En 1944 Estados Unidos envió 29 venados en una barcaza a la Isla de Saint Mathew, una isla ubicada en el Mar de Bering, a 300 kilómetros de Alaska. En la pequeña isla de apenas 50 km de largo por 6 km de ancho, no habitaba ningún ser viviente. El único organismo existente era el liquen que se extendía por encima de las rocas.
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Pero la segunda guerra mundial amenazaba a los aliados, y por considerarla un punto estratégico, Estados Unidos estableció en la inhóspita isla de St. Mathew, una base militar en donde desembarcaron 19 soldados y 29 venados. La idea de llevar a los venados era para que, en caso de que los víveres provenientes de Estados Unidos no pudieran arribar a la isla, los hombres pudieran sobrevivir con la carne de los venados. La guerra se acabó, los soldados regresaron, pero los venados se quedaron en St. Mathew, comiendo liquen a sus anchas, ya sin la presencia de sus únicos depredadores.
13 años después, unos biólogos del Instituto de Biología Artica fueron a explorar la isla y encontraron que los 29 venados se habían reproducido, y convertido en 1.300 animales. Seis años después, comprobaron que el número de venados había aumentado a 6.000. En la siguiente visita, tres años más tarde, encontraron que la población había disminuido a 46 hembras enfermas y un solo macho de cuernos deformes probablemente infértil. Hoy en día no hay un solo venado en la Isla de St. Mathew.
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Claramente los venados no son iguales a los seres humanos, ni tienen nuestra misma capacidad innovadora, pero esta historia es usada por algunos ambientalistas para explicar el riesgo que presenta el aumento de la población, en el sentido que puede llegar un momento en que no haya espacio, ni comida, ni energía, ni agua, para tantas personas.
Al respecto, la predicción de Las Naciones Unidas es que en el año 2.100 habrá casi 11.000.000.000 de personas en el mundo, que generarán gran presión sobre los recursos naturales, dificultando la vida en el planeta. Por eso, entre las medidas para frenar el cambio climático no solo se proponen formas relacionadas con la disminución de las emisiones de Co2 y otros GEI, sino con la educación sexual de las niñas y mujeres, y el uso de anticonceptivos.
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Sin embargo, la idea de una catástrofe causada por la sobrepoblación parece estar debilitándose. De hecho, en el caso de Colombia, según la investigación recientemente publicada del Banco de la República, se demuestra un freno en el aumento poblacional, causado entre otras, porque las mujeres colombianas fértiles no desean tener hijos, o sólo quieren tener uno.
Esta tendencia ya se evidencia en el cierre de 700 colegios que ha ocurrido en los últimos 8 años, y se verá reflejada en el declive del número de jóvenes que ingresarán a las universidades en los próximos años. Por otra parte, la llegada de muchos migrantes venezolanos parecería equilibrar el número de personas en el país, sin embargo, el estudio demuestra que es mayor el número de colombianos que se están yendo del país.
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En Bogotá, la disminución de la población ya está empezando a suceder pues el crecimiento vegetativo, es decir la diferencia entre el número de nacimientos y el número de muertes, está llegando a cero. Es decir que cada año habrá menos jóvenes y más viejos, de hecho, se prevé que uno de los grupos poblacionales más grandes de la ciudad será el de las mujeres mayores de 60 años.
Estas proyecciones, así como la recolección de la data más completa y rigurosa sobre el pasado, el presente y el futuro de Bogotá, se encuentra en el portal DATACIVILIDAD, elaborado y puesto a disposición de todos, de manera gratuita, por la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá.
En este nuevo escenario en donde no nos reproducimos como venados, ni consumimos todos nuestros recursos, se aliviará parte de la presión que sufre el medio ambiente, pero también surgen nuevas preocupaciones relacionadas por ejemplo con quién va a sostener el envejecimiento de la población, o si es posible que haya crecimiento económico en una población que no crece.