Opinión: ¿Quién le pone freno a los problemas de Transmilenio?
El llamado niño rojo de los bogotanos creció, superó la adolescencia y ahora es un joven de 22 años, pero con muchos problemas y dificultades; la cultura ciudadana se perdió y reina la percepción de inseguridad.
Óscar Ramírez Vahos
El 18 de diciembre del año 2000 inició a rodar una historia por las calles de Bogotá. Por esos días se escuchaba que por fin íbamos a tener un medio de transporte público urbano rápido, seguro y organizado, que sin duda iba a mejorar nuestros problemas de movilidad, lo que llenó de esperanza a una ciudad desde siempre llena de problemas. Este sentimiento se hizo real con la entrada en operación de 14 buses rojos.
Quienes vivíamos en Bogotá queríamos asegurar un pasaje para recorrer con orgullo la Avenida Caracas, desde la calle sexta hasta la 80. Era casi un paseo obligado. Con el paso de los años, el sistema Transmilenio se convirtió en un emblema para la ciudad. Se fueron entregando más troncales como las de la autopista Norte y Calle 80, de esta manera los buses rojos, únicos por tener un acordeón en la mitad, ya conectaban a más localidades y movilizaban a un mayor número de ciudadanos.
Sin duda, el sistema de transporte creció: hoy cuenta con 2.365 buses, 9 troncales y 138 estaciones en una red de 114 kilómetros de cobertura. El llamado niño rