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Seis hechos de criminalidad y violencia desde el 29 de junio han fortalecido la idea ciudadana de que la seguridad en Bogotá atraviesa una temporada crítica. El más reciente hecho ocurrió la tarde del 17 de julio, cuando un ciudadano fue asesinado por fleteros en el barrio La Florida, de la localidad de Engativá.
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Aunque estos eventos ocurren en diferentes lugares de la ciudad una revisión de los entornos donde ocurren permiten apreciar dos patrones generales que los conectan: el infarto de movilidad y el caos en el espacio público causado por una administración distrital incapaz de gestionar, ordenar y controlar el territorio urbano.
Frentes activos de obra, corredores viales y peatonales obstruidos, ausencia de mantenimiento del equipamiento urbano, desaparición de la gestión en vía y medidas restrictivas del uso de corredores viales por autos han creado un caos generalizado que infarta la ciudad.
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Malla vial destruida, entornos vegetales descuidados, obstáculos causados por materiales o residuos, basuras, empozamientos, maletines, señalizadores, polos de tráfico, indisciplina vial, tráfico desordenado, asignación errada de los sentidos de vía son el ADN de los trancones que han posicionado a la ciudad como la de peor tráfico en el mundo.
Los mismos que se convierten en una “ventaja táctica” para los delincuentes dado que el bloqueo urbano hace vulnerable al ciudadano, obstaculiza la reacción policial y aumenta las probabilidades de éxito del delincuente en la ejecución del crimen y la huida.
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A esta conclusión se llega a partir de la reconstrucción de los hechos anteriormente descritos en el contexto donde ocurrieron. Los cráteres que caracterizan la conexión de la Avenida Caracas con la Calle 80 y el semáforo crean una trampa de la cual es difícil de escapar con cuatro delincuentes apuntando a la ventana.
Ni hablar de la reducción del corredor vial en las carreras 11 y 7ma, que, si bien busca atender una nueva demanda de servicios de transporte, deja en evidencia que nunca se previeron las ventajas que podrían ofrecer tapones y barreras invisibles en varios segmentos para que un delincuente ataque, afecte y escape.
Lo anterior está lejos de ser una especulación. La suma de mala infraestructura, pésima gestión vial y espacio público caótico hacen coincidir zonas de alta incidencia del hurto con corredores de movilidad infartados.
Así lo demuestra el análisis georreferenciado de hurto a personas y las velocidades promedio en diferentes segmentos de vial de la ciudad, que deja a la vista una exitosa trampa delincuencial para los ciudadanos entre la carrera séptima y la carrera 30, desde la calle 26 hasta la calle 100, para poner un ejemplo.
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Alguien podría decir que un distorsionador de este análisis es la incidencia de Transmilenio como gran fuente de hurtos en la ciudad, especialmente en esa zona. Pero la visión territorial del delito muestra dispersos un mayor número de estos delitos en calles y barrios contiguo a la troncal.
Así pasa en toda la ciudad. En zonas contiguas a segmentos de vía con velocidades de entre 15 y 20 Km/h proliferan los casos de hurto. No es casualidad que allí existan emporios de receptación, incentivos para alianzas entre criminales y cómplices locales que identifican las oportunidades que ofrece el entorno.
Los motorizados armados que atracaron a un ciudadano que había comprado dólares minutos antes en la zona de Unicentro no tuvieron un golpe de suerte, sino que ejecutaron una acción direccionada por cómplices que señalan víctimas y evalúan oportunidades de éxito en un área de mal espacio público y movilidad.
Esta también es la razón para que la prohibición de parrilleros resulte inocua. Sin control efectivo de los corredores viales y espacio habilitado para la persecución, la ventaja será para los delincuentes motorizados, los riesgos para los policías. No es mala la restricción, si lo es la ejecución.
La prestación de un servicio de seguridad efectivo y de calidad exige un espacio urbano en el que la Fuerza Pública tenga acceso territorial sin límite y una movilidad garantizada en tiempos de reacción y atención.
Solo con gestión, orden y control de los corredores viales y el espacio público se debilitan las trampas criminales en las que se han convertido segmentos de vía sobre las Calles 100 y 68, las carreras Séptima y Once, las Avenidas Caracas y Ciudad de Cali, por ejemplo.
Además, se quiebra el control criminal del contexto urbano, se incrementan las necesidades de recursos y aliados para el delito, se disminuye la posibilidad de una huida exitosa de los delincuentes. Disuasión criminal como resultado de una gestión adecuada de la ciudad.
Sea esta la oportunidad para alertar sobre la poca reflexión sobre seguridad en el proyecto de corredor verde de la carrera séptima. Si no se garantizan flujos funcionales, tránsito flexible, gestión permanente en vía y mantenimiento sostenido del entorno esa innovación urbanística se convertirá en una trampa criminal.
Recuperar la seguridad de la ciudad empieza por devolverle a los organismos de seguridad un ambiente urbano que contribuya a la oportunidad y la eficacia en su servicio.