Opinión: en los rines
La falsa disyuntiva entre renta básica o reactivación de la ciudad, está lejos de resolver una crisis, que exige un plan integral que atienda una emergencia y garantice el futuro
César Andrés Restrepo F.
Desde 1992 y durante poco más de una década Bogotá emprendió una ruta de transformación en numerosas dimensiones, con el fin de superar el estancamiento en que había entrado por años, evidenciado en su creciente insostenibilidad, deterioro urbano y violencia, aún siendo la capital del país.
Una década de esfuerzos ininterrumpidos, con altos y bajos, pero con una visión clara del horizonte estratégico y de los esfuerzos necesarios, llevaron a una modernización palpable del sistema de gobierno, los servicios públicos, la infraestructura, el transporte y en general del ambiente de la ciudad, logrando recuperar algo del tiempo perdido en la evolución urbana.
Opinión: Cinco estrategias para construir seguridad en Bogotá
Al parecer el cambio en la configuración de la ciudad trajo consigo tal nivel de recuperación del estado de animo y la confianza, que durante los 10 años siguientes la selección del liderazgo de la capital por parte de los ciudadanos pareciera haber pasado a un segundo plano. En ocasiones la confianza reconstruida hace perder de vista que el esfuerzo sostenido es lo único que garantizará mañana el bienestar de hoy.
El exceso de confianza en una inercia de ciudad lo suficientemente veloz que neutralizara los efectos catastróficos de eventuales gobernantes fallidos, enfrentó a los bogotanos a una década con un proyecto de ciudad confuso, con efectos destructivos en la confianza, la competitividad y el futuro del proyecto urbano-ciudadano.
Opinión: Sin justicia, no hay seguridad
A partir de 2016 la ciudad ha intentado retomar la agenda perdida desde 2004. Pero la suerte ha sido esquiva. La pandemia y la inestabilidad producto de los excesos en las protestas han traído consigo un aumento significativo de los riesgos para la ciudad en sostenibilidad, desarrollo, competitividad, seguridad e inclusión.
Estas dimensiones cuyo desarrollo simultaneo resultan clave para generar el bienestar que una capital promete ofrecer a propios y extraños, son precisamente las que se afectaron durante los 12 años de liderazgos fallidos y lo que hoy confusamente enfrentamos con sentido de urgencia.
La interrupción en el desarrollo de cimientos resistentes para enfrentar eventos críticos como los actuales es el origen del malestar social sobre el cual se han materializado la destrucción de bienes públicos, empleos, vidas, vidas, así como el deterioro de la confianza y la esperanza en lo que la ciudad puede brindar. Para la ciudad, como para los ciudadanos, el tiempo y los recursos malogrados en el presente representan las dificultades del mañana.
Comando y Control: clave para la gestión de una Bogotá en crisis
En el marco de la crisis que enfrentamos surge de nuevo una tensión pública entre un proyecto de ciudad o la atención de necesidades urgentes a las necesidades de ciudadanos inmensamente golpeados por esta. Un dilema inexistente que lejos de resolver un asunto crítico lo potencia, dividiendo a los ciudadanos en tiempos que demandan unión.
Más allá de la discusión sobre renta básica o reactivación de la ciudad, la visión de la crisis precisa de una observación temporalizada de los problemas que pueda traducirse en un plan que integre al gobierno local con los ciudadanos en la recuperación del ambiente necesario para la reconstrucción social y económica de la ciudad.
Si bien las transferencias directas de dinero a familias con inmensas necesidades representan una herramienta muy atractiva para políticos y ciudadanos, será toxica de no estar acompañada de un plan estructural y rápido de empleo. No rescatar a los ciudadanos de ese ingreso mínimo lo más rápido posible aumentará las frustraciones de mediano plazo de sus beneficiarios.
Prescindir de la reconstrucción del ambiente productivo de la ciudad también resulta dañino. Lo que para algunos no es una herramienta útil frente a la emergencia, en realidad representa la más importante. Proyectar a Bogotá fuera de la crisis exige brindarle a propios y extraños una mejor vivencia de la ciudad, que los motive y les de confianza en un proyecto de ciudad con un futuro confiable.
Una red vial que hace ruina, faltantes de infraestructura, espacios públicos desordenados e inseguridad, entre otros, hacen de Bogotá en la actualidad una mala experiencia de ciudad afectando directamente las posibilidades de seducir la inversión, fortalecer la productividad y el consumo, e incrementar el recaudo para financiar programas de emergencia como la renta básica.
En esa medida, la recuperación de condiciones mínimas de habitabilidad del espacio público, la recuperación urgente de los bienes públicos destruidos y la reconstrucción del ambiente de estabilidad y del tejido social, representan acciones urgentes simultaneas más allá de la disyuntiva falaz entre estómagos llenos y calles transitables.
La administración enfrenta el reto de alejarse del rentable discurso de calmar el hambre, para apostarle al de superarla. De no ser así, le heredará a las administraciones de la siguiente década un legado de descontento e inestabilidad como lo hicieron los alcaldes de los doce años.
