso del patriarca, y me da risa el que muchos le hayamos perdido el miedo al ogro del Ubérrimo.
La caricatura más chistosa de esta semana no fue dibujada, la encarnó el dos veces presidente Álvaro Uribe Vélez en persona, cuando, como líder del Centro Democrático, andaba en correrías de campaña por zonas rurales de Medellín, respaldando presencialmente a sus candidatos a la asamblea, a los Concejos y a las Alcaldías.
Andaba el líder politiquiando, resguardado como siempre por su batallón de seguridad, cuando de súbito algunos ciudadanos lo abordaron al paso con consignas en su contra, unos con agresivo estribillo lo enrostraban: “Uribe y Fico la misma mierda son. El uno es un paraco y el otro es un ladrón”.
Otros, desde el andén, le mostraban una pancarta en la que estaba escrita la pregunta ¿Quién dio la orden? Y la cifra 6402, que según la Comisión de la verdad fue el número de muertos por las ejecuciones extrajudiciales o fuera de combate que cometió el ejército, y que se divulgaron con el eufemismo Falsos positivos.
Entonces Álvaro Uribe, como patriarca en el ocaso de sus bríos, no soportó el escarnio popular y se resquebrajó. Y yo, mirando en un telenoticiero el vídeo del suceso, no pude evitar la carcajada al ver al paladín icónico de la ultraderecha nacional, otrora impertérrito, allí salido de casillas, vociferando: “¿Quién dio la orden? ¡Yo di la orden de ingresar a la comuna 13!”
Aclaro que mi incontenible risa fue por lo hilarante que me pareció la reacción bufa del personaje, porque ante todo está mi condolido respeto por los familiares vivos de las víctimas de la mansalvera intervención en la Comuna 13 de Medellín, la llamada Operación Orión que en 2002 perpetraron aliados el Ejército Nacional y paramilitares (como lo confesó el extraditado Don Berna). Masacre de la que el expresidente Uribe, cínicamente, confiesa haber sido quien dio la orden, es decir, que él fue el autor intelectual.
No es una confesión intrascendente el reconocer que por una orden suya se asesinaron a 88 personas, desaparecieron a 92, además de los que aún siguen desenterrando de la fosa común que hicieron los paramilitares en la Escombrera.
Sin embargo, la risa y el humor en general tienen poderes reveladores y conjurativos. Verbigracia, me dio risa ver al patriarca ya septuagenario, profiriendo a grito en cuello afirmaciones incautas, sin que el áulico José Obdulio estuviera allí para enmendarle las pifiadas con argumentos tendenciosos; me dio risa ver como le bailaban sobre el tabique de la nariz las gafas que alguna vez le aconsejó usar el publicista Carlos Duque para mejorarle la cara de arriero nerd; me dio risa verlo manoteado y parloteando fuera de sí a la vez que le salía de la boca un chorro de saliva atomizada; y lo mismo le debió pasar a muchos que vieron el vídeo de su chaplinesco descontrol.
Fue tan risible la gesticulación y la imagen del paladín como si de pronto nos topáramos con la mítica meduza, cuando ya está decrépita, y porque se está quedando calva sus monstruosos tentáculos en vez de meternos miedos ya nos parecen cómicos.
Ahora me burlo de verlo como inconscientemente rasgó su escafandra de impunidad, pues en el frenético despiporre ni calló en cuenta de que al decir: “Yo di la orden”, estaba respondiendo algo más grande de lo que supuso, dado que la pregunta ¿Quién dió la orden?, tiene un significado tremendo, toda vez que ha sido portada de revistas, editoriales de primera plana, se han pintado con ella grafitis, afiches y murales y, de hecho, es un clamor por saber quién fue el culpable tras bambalinas de tantos crímenes de estado que se cometieron en la década más ensangrentada de nuestra historia reciente.
Y sí, me da risa el ocaso del patriarca, y me da risa el que muchos le hayamos perdido el miedo al ogro del Ubérrimo.