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Opinión: ¿Qué significa el ataque a Peñalosa?

El hostigamiento de Germán Vargas Lleras a Enrique Peñalosa, puede significar que, más allá de la falta de empatía, prematuramente se haya dado inicio a la contienda electoral de cara a la escogencia de la persona que sucederá a Claudia López. El peor escenario para los bogotanos, es que en lugar de propiciarse un debate con altura, prime la competencia de egos.

Ricardo Felipe Herrera Carrillo
28 de noviembre de 2022 - 03:40 p. m.
Enrique Peñalosa
Enrique Peñalosa
Foto: Iván Muñoz Franco
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El exvicepresidente y exministro Germán Vargas Lleras reapareció con fuerza en Twitter, pero desatado en críticas en contra del dos veces alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa Londoño. Pareciera estarse proponiendo un “Tocompeña”: ¡Todos contra Peñalosa!

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Esto hace pensar que, de una parte, puede estarse temiendo que el exalcalde esté considerando lanzarse para un tercer mandato y, de otra, el exvicepresidente mantiene vivas sus aspiraciones de llegar al Palacio Liévano.

En similar línea, tímidamente, se advierte también al exvicepresidente Francisco (Pacho) Santos Calderón. Ojalá sea así, y Bogotá cuente con candidatos de este calibre, pero centrados en ser propositivos en la manera de enfrentar los grandes y muchos retos que tiene la ciudad capital.

Resulta frustrante que candidatos de talla presidencial, sean quienes, en lugar de gestar y adelantar un debate con altura, propositivo en ideas y proyectos, que apunten a mejorar la competitividad, la seguridad, el bienestar y progreso de la ciudad, se queden en el pasado y empeñados en destruir al contradictor.

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Es necio desconocerle a Enrique Peñalosa que, en sus dos periodos como alcalde de Bogotá, hizo bien la tarea. La manera en que Vargas hostiga a Peñalosa, es injusta y flaco favor le hace al propio exvicepresidente y al debate de cara a las elecciones de octubre de 2023.

Los bogotanos decidirán cuál es la mejor opción, ojalá basados en la comparación de propuestas realizables que apunten a resolver la gruesa lista de problemas y necesidades que aquejan a una ciudad de la magnitud de Bogotá.

No es momento de distraer y ensombrecer el debate con controversias —que parecen más personales— entre dirigentes, y menos darle paso a un estilo de hacer política basado en el ataque y la violencia verbal para destruir al contradictor. El debate sobre propuestas es lo que debe primar. Solo con la existencia de ellas, podrá medirse al final de cada periodo, si quién resultó electo le cumplió o no a sus electores.

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Cuatro años son poco tiempo para definir, diseñar y ejecutar proyectos de la magnitud necesaria para impactar positivamente la calidad de vida de los bogotanos, pero es mucho tiempo cuando quién resulta elegido es incapaz de cumplir con esa tarea.

Por esas razones, es común que los mandatarios, además de poner en marcha sus propios proyectos, terminen inaugurando los de sus antecesores, completando o apoyando los que no se alcanzaron a finiquitar por ellos o, debiendo comenzar a formularlos de cero, en otros casos.

Los bogotanos debemos aprender a reconocerle al otro sus ejecutorias y a construir sobre lo construido, dejando de lado la simpleza de la crítica injustificada a los éxitos de los antecesores y la reprochable actitud de apropiarse de las ejecutorias ajenas. Incluso, a reconocer los errores cometidos para corregir. La historia de Bogotá, tristemente, está marcada por esta nefasta línea de conducta de no pocos de sus dirigentes.

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La invitación es a que los debates y controversias en relación con los temas que interesan y favorecen a Bogotá y a la región, se hagan con rigor, de cara al futuro y procurando enriquecerlos para que sean realidad y no solo para entorpecerlos. Es de esta manera que Bogotá podrá librarse de llegar a ser dirigida por políticos menores que solo critican, pero son incapaces de hacer.

Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá de El Espectador.

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