Opinión: El voto tácito de la niñez en Bogotá
Ojalá los candidatos en una democracia más humana e inclusiva escucharán e hiciera vinculante el concepto de ciudad de los niños y adolescentes.
Faltando un mes para las elecciones ya están en pleno furor las campañas de los candidatos a concejos, asambleas y alcaldías de todo el país. Empezó pues el zafarrancho politiquero y, como de propuestas novedosas y fundamentales pocón pocón, la ventaja la sacan los asesores de imagen y los publicistas, luego en carácter y contenido la contienda electoral es cosmética.
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Prestos a bruñirles el aspecto a los candidatos estarán peluqueros, dermatólogos, manicuristas y, por supuesto, camarógrafos que a punta de photoshop ayudarán a taparles los rasgos y las máculas de rufianes que los puedan delatar. Las tiendas de litografías e impresoras ya han producido a granel los volantes, las chapolas, los afiches, las vallas con frases de cajón, lugares comunes, lemas unívocos que nadie lee en serio y si, en cambio, empañan postes y paredes, enmugran andenes, apabullante contaminación visual y física, que la ley admite sin reparos.
Si le preguntamos a cualquiera del común cuál es mayor problema de su municipio, sin dudarlo responderá “la inseguridad”. De hecho, se sabía desde principio del año que ese sería el tema capital de todas las campañas. De ello se encargaron de priorizarlo los guerreristas y los telenoticieros. El otro, “la corrupción”, lo vergonzante es que siendo la honestidad condición sine qua non en quién pretenda ser elegido, lo ponen en sus carteles como una oferta original. Para el caso de Bogotá “el metro” por ser un entuerto de hace un siglo lo podemos considerar un refrito.
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En el folclor politiquero del país es tradición que los partidos tengan votos amarrados o cautivos. En campaña los encargados del marketing político distinguen, además, los sectores con votantes potenciales y es a ellos a quienes dirigen su publicidad, así son muchas las ciudadanías omitidas en tanto que no cuentan a la hora del escrutinio.
Casualmente una escena que presencié el domingo en la ciclovía del Park Way motivó está columna. Vi a una niña y a un niño disfrazados con visera y camiseta estampadas con el nombre y el número de un candidato al concejo. La parejita ayudaba a los del equipo de campaña a repartir paletas a los ciclistas (en ese sector y en tal evento es más funcional este producto light que el típico tamal).
Me preguntó ¿eso no era abusiva explotación de la labor infantil? ¿si esa parejita de infantes no era manipulada, no obstante, fueran hijos o parientes del candidato o de alguien de su séquito? El hecho es que la niñez es una ciudadanía importante, pero no apta para votar, por lo mismo ni se les tiene en cuenta su criterio ni se les convoca a paneles, foros o debates políticos.
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Al respecto la Constitución Nacional decreta sobre el Consejo de infancia y adolescencia que “es un órgano consultivo, representativo de los niños, niñas y adolescentes de la ciudad, cuya finalidad es participar en las decisiones municipales que los afecten”. Dice, además, que “El Estado en cabeza de todos y cada uno de sus agentes tiene la responsabilidad inexcusable de actuar oportunamente para garantizar la realización, protección y el restablecimiento de los derechos de los niños, las niñas y los adolescentes.
Pero acaso alguien ha visto a algún candidato a cabildante o burgomaestre reunido con los consejos de infancia o, al menos, convocando a la niñez de su comunidad para escuchar de viva voz sus criterios ciudadanos o sus demandas sobre las ofertas urbanas en su beneficio. Ninguno lo hace, porque son políticos de nociones unívocas, inmediatistas, para los cuales la opinión de la niñez es prescindible.
Ciertamente el voto que la niñez aporta es tácito, no aparece en la oración politiquera, quienes votan por para o por ellos son sus parientes adultos. Ojalá los candidatos en una democracia más humana e inclusiva escucharán e hiciera vinculante el concepto de ciudad de los niños y adolescentes. Tampoco los árboles ni los ríos votan, no creo que entre los políticos alguno tenga la sensibilidad de escuchar las voces de estos seres tácitos en el mundanal.