Desde 1992 y durante poco más de una década Bogotá emprendió una ruta de transformación en numerosas dimensiones, con el fin de superar el estancamiento en que había entrado por años, evidenciado en su creciente insostenibilidad, deterioro urbano y violencia, aún siendo la capital del país.
Una década de esfuerzos ininterrumpidos, con altos y bajos, pero con una visión clara del horizonte estratégico y de los esfuerzos necesarios, llevaron a una modernización palpable del sistema de gobierno, los servicios públicos, la infraestructura, el transporte y en general del ambiente de la ciudad, logrando recuperar algo del tiempo perdido en la evolución urbana.
Opinión: Cinco estrategias para construir seguridad en Bogotá
Al parecer el cambio en la configuración de la ciudad trajo consigo tal nivel de recuperación del estado de animo y la confianza, que durante los 10 años siguientes la selección del liderazgo de la capital por parte de los ciudadanos pareciera haber pasado a un segundo plano. En ocasiones la confianza reconstruida hace perder de vista que el esfuerzo sostenido es lo único que garantizará mañana el bienestar de hoy.
El exceso de confianza en una inercia de ciudad lo suficientemente veloz que neutralizara los efectos catastróficos de eventuales gobernantes fallidos, enfrentó a los bogotanos a una década con un proyecto de ciudad confuso, con efectos destructivos en la confianza, la competitividad y el futuro del proyecto urbano-ciudadano.
Opinión: Sin justicia, no hay seguridad
A partir de 2016 la ciudad ha intentado retomar la agenda perdida desde 2004. Pero la suerte ha sido esquiva. La pandemia y la inestabilidad producto de los excesos en las protestas han traído consigo un aumento significativo de los riesgos para la ciudad en sostenibilidad, desarrollo, competitividad, seguridad e inclusión.
Estas dimensiones cuyo desarrollo simultaneo resultan clave para generar el bienestar que una capital promete ofrecer a propios y extraños, son precisamente las que se afectaron durante los 12 años de liderazgos fallidos y lo que hoy confusamente enfrentamos con sentido de urgencia.
La interrupción en el desarrollo de cimientos resistentes para enfrentar eventos críticos como los actuales es el origen del malestar social sobre el cual se han materializado la destrucción de bienes públicos, empleos, vidas, vidas, así como el deterioro de la confianza y la esperanza en lo que la ciudad puede brindar. Para la ciudad, como para los ciudadanos, el tiempo y los recursos malogrados en el presente representan las dificultades del mañana.
Comando y Control: clave para la gestión de una Bogotá en crisis
En el marco de la crisis que enfrentamos surge de nuevo una tensión pública entre un proyecto de ciudad o la atención de necesidades urgentes a las necesidades de ciudadanos inmensamente golpeados por esta. Un dilema inexistente que lejos de resolver un asunto crítico lo potencia, dividiendo a los ciudadanos en tiempos que demandan unión.
Más allá de la discusión sobre renta básica o reactivación de la ciudad, la visión de la crisis precisa de una observación temporalizada de los problemas que pueda traducirse en un plan que integre al gobierno local con los ciudadanos en la recuperación del ambiente necesario para la reconstrucción social y económica de la ciudad.
Si bien las transferencias directas de dinero a familias con inmensas necesidades representan una herramienta muy atractiva para políticos y ciudadanos, será toxica de no estar acompañada de un plan estructural y rápido de empleo. No rescatar a los ciudadanos de ese ingreso mínimo lo más rápido posible aumentará las frustraciones de mediano plazo de sus beneficiarios.
Prescindir de la reconstrucción del ambiente productivo de la ciudad también resulta dañino. Lo que para algunos no es una herramienta útil frente a la emergencia, en realidad representa la más importante. Proyectar a Bogotá fuera de la crisis exige brindarle a propios y extraños una mejor vivencia de la ciudad, que los motive y les de confianza en un proyecto de ciudad con un futuro confiable.
Una red vial que hace ruina, faltantes de infraestructura, espacios públicos desordenados e inseguridad, entre otros, hacen de Bogotá en la actualidad una mala experiencia de ciudad afectando directamente las posibilidades de seducir la inversión, fortalecer la productividad y el consumo, e incrementar el recaudo para financiar programas de emergencia como la renta básica.
En esa medida, la recuperación de condiciones mínimas de habitabilidad del espacio público, la recuperación urgente de los bienes públicos destruidos y la reconstrucción del ambiente de estabilidad y del tejido social, representan acciones urgentes simultaneas más allá de la disyuntiva falaz entre estómagos llenos y calles transitables.
La administración enfrenta el reto de alejarse del rentable discurso de calmar el hambre, para apostarle al de superarla. De no ser así, le heredará a las administraciones de la siguiente década un legado de descontento e inestabilidad como lo hicieron los alcaldes de los doce años.