Opinión: Mi criterio sobre el barrio, para el secretario de Cultura de Bogotá
Le incumplí una invitación a Santiago Trujillo, secretario de Cultura de Bogotá, y me arrepiento porque en verdad me interesó muchísimo el motivo de la reunión.
Su asistente Marcela Garzón me envió a mi WhatsApp el siguiente mensaje: “El barrio: Vamos a construir relatos colectivos a partir de las historias que emergen de nuestra ciudad. Queremos encontrarnos en un espacio informal de diálogo para pensar colectivamente y centrar nuestra conversación en el barrio. ¿Cómo se construyen las anécdotas de los barrios en Bogotá? ¿El barrio es creado por las personas y sus relaciones, sus prácticas, las historias, los edificios, las casas, los objetos?”
“Estamos confirmando la asistencia de: Santiago Rivas, Andrés Ospina, Diana Uribe, Jaime Monsalve, Alberto López de Mesa y Eduardo Arias, para que nos guíen en esta charla. El encuentro será el próximo viernes 26 de enero a las 6:00 p.m. en La Puerta Abierta, Carrera 21 # 39 - 24 Barrio La Soledad”, concluyó. Sugerente la invitación, como moderna la actitud del secretario, pues que un funcionario saque de la oficina su función ya demuestra sensibilidad social y compromiso con la ciudadanía. Sobre el asunto de la sesión debo decir que “El barrio” ha sido un tema importante en la construcción de mi ser y por lo mismo en mi creación.
Así pues, que aprovecho este espacio en el periódico para exponerle a Santiago Trujillo mi criterio al respecto, a guisa de desagravio por mi incumplimiento. Para la ciudad, como organismo, los barrios son células no homogéneas e históricas, cuyas dinámicas determinarán el carácter de lo citadino. Bogotá que desde sus orígenes se mostró como una ciudad de puertas cerradas, acaso por el clima y no por lo que una vez dijo el caribeño García Márquez: “porque el cachaco es farto y huraño”.
Con las diversas migraciones, Bogotá ha transformado su inicial idiosincrasia y justamente la nueva bogotanidad se ha construido en los barrios. Huelga de referencias a la historia urbanística de la urbe, digamos que en el fuero social y cultural de los barrios bogotanos se dio una suerte de interculturación, que transformó desde el fenotipo oriundo hasta las tradiciones. Para entender dicho proceso hace falta valorar la función de los espacios comunales que generó la modernidad y que trascendieron el papel que por años cumplieron las iglesias y las plazas, ofreciendo otras formas de encuentro.
Hablo de las tiendas y los bares, cuyos mostradores serían confesionarios laicos, de los cafés tertuliaderos, de los parques apropiados por poblaciones con identidad y, por supuesto, de los puntos culturales: teatros, museos, bibliotecas, etc. Y unos aparentemente intrascendentes, pero en la práctica absolutamente determinantes, los paraderos de buses urbanos y escolares. Obviamente es en los barrios populares, donde mejor germinan expresiones culturales gastadas en la interculturación, particularmente en torno a la niñez, verbigracia en lo lúdico proliferan los juegos de tierra: las canicas, el trompo, la golosa, el lazo, cinco huecos; también las rondas infantiles.
Los vecindarios populares mantienen tradiciones culinarias (la papa chorreada, el puchero, la mazamorra…) la Navidad, hasta compartan relatos de sus respectivos acervos orales, (el Mohán, la Pata sola, el cochero sin cabeza…). Con la proliferación de urbanizaciones y conjuntos residenciales una clase media educada e informada, al ton de la posguerra, genera otra modalidad de vecindad, otras formas de barrio, cito por ejemplo la generación que fundó el parque de los hippies en la 60.
En los 70 y 80 las tabernas fueron ágoras, donde los afrodescendientes pusieron la clave salsera. El escritor Jairo Aníbal Niño alguna vez me dijo que su obra “El sol subterráneo” fue una recreación de los relatos que escuchó a los que volvieron de la guerra de Corea. Importante los grupos de estudio que cumplían los izquierdistas de entonces, foco de futuros movimientos políticos e, incluso, de grupos artísticos, sobre todo teatrales tan vanguardistas e importantes para su momento.
El Park Way, que en varios momentos de mi vida fue espacio de encuentro como vecino y también como líder de eventos culturales y políticos, es un espacio urbano que ha trascendido el significado de espacio para vecinos, quienes hoy en día lo usan para que defequen las mascotas. En cambio, poblaciones más proactivas, lo valoran como tribuna, como parche, como espacio escénico. Allí han nacido combos de varia índole.
Hago este epítome a la topa tolondra para subrayar la cultura gastada desde encuentros barriales. Este es pues mi criterio sobre la función de las dinámicas de barrio en la gestación de hechos culturales, aclarando, como lo advertí al comienzo, que lo barrial es histórico y en la actualidad muchas expresiones desaparecieron o están en vía de extinción. Sospecho estimado secretario de Cultura que el propósito de su postura a favor de valorar las narrativas de vecinos es una ruta por hacer más inclusivo el gobierno de la cultura en Bogotá. Buen viento y buena mar para su gestión.
