Opinión: La carrera por la Alcaldía Mayor de Bogotá
Bogotá necesita con urgencia un mandatario o una mandataria capaz de dar resultados frente a las muchas carencias de los bogotanos. Ponerle el pecho a la inseguridad; definir y poner en marcha una moderna infraestructura vial, y dejar de ser laxos con los contratistas incumplidos, no admite más retórica, sino acciones firmes. No debe haber espacio para aprendices y más demagogia en la capital de los colombianos.
Ricardo Felipe Herrera Carrillo
Salvo el cuatrienio a cargo de Enrique Peñalosa, la Alcaldía Mayor en los últimos 20 años ha estado dirigida por gobernantes de izquierda y con un discurso progresista. Así llegaron a la alcaldía Luis Eduardo (Lucho) Garzón, Samuel Moreno (+), Gustavo Petro y Claudia López. Lo que se advierte después de este pobre experimento es una Ciudad Capital en retroceso.
Seguimos en la Bogotá de hace dos décadas, pero peor. La inseguridad marca galopantemente la pauta. La inmovilidad vial y peatonal, peor que nunca. Mucha retórica ambientalista, pero la situación del río Bogotá, los cerros orientales y el espacio público (medio ambiente urbano) en vertiginosa caída libre de deterioro. La carencia de autoridad policial en su más crítico momento.
Los mayores escándalos de corrupción se han producido durante estas administraciones progresistas. El “carrusel de la contratación” de Samuel Moreno (+) no tiene precedente similar, sino que todo parece indicar que tiene su réplica en la actual a partir de los últimos escándalos en la Uaesp que involucran al propio jefe de gabinete, Antonio Sanguino y otros.
Los accesos y salidas viales de Bogotá siguen igual de parroquiales que siempre. Muchos anuncios mediáticos, pero la “autopista” del sur y la del norte, son todo menos autopistas. Y la salida y entrada por la calle 13 es, igual que las otras, un caos casi inverosímil. Lo propio, pasa en las escasas vías internas de la ciudad. El culto al “No carro” mantiene a la ciudad vialmente estancada, llena de unos importantes kilómetros de ciclorrutas casi abandonadas y en estado deplorable, pero que sirven para alimentar con datos el discurso progresista cargado de altas dosis de demagogia en contra del vehículo particular.
No basta que quienes decidan aspirar a dirigir la capital de los colombianos sean honestos. Eso no tiene mérito alguno, es un deber. Tampoco incluyentes, aplica lo propio. No basta que sus anteriores responsabilidades públicas las haya cumplido con eficiencia, necesario, pero insisto, no basta. Mucho menos cuando esas responsabilidades públicas, lejos están de aportarle para ser un buen alcalde o alcaldesa. Tampoco es un diferenciador de quién gobierne, escuchar a quienes gobierna, es una obligación y una actitud medianamente inteligente.
Bogotá y todas la ciudades grandes, medianas y pequeñas del país no requieren de gerentes, esos son para las empresas, mucho menos simples políticos. Estos funcionan bien como parte de la presión propia de los cuerpos colegiados, pero con contadísimas excepciones han funcionado eficazmente en el ejecutivo.
Lo que se necesita es alguien capaz y que sepa gobernar. Que sepa desde ya qué debe hacer, lo proponga y tenga una estrategia para cumplirlo. No que ande en las calles preguntando lo que debe hacer. Eso se vende mediáticamente muy bonito como democrático e incluyente, pero en realidad lo que pone en preocupante evidencia es que no se está preparado para dirigir a Bogotá.
Los candidatos y candidatas están en la obligación de proponer lo que cumplirán. Bogotá no resiste más promesas irresponsables e incumplibles, adornadas de retórica “políticamente correcta”, pero al final barata. Bogotá requiere de candidatos y candidatas con la seriedad y capacidad que exige una ciudad de este tamaño. Larga es la lista de candidatos y candidatas, pero muy pobres las condiciones mostradas, por lo pronto, que permita inclinarse por alguien.
