Opinión: Elogio al tendero
El nuevo marketing aún no derrotan los encantos de la tienda. El tendero y el cliente son vecinos y amigos, se saludan y departen de temas de la vida, en cambio, en las tiendas de cadena la sensación de que te vigilan es inevitable.
Las tiendas de barrio, en tanto que generan la interrelación del vecindario, se han constituido en estancias comunitarias que trascienden lo meramente comercial. Son punto de referencia, de encuentros, generan dinámicas de convivencia, y las que logran perdurar en el tiempo abonan en la colectividad un sentido de pertenencia especial y se vuelven más emblemáticas que otros estamentos urbanos.
Quién no recuerda las tiendas de la infancia donde nos compraban las golosinas para la hora del recreo escolar, las galletas y paletas artesanales, en mi caso el boli costeño que ahora plagió y desplazó el Bon Ice de la multinacional Koala. Quién no recuerda las tiendas que nos vendían las canicas, las laminitas de los álbumes de historia patria o de los mundiales de fútbol. Y al tendero cuya deferencia nos enseñó a su modo la aritmética para que aprendiéramos a recibir las devueltas justas.
Las tiendas populares nacieron como una necesidad consecuente con las dinámicas primigenias de la sociedad de marcado antes del capitalismo salvaje que hoy nos apabulla.
Ahora que los grandes emporios comerciales han distinguido las ventajosas características de los clientes de tiendas de barrio, se metieron a competirles, a aprovecharse del significado que tienen para la conciencia popular y llegaron a los barrios disfrazando sus marcas con apariencia de tiendas barriales.
Desde el año 2009 los vecinos del común hemos visto prosperar en Antioquia, Cundinamarca, en los Santanderes y cada vez en más departamentos, a la cadena de tiendas de descuento D1. Fundada en Medellín por Koba Colombia S.A.S, empresa filial de otra de origen panameño Koba International Group.
Desde un comienzo han sido exitosas las tiendas D1, no obstante que se ubican en locales sencillos como un negocio más de la cuadra, en sus estanterías sin ostentación muestran productos al alcance de cualquiera y de hecho los precios son más baratos que cualquier otro supermercado.
Si bien hay un marketing y una concepción de mercadeo al menudeo basado en una aparente austeridad en la imagen, en la oferta y en la atención, lo que atrae a la clientela son los bajos precios.
En el año 2014 el Grupo Santo Domingo, con su empresa Valorem, Advierte el auge de las tiendas D1 y compra el cuarenta por ciento de las acciones de Koba. Pero, por las lógicas ambiciosas del mercado, los fundadores de la marca decidieron ponerle la competencia y abrieron Mercadería Justo&Bueno.
En este estilo de mercado también llegó una empresa de origen portugués a montar los Supermercados Ara, vale decir que Ara es el nombre nativo del papagayo logosímbolo de la tienda.
Se vino, pues, el mercadeo al menudeo, compitiendo abiertamente con la tradición de la tienda de barrio, ahora con la dinámica impersonal y la oferta consumista de una tienda de cadena.
Sin embargo, las tiendas siguen allí. El nuevo marketing aún no derrotan los encantos de la tienda: Lo primero es que el tendero y el cliente son vecinos y amigos, se saludan y departen de temas de la vida, en cambio, en las tiendas de cadena la sensación de que te vigilan es inevitable y la relación con las cajeras es impersonal y distante.
Lo segundo y la más importante diferencia es que el tendero te fía sin intereses; simplemente anota tu pedido en un cuaderno que guarda bajo la caja registradora y espera a la quincena cuando te llega tu sueldo. Y si eres un deudor moroso, pues te suspende el crédito hasta que te pongas al día. A veces canjean favores y hasta aceptan trueques a cambio de la deuda, los muy usureros reciben prendas o letras de cambio.
Los mejores tenderos son los que conocen la vida pública e íntima de sus clientes, con eso fungen de consejeros o sicólogos domésticos.
La vecina llega a la tienda no solo a abastecerse de los productos del diario, también le gusta estarse ante el mostrador y conversar con quien la atiende, contarle sus penas y sus dichas, siempre es grato oír una opinión sobre la existencia.
Por supuesto, hay tenderos de tenderos: junto a los bonachones y buenas gentes están los huraños, los codiciosos, los avivatos. Pero de todas maneras en la vida de barrio es más humano e integrador el que para adquirir los productos del diario vivir podamos relacionarnos desde la mirada, desde la palabra y no solo desde distancia fría y pragmática, la tarjeta de crédito y el dinero.
Las mejores tiendas de barrio son aquellas donde, además de los productos de marca, todavía se consiguen comestibles artesanales: el cortado, la cocada, el bocadillo. Donde te venden el atajo de verduras y el bastimento para la sopa del día. Donde el tendero te reconoce y le puedes decir: “Vecino, me llevo media panela, media de arroz, media de café y anóteme ahí.”
