Opinión: Elecciones 2023, ¿Radicalización o acuerdo nacional?
En mi opinión, estas elecciones reafirmaron esa tendencia: la independencia del voto urbano en buena parte de Colombia y la pérdida de poder e influencia de la política tradicional.
Uno debe empezar, cuando escribe en caliente, solo a pocas horas después de terminadas las elecciones, sin tener todavía el tiempo necesario para la reflexión, el análisis y la ponderación; uno debe empezar, decía, casi disculpándome, poniendo de presente la naturaleza apresurada y provisional de estas opiniones. Quisiera, en todo caso, hacer tres comentarios generales sobre los resultados de las elecciones regionales.
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El primero tiene que ver con los resultados en las grandes ciudades (o en la mayoría de ellas al menos). Después de la Constitución de 1991, la política electoral de las grandes ciudades se ha separado de la política partidista tradicional. Las ciudades votan libremente. Casi caprichosamente.
El clientelismo tradicional ha perdido poder elección tras elección. Sigue teniendo alguna influencia en las elecciones de concejales, pero no es una fuerza preponderante en las elecciones de alcaldes. En mi opinión, estas elecciones reafirmaron esa tendencia: la independencia del voto urbano en buena parte de Colombia y la pérdida de poder e influencia de la política tradicional.
Más información: Así quedaría el Concejo de Bogotá 2024-2027
Este fenómeno contrasta con lo ocurrido en algunas regiones de Colombia, donde la política tradicional recuperó los espacios que se creían perdidos. Algunas hegemonías departamentales que, con la elección de Gustavo Petro, se consideraban debilitadas o derrotadas, recuperaron el poder. El mapa político departamental que enfrentará ahora el presidente Petro es similar al que enfrentó Santos en su segundo gobierno.
La política ha cambiado mucho menos de lo que parecía hace apenas un año largo. Incluso uno podría decir que la inercia o persistencia de algunos liderazgos regionales es una de las características más notables de la política colombiana actual.
Más allá de la geografía electoral, los resultados sugieren también un cambio en la opinión pública, en las demandas sociales, en las mentes de la gente. Si el año pasado el sentimiento anti-establecimiento y antisistema era preponderante, ahora parece existir una demanda por mayor estabilidad y más seguridad. El gobierno, en su discurso y en sus proyectos, la gran mayoría todavía simples intenciones, se ha olvidado de las clases medias urbanas, de los colombianos que sienten que tienen algo que perder.
Las promesas de cambio se han quedado en eso, en discursos grandilocuentes y críticas reiteradas al sistema sin claridad acerca de las reformas que quieren llevarse a cabo. Mientras tanto crecen las preocupaciones sobre la atención en salud, la desaceleración de la economía, el control territorial, etc.
El clima de opinión ha cambiado más rápidamente de lo que el gobierno ha reconocido. El 2022 parece haber un momento político, una coyuntura particular, no un cambio significativo en la opinión y la política colombiana. El gobierno podría intentar un replanteamiento político, un ajuste a mitad de camino; podría intentar revivir el gobierno de coalición y la diversidad en el gabinete, por ejemplo.
Más información: Resultados elecciones 2023: así votó Colombia
Pero no lo creo. Probablemente intentará construir un relato político que enfatice la inercia de la política tradicional y las dificultades del cambio en medio de las alianzas de siempre entre políticos, empresarios y medios de comunicación. Si la radicalización es el camino escogido, habrá más crispación, más pugnacidad y pocas realizaciones. Un escenario preocupante, pues, sea lo que fuere, Colombia necesita la cooperación entre el gobierno Nacional y los mandatarios regionales recién elegidos.
Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá de El Espectador.
Uno debe empezar, cuando escribe en caliente, solo a pocas horas después de terminadas las elecciones, sin tener todavía el tiempo necesario para la reflexión, el análisis y la ponderación; uno debe empezar, decía, casi disculpándome, poniendo de presente la naturaleza apresurada y provisional de estas opiniones. Quisiera, en todo caso, hacer tres comentarios generales sobre los resultados de las elecciones regionales.
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El primero tiene que ver con los resultados en las grandes ciudades (o en la mayoría de ellas al menos). Después de la Constitución de 1991, la política electoral de las grandes ciudades se ha separado de la política partidista tradicional. Las ciudades votan libremente. Casi caprichosamente.
El clientelismo tradicional ha perdido poder elección tras elección. Sigue teniendo alguna influencia en las elecciones de concejales, pero no es una fuerza preponderante en las elecciones de alcaldes. En mi opinión, estas elecciones reafirmaron esa tendencia: la independencia del voto urbano en buena parte de Colombia y la pérdida de poder e influencia de la política tradicional.
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Este fenómeno contrasta con lo ocurrido en algunas regiones de Colombia, donde la política tradicional recuperó los espacios que se creían perdidos. Algunas hegemonías departamentales que, con la elección de Gustavo Petro, se consideraban debilitadas o derrotadas, recuperaron el poder. El mapa político departamental que enfrentará ahora el presidente Petro es similar al que enfrentó Santos en su segundo gobierno.
La política ha cambiado mucho menos de lo que parecía hace apenas un año largo. Incluso uno podría decir que la inercia o persistencia de algunos liderazgos regionales es una de las características más notables de la política colombiana actual.
Más allá de la geografía electoral, los resultados sugieren también un cambio en la opinión pública, en las demandas sociales, en las mentes de la gente. Si el año pasado el sentimiento anti-establecimiento y antisistema era preponderante, ahora parece existir una demanda por mayor estabilidad y más seguridad. El gobierno, en su discurso y en sus proyectos, la gran mayoría todavía simples intenciones, se ha olvidado de las clases medias urbanas, de los colombianos que sienten que tienen algo que perder.
Las promesas de cambio se han quedado en eso, en discursos grandilocuentes y críticas reiteradas al sistema sin claridad acerca de las reformas que quieren llevarse a cabo. Mientras tanto crecen las preocupaciones sobre la atención en salud, la desaceleración de la economía, el control territorial, etc.
El clima de opinión ha cambiado más rápidamente de lo que el gobierno ha reconocido. El 2022 parece haber un momento político, una coyuntura particular, no un cambio significativo en la opinión y la política colombiana. El gobierno podría intentar un replanteamiento político, un ajuste a mitad de camino; podría intentar revivir el gobierno de coalición y la diversidad en el gabinete, por ejemplo.
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Pero no lo creo. Probablemente intentará construir un relato político que enfatice la inercia de la política tradicional y las dificultades del cambio en medio de las alianzas de siempre entre políticos, empresarios y medios de comunicación. Si la radicalización es el camino escogido, habrá más crispación, más pugnacidad y pocas realizaciones. Un escenario preocupante, pues, sea lo que fuere, Colombia necesita la cooperación entre el gobierno Nacional y los mandatarios regionales recién elegidos.
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