Una vez más, en su gran mayoría, esos candidatos y candidatas, procuran distanciarse de los partidos a los que pertenecen para lanzarse como “independientes”, para luego tener que negociar con ellos. Ese es un buen indicador para identificar a quienes actúan con una doble moral política y no tienen un gramo de peso como eventuales gobernantes.
Salvo el cuatrienio a cargo de Enrique Peñalosa, la Alcaldía Mayor en los últimos 20 años ha estado dirigida por gobernantes de izquierda y con un discurso progresista. Así llegaron a la alcaldía Luis Eduardo (Lucho) Garzón, Samuel Moreno (+), Gustavo Petro y Claudia López. Lo que se advierte después de este pobre experimento es una Ciudad Capital en retroceso.
Seguimos en la Bogotá de hace dos décadas, pero peor. La inseguridad marca galopantemente la pauta. La inmovilidad vial y peatonal, peor que nunca. Mucha retórica ambientalista, pero la situación del río Bogotá, los cerros orientales y el espacio público (medio ambiente urbano) en vertiginosa caída libre de deterioro. La carencia de autoridad policial en su más crítico momento.
Los mayores escándalos de corrupción se han producido durante estas administraciones progresistas. El “carrusel de la contratación” de Samuel Moreno (+) no tiene precedente similar, sino que todo parece indicar que tiene su réplica en la actual a partir de los últimos escándalos en la Uaesp que involucran al propio jefe de gabinete, Antonio Sanguino y otros.
Los accesos y salidas viales de Bogotá siguen igual de parroquiales que siempre. Muchos anuncios mediáticos, pero la “autopista” del sur y la del norte, son todo menos autopistas. Y la salida y entrada por la calle 13 es, igual que las otras, un caos casi inverosímil. Lo propio, pasa en las escasas vías internas de la ciudad. El culto al “No carro” mantiene a la ciudad vialmente estancada, llena de unos importantes kilómetros de ciclorrutas casi abandonadas y en estado deplorable, pero que sirven para alimentar con datos el discurso progresista cargado de altas dosis de demagogia en contra del vehículo particular.
No basta que quienes decidan aspirar a dirigir la capital de los colombianos sean honestos. Eso no tiene mérito alguno, es un deber. Tampoco incluyentes, aplica lo propio. No basta que sus anteriores responsabilidades públicas las haya cumplido con eficiencia, necesario, pero insisto, no basta. Mucho menos cuando esas responsabilidades públicas, lejos están de aportarle para ser un buen alcalde o alcaldesa. Tampoco es un diferenciador de quién gobierne, escuchar a quienes gobierna, es una obligación y una actitud medianamente inteligente.
Bogotá y todas la ciudades grandes, medianas y pequeñas del país no requieren de gerentes, esos son para las empresas, mucho menos simples políticos. Estos funcionan bien como parte de la presión propia de los cuerpos colegiados, pero con contadísimas excepciones han funcionado eficazmente en el ejecutivo.
Lo que se necesita es alguien capaz y que sepa gobernar. Que sepa desde ya qué debe hacer, lo proponga y tenga una estrategia para cumplirlo. No que ande en las calles preguntando lo que debe hacer. Eso se vende mediáticamente muy bonito como democrático e incluyente, pero en realidad lo que pone en preocupante evidencia es que no se está preparado para dirigir a Bogotá.
Los candidatos y candidatas están en la obligación de proponer lo que cumplirán. Bogotá no resiste más promesas irresponsables e incumplibles, adornadas de retórica “políticamente correcta”, pero al final barata. Bogotá requiere de candidatos y candidatas con la seriedad y capacidad que exige una ciudad de este tamaño. Larga es la lista de candidatos y candidatas, pero muy pobres las condiciones mostradas, por lo pronto, que permita inclinarse por alguien.
Una vez más, en su gran mayoría, esos candidatos y candidatas, procuran distanciarse de los partidos a los que pertenecen para lanzarse como “independientes”, para luego tener que negociar con ellos. Ese es un buen indicador para identificar a quienes actúan con una doble moral política y no tienen un gramo de peso como eventuales gobernantes.