Faltando un mes para las elecciones ya están en pleno furor las campañas de los candidatos a concejos, asambleas y alcaldías de todo el país. Empezó pues el zafarrancho politiquero y, como de propuestas novedosas y fundamentales pocón pocón, la ventaja la sacan los asesores de imagen y los publicistas, luego en carácter y contenido la contienda electoral es cosmética.
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Prestos a bruñirles el aspecto a los candidatos estarán peluqueros, dermatólogos, manicuristas y, por supuesto, camarógrafos que a punta de photoshop ayudarán a taparles los rasgos y las máculas de rufianes que los puedan delatar. Las tiendas de litografías e impresoras ya han producido a granel los volantes, las chapolas, los afiches, las vallas con frases de cajón, lugares comunes, lemas unívocos que nadie lee en serio y si, en cambio, empañan postes y paredes, enmugran andenes, apabullante contaminación visual y física, que la ley admite sin reparos.
Si le preguntamos a cualquiera del común cuál es mayor problema de su municipio, sin dudarlo responderá “la inseguridad”. De hecho, se sabía desde principio del año que ese sería el tema capital de todas las campañas. De ello se encargaron de priorizarlo los guerreristas y los telenoticieros. El otro, “la corrupción”, lo vergonzante es que siendo la honestidad condición sine qua non en quién pretenda ser elegido, lo ponen en sus carteles como una oferta original. Para el caso de Bogotá “el metro” por ser un entuerto de hace un siglo lo podemos considerar un refrito.
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En el folclor politiquero del país es tradición que los partidos tengan votos amarrados o cautivos. En campaña los encargados del marketing político distinguen, además, los sectores con votantes potenciales y es a ellos a quienes dirigen su publicidad, así son muchas las ciudadanías omitidas en tanto que no cuentan a la hora del escrutinio.
Casualmente una escena que presencié el domingo en la ciclovía del Park Way motivó está columna. Vi a una niña y a un niño disfrazados con visera y camiseta estampadas con el nombre y el número de un candidato al concejo. La parejita ayudaba a los del equipo de campaña a repartir paletas a los ciclistas (en ese sector y en tal evento es más funcional este producto light que el típico tamal).
Me preguntó ¿eso no era abusiva explotación de la labor infantil? ¿si esa parejita de infantes no era manipulada, no obstante, fueran hijos o parientes del candidato o de alguien de su séquito? El hecho es que la niñez es una ciudadanía importante, pero no apta para votar, por lo mismo ni se les tiene en cuenta su criterio ni se les convoca a paneles, foros o debates políticos.
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Al respecto la Constitución Nacional decreta sobre el Consejo de infancia y adolescencia que “es un órgano consultivo, representativo de los niños, niñas y adolescentes de la ciudad, cuya finalidad es participar en las decisiones municipales que los afecten”. Dice, además, que “El Estado en cabeza de todos y cada uno de sus agentes tiene la responsabilidad inexcusable de actuar oportunamente para garantizar la realización, protección y el restablecimiento de los derechos de los niños, las niñas y los adolescentes.
Pero acaso alguien ha visto a algún candidato a cabildante o burgomaestre reunido con los consejos de infancia o, al menos, convocando a la niñez de su comunidad para escuchar de viva voz sus criterios ciudadanos o sus demandas sobre las ofertas urbanas en su beneficio. Ninguno lo hace, porque son políticos de nociones unívocas, inmediatistas, para los cuales la opinión de la niñez es prescindible.
Ciertamente el voto que la niñez aporta es tácito, no aparece en la oración politiquera, quienes votan por para o por ellos son sus parientes adultos. Ojalá los candidatos en una democracia más humana e inclusiva escucharán e hiciera vinculante el concepto de ciudad de los niños y adolescentes. Tampoco los árboles ni los ríos votan, no creo que entre los políticos alguno tenga la sensibilidad de escuchar las voces de estos seres tácitos en el mundanal.