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Según el DANE, la mitad de los niños y niñas colombianos no terminará la educación media y según los promedios del Ministerio de Educación, este año lectivo que culmina, Bogotá dejará atrás de seis (6) de cada 100 niños o niñas que se matricularon desde preescolar hasta 11 y que no lograron las metas académicas. La capital, también perderá a casi siete (7) estudiantes de cada 100 por deserción intra o interanual y dos (2) de cada 100 abandonarán las aulas.
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Pero estos datos no solo hablan de una crisis educativa, sino también de una crisis social, económica y moral. Las cifras de Medicina Legal son demoledoras y muestran la íntima relación entre ser víctima de violencia y el grado de educación. En su informe Forensis, el Instituto evidencia que el 88% de las víctimas de violencia tiene bajos niveles educativos, con el bachillerato como máximo grado de educación.
Sin embargo, el sistema educativo no solo debe enfocarse en las competencias cognitivas. Las pruebas PISA, aplicadas por la OCDE, dejan claro que en Colombia también nos rajamos en el bienestar socioemocional de los estudiantes. Apenas el 24% de los escolares reporta que alguien en su institución les pregunta diariamente cómo se sienten.
La educación, no es solo un derecho fundamental; es una herramienta crucial para romper los ciclos de pobreza, inequidad y violencia que atraviesan al país. En Bogotá, 23,7% de las personas viven en la pobreza y el 5,5% en la pobreza monetaria extrema. ¿Cómo aprender cuando el miedo, la soledad y el hambre dominan la jornada?
Es imprescindible transformar las escuelas en refugios de esperanza, e iniciativas como las que acompañamos y promovemos desde Educapaz demuestran que es posible cambiar realidades cuando se involucran significativamente las opiniones de niños y niñas, la participación de las familias, la escuela y las comunidades.
La paz, como dijo una docente de nuestros proyectos, se firma en los pupitres de cada institución educativa. Bogotá necesita una revolución educativa que no solo instruya, sino que inspire, que reconcilie, que construya. Es una tarea urgente y una responsabilidad compartida. Porque educar para la paz no es un lujo, es una obligación moral y el cimiento de cualquier futuro que merezca ser vivido.
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