Opinión: Jóvenes ¿un mañana sin futuro?
La frase “Los jóvenes son el futuro” la hemos escuchado muchas veces, pero que no se traduce en oportunidades reales para que puedan desplegar sus talentos. Es una intención retórica que poco o nada se compadece con la realidad, pero que refleja que al sistema no le interesa el cambio ni ofrece futuro. De ahí su actitud “confórmense con lo que les toca. No hay más”.
Fernando Rojas Parra
En Colombia hay más de 11 millones de jóvenes, de los cuales tres millones, entre 15 y 28 años, ni estudian ni trabajan. Según el Dane, un millón son hombres y dos millones mujeres. Por donde se le mire son cifras aterradoras con efectos negativos en los proyectos de vida de quienes se supone serían el futuro.
Al mismo tiempo, entre los 25 y 35 años, hoy tenemos a la generación mejor formada de nuestra historia. Sin embargo, su calidad de vida no es sustancialmente superior a generaciones anteriores. Algunos no tienen trabajo. Otros tienen entre dos y tres puestos, para ganar un sueldo medianamente razonable. Muchos están presos, con zozobra e inestabilidad, de los contratos de prestación de servicios.
Desde esa perspectiva, los jóvenes en Colombia parecen estar condenados a sobrevivir entre la precarización y la reducción de las oportunidades. Por un lado, la educación no los prepara para los desafíos actuales. Se enfoca más en enseñar a hacer caso que en entregar herramientas para innovar y crear. Por el otro, está de moda promover el emprendimiento como forma de vida, pero en la realidad en muchos casos es un rebusque disfrazado.
En medio de esa situación, cientos de miles de familias están sumidas en la frustración. Con grandes esfuerzos, incluso endeudándose hasta el cuello, apostaron a la educación de sus hijos e hijas con la esperanza de que tuvieran un futuro con más y mejores oportunidades. Desafortunadamente, ese sueño se estrelló contra el desempleo y la informalidad.
Para completar este panorama, la casta política ha sido incapaz de estar a la altura de este inmenso desafío. Encapsulada en sus privilegios y concentrada en favorecer a sus clanes familiares, se olvidó de abrir la puerta de las oportunidades. Basta ver la cantidad de delfines que, con o sin talento, se quedan con los mejores lugares simplemente por sus apellidos o sus relaciones sociales.
Ese es el país joven que encontrará quien gane la presidencia. Por eso, no puede ignorar que parte importante de la raíz del malestar social de los jóvenes radica en que sienten que todas esas promesas de los políticos de turno no son para ellos ni traerán los beneficios anunciados.
Si se quiere recuperar la confianza de los jóvenes, hay que partir de que no se puede construir el futuro con ideas o actitudes del pasado. El camino construido no ha llevado al destino esperado. El timonazo es inaplazable. No estamos y no tenemos por qué estar condenados a repetir una historia de eterno fracaso.
En Colombia hay más de 11 millones de jóvenes, de los cuales tres millones, entre 15 y 28 años, ni estudian ni trabajan. Según el Dane, un millón son hombres y dos millones mujeres. Por donde se le mire son cifras aterradoras con efectos negativos en los proyectos de vida de quienes se supone serían el futuro.
Al mismo tiempo, entre los 25 y 35 años, hoy tenemos a la generación mejor formada de nuestra historia. Sin embargo, su calidad de vida no es sustancialmente superior a generaciones anteriores. Algunos no tienen trabajo. Otros tienen entre dos y tres puestos, para ganar un sueldo medianamente razonable. Muchos están presos, con zozobra e inestabilidad, de los contratos de prestación de servicios.
Desde esa perspectiva, los jóvenes en Colombia parecen estar condenados a sobrevivir entre la precarización y la reducción de las oportunidades. Por un lado, la educación no los prepara para los desafíos actuales. Se enfoca más en enseñar a hacer caso que en entregar herramientas para innovar y crear. Por el otro, está de moda promover el emprendimiento como forma de vida, pero en la realidad en muchos casos es un rebusque disfrazado.
En medio de esa situación, cientos de miles de familias están sumidas en la frustración. Con grandes esfuerzos, incluso endeudándose hasta el cuello, apostaron a la educación de sus hijos e hijas con la esperanza de que tuvieran un futuro con más y mejores oportunidades. Desafortunadamente, ese sueño se estrelló contra el desempleo y la informalidad.
Para completar este panorama, la casta política ha sido incapaz de estar a la altura de este inmenso desafío. Encapsulada en sus privilegios y concentrada en favorecer a sus clanes familiares, se olvidó de abrir la puerta de las oportunidades. Basta ver la cantidad de delfines que, con o sin talento, se quedan con los mejores lugares simplemente por sus apellidos o sus relaciones sociales.
Ese es el país joven que encontrará quien gane la presidencia. Por eso, no puede ignorar que parte importante de la raíz del malestar social de los jóvenes radica en que sienten que todas esas promesas de los políticos de turno no son para ellos ni traerán los beneficios anunciados.
Si se quiere recuperar la confianza de los jóvenes, hay que partir de que no se puede construir el futuro con ideas o actitudes del pasado. El camino construido no ha llevado al destino esperado. El timonazo es inaplazable. No estamos y no tenemos por qué estar condenados a repetir una historia de eterno fracaso.