Su asistente Marcela Garzón me envió a mi WhatsApp el siguiente mensaje: “El barrio: Vamos a construir relatos colectivos a partir de las historias que emergen de nuestra ciudad. Queremos encontrarnos en un espacio informal de diálogo para pensar colectivamente y centrar nuestra conversación en el barrio. ¿Cómo se construyen las anécdotas de los barrios en Bogotá? ¿El barrio es creado por las personas y sus relaciones, sus prácticas, las historias, los edificios, las casas, los objetos?”
“Estamos confirmando la asistencia de: Santiago Rivas, Andrés Ospina, Diana Uribe, Jaime Monsalve, Alberto López de Mesa y Eduardo Arias, para que nos guíen en esta charla. El encuentro será el próximo viernes 26 de enero a las 6:00 p.m. en La Puerta Abierta, Carrera 21 # 39 - 24 Barrio La Soledad”, concluyó. Sugerente la invitación, como moderna la actitud del secretario, pues que un funcionario saque de la oficina su función ya demuestra sensibilidad social y compromiso con la ciudadanía. Sobre el asunto de la sesión debo decir que “El barrio” ha sido un tema importante en la construcción de mi ser y por lo mismo en mi creación.
Así pues, que aprovecho este espacio en el periódico para exponerle a Santiago Trujillo mi criterio al respecto, a guisa de desagravio por mi incumplimiento. Para la ciudad, como organismo, los barrios son células no homogéneas e históricas, cuyas dinámicas determinarán el carácter de lo citadino. Bogotá que desde sus orígenes se mostró como una ciudad de puertas cerradas, acaso por el clima y no por lo que una vez dijo el caribeño García Márquez: “porque el cachaco es farto y huraño”.
Con las diversas migraciones, Bogotá ha transformado su inicial idiosincrasia y justamente la nueva bogotanidad se ha construido en los barrios. Huelga de referencias a la historia urbanística de la urbe, digamos que en el fuero social y cultural de los barrios bogotanos se dio una suerte de interculturación, que transformó desde el fenotipo oriundo hasta las tradiciones. Para entender dicho proceso hace falta valorar la función de los espacios comunales que generó la modernidad y que trascendieron el papel que por años cumplieron las iglesias y las plazas, ofreciendo otras formas de encuentro.
Hablo de las tiendas y los bares, cuyos mostradores serían confesionarios laicos, de los cafés tertuliaderos, de los parques apropiados por poblaciones con identidad y, por supuesto, de los puntos culturales: teatros, museos, bibliotecas, etc. Y unos aparentemente intrascendentes, pero en la práctica absolutamente determinantes, los paraderos de buses urbanos y escolares. Obviamente es en los barrios populares, donde mejor germinan expresiones culturales gastadas en la interculturación, particularmente en torno a la niñez, verbigracia en lo lúdico proliferan los juegos de tierra: las canicas, el trompo, la golosa, el lazo, cinco huecos; también las rondas infantiles.
Los vecindarios populares mantienen tradiciones culinarias (la papa chorreada, el puchero, la mazamorra…) la Navidad, hasta compartan relatos de sus respectivos acervos orales, (el Mohán, la Pata sola, el cochero sin cabeza…). Con la proliferación de urbanizaciones y conjuntos residenciales una clase media educada e informada, al ton de la posguerra, genera otra modalidad de vecindad, otras formas de barrio, cito por ejemplo la generación que fundó el parque de los hippies en la 60.
En los 70 y 80 las tabernas fueron ágoras, donde los afrodescendientes pusieron la clave salsera. El escritor Jairo Aníbal Niño alguna vez me dijo que su obra “El sol subterráneo” fue una recreación de los relatos que escuchó a los que volvieron de la guerra de Corea. Importante los grupos de estudio que cumplían los izquierdistas de entonces, foco de futuros movimientos políticos e, incluso, de grupos artísticos, sobre todo teatrales tan vanguardistas e importantes para su momento.
El Park Way, que en varios momentos de mi vida fue espacio de encuentro como vecino y también como líder de eventos culturales y políticos, es un espacio urbano que ha trascendido el significado de espacio para vecinos, quienes hoy en día lo usan para que defequen las mascotas. En cambio, poblaciones más proactivas, lo valoran como tribuna, como parche, como espacio escénico. Allí han nacido combos de varia índole.
Hago este epítome a la topa tolondra para subrayar la cultura gastada desde encuentros barriales. Este es pues mi criterio sobre la función de las dinámicas de barrio en la gestación de hechos culturales, aclarando, como lo advertí al comienzo, que lo barrial es histórico y en la actualidad muchas expresiones desaparecieron o están en vía de extinción. Sospecho estimado secretario de Cultura que el propósito de su postura a favor de valorar las narrativas de vecinos es una ruta por hacer más inclusivo el gobierno de la cultura en Bogotá. Buen viento y buena mar para su gestión.