¿Será que el tendero tan del vecindario como su clientela será otra especie en vía de extinción?
Las tiendas de barrio, en tanto que generan la interrelación del vecindario, se han constituido en estancias comunitarias que trascienden lo meramente comercial. Son punto de referencia, de encuentros, generan dinámicas de convivencia, y las que logran perdurar en el tiempo abonan en la colectividad un sentido de pertenencia especial y se vuelven más emblemáticas que otros estamentos urbanos.
Quién no recuerda las tiendas de la infancia donde nos compraban las golosinas para la hora del recreo escolar, las galletas y paletas artesanales, en mi caso el boli costeño que ahora plagió y desplazó el Bon Ice de la multinacional Koala. Quién no recuerda las tiendas que nos vendían las canicas, las laminitas de los álbumes de historia patria o de los mundiales de fútbol. Y al tendero cuya deferencia nos enseñó a su modo la aritmética para que aprendiéramos a recibir las devueltas justas.
Las tiendas populares nacieron como una necesidad consecuente con las dinámicas primigenias de la sociedad de marcado antes del capitalismo salvaje que hoy nos apabulla.
Ahora que los grandes emporios comerciales han distinguido las ventajosas características de los clientes de tiendas de barrio, se metieron a competirles, a aprovecharse del significado que tienen para la conciencia popular y llegaron a los barrios disfrazando sus marcas con apariencia de tiendas barriales.
Desde el año 2009 los vecinos del común hemos visto prosperar en Antioquia, Cundinamarca, en los Santanderes y cada vez en más departamentos, a la cadena de tiendas de descuento D1. Fundada en Medellín por Koba Colombia S.A.S, empresa filial de otra de origen panameño Koba International Group.
Desde un comienzo han sido exitosas las tiendas D1, no obstante que se ubican en locales sencillos como un negocio más de la cuadra, en sus estanterías sin ostentación muestran productos al alcance de cualquiera y de hecho los precios son más baratos que cualquier otro supermercado.
Si bien hay un marketing y una concepción de mercadeo al menudeo basado en una aparente austeridad en la imagen, en la oferta y en la atención, lo que atrae a la clientela son los bajos precios.
En el año 2014 el Grupo Santo Domingo, con su empresa Valorem, Advierte el auge de las tiendas D1 y compra el cuarenta por ciento de las acciones de Koba. Pero, por las lógicas ambiciosas del mercado, los fundadores de la marca decidieron ponerle la competencia y abrieron Mercadería Justo&Bueno.
En este estilo de mercado también llegó una empresa de origen portugués a montar los Supermercados Ara, vale decir que Ara es el nombre nativo del papagayo logosímbolo de la tienda.
Se vino, pues, el mercadeo al menudeo, compitiendo abiertamente con la tradición de la tienda de barrio, ahora con la dinámica impersonal y la oferta consumista de una tienda de cadena.
Sin embargo, las tiendas siguen allí. El nuevo marketing aún no derrotan los encantos de la tienda: Lo primero es que el tendero y el cliente son vecinos y amigos, se saludan y departen de temas de la vida, en cambio, en las tiendas de cadena la sensación de que te vigilan es inevitable y la relación con las cajeras es impersonal y distante.
Lo segundo y la más importante diferencia es que el tendero te fía sin intereses; simplemente anota tu pedido en un cuaderno que guarda bajo la caja registradora y espera a la quincena cuando te llega tu sueldo. Y si eres un deudor moroso, pues te suspende el crédito hasta que te pongas al día. A veces canjean favores y hasta aceptan trueques a cambio de la deuda, los muy usureros reciben prendas o letras de cambio.
Los mejores tenderos son los que conocen la vida pública e íntima de sus clientes, con eso fungen de consejeros o sicólogos domésticos.
La vecina llega a la tienda no solo a abastecerse de los productos del diario, también le gusta estarse ante el mostrador y conversar con quien la atiende, contarle sus penas y sus dichas, siempre es grato oír una opinión sobre la existencia.
Por supuesto, hay tenderos de tenderos: junto a los bonachones y buenas gentes están los huraños, los codiciosos, los avivatos. Pero de todas maneras en la vida de barrio es más humano e integrador el que para adquirir los productos del diario vivir podamos relacionarnos desde la mirada, desde la palabra y no solo desde distancia fría y pragmática, la tarjeta de crédito y el dinero.
Las mejores tiendas de barrio son aquellas donde, además de los productos de marca, todavía se consiguen comestibles artesanales: el cortado, la cocada, el bocadillo. Donde te venden el atajo de verduras y el bastimento para la sopa del día. Donde el tendero te reconoce y le puedes decir: “Vecino, me llevo media panela, media de arroz, media de café y anóteme ahí.”
¿Será que el tendero tan del vecindario como su clientela será otra especie en vía de extinción?