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Tomé el Transmilenio en la estación de la 72 con Caracas, ya en el puesto miro en el celular varios mensajes institucionales abatatándome a apoyar la postulación de Bogotá como sede del COP16 que se realizará del 21 de octubre al 1 de noviembre, la Capital compite con Cali.
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Mientras pensaba en la oportunidad económica (turismo y empleos temporales), cultural y política que tendría Bogotá como sede de dicho evento internacional, observaba la basura que cundía en los andenes y en el separador de la avenida Caracas, la polución, la ausencia de árboles, pensé: de suerte que las delegaciones internacionales ingresaran por la avenida el Dorado que es limpia y arborizada, decoroso acceso a la ciudad. Pensé también en los incendios forestales recientes en los cerros orientales que prosperaron por los inflamables pinos sembrados en remplazo de la flora oriunda.
La publicidad de la Alcaldía destaca el magno páramo Sumapaz, pero omitiendo las lesiones causadas al ecosistema paramuno, ora por las empresas usurpadoras de aguas, ora por la inconsciente siembra del retamo invasivo, ora por el uso indebido de los suelos afectando a los frailejones y a la fauna nativa.
Es secular la negligencia de Bogotá con el cuidado de sus ecosistemas, casi siempre porque prima una noción del desarrollo de negocio, de rentabilidad y de ganancia. Así se urbanizaron los humedales, así los negociantes del diésel y de los vehículos a gasolina Nunca han permitido que prosperen el transporte masivo eléctrico: incendiaron el tranvía, arruinaron la empresa ferroviaria, descontinuaron los trolis y ahí siguen dándole largas a la construcción de un metro óptimo. Ni hablar de las varias plantas de tratamiento que necesita el río Bogotá, e incluso sus afluentes, muchos ya desaparecidos.
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Ahora último se ha hecho oficial el desdén ante la conservación de la conectividad ecológica de la Reserva Van der Hammen sobre la cual se proponen pasar 12 carriles de la avenida Boyacá y por supuesto ahí detrás se vienen los constructores que siempre han deseado urbanizar ese ecosistema.
Aclaro que me alegra el que Colombia haya sido elegida para que se realice aquí tan importante evento, sin duda esa elección fue consecuencia de las gestiones internacionales del gobierno divulgando las acciones y políticas coherentes con el lema “Colombia potencia mundial de la vida”. También deseo que Bogotá sea la sede de COP16, pero que además de ser una vitrina de sus mejores cualidades urbanas, también sea la ocasión para empezar a saldar sus deudas ambientales.
Es hora de crear una cultura ambientalista, interiorizada por todos los bogotanos: que se eduque definitivamente a la ciudadanía en el uso racional de la energía y de los desechos, que todos aprendamos a separar bien la basura que hacemos en nuestras casas y que practiquemos alguna forma de reciclaje, que un nuevo modo de relación amorosa con la bioexistencia sea una pertinencia pedagógica de los gobernantes, que se inicie desde la niñez.
Que el amor por la naturaleza sea un valor ético, empezando por querer y reconocer la flora y la fauna nativa, y es que desde niños apreciemos el sangregao, el sietecueros Y el caucho sabanero. Que en esa construcción de la conciencia ecológica participen los centros educativos, los medios de comunicación enfatizando en la formación de los niños, que el DAMA corresponda con la calidad de vida de la ciudadanía y no con los intereses de los monopolios económicos, por ejemplo si no se retracta en aprobar la construcción alevosa de la avenida Boyacá por la Reserva Van der Hammen, que al menos exija, junto con la Secretaria de Ambiente que se haga elevada para no afectar la conectividad y que en verdad sea una obra digna y bella.
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Aprovechar la trascendencia del COP16 para que la Bogotá se posicione como “La Capital mundial de la vida”, para ello la participación de la Secretaria de Cultura sería determinante a la hora de formar a la bogotanidad en la necesaria convivencia ambientalista.
De mi parte, cuánto me gustaría que mi arte titiritero volviera a servir para esta misión con campañas que recurran a su magia y a su potencia transformadora, sensibilizando a las nuevas generaciones en valores ecológicos. Ojalá el Distrito Capital sea la sede del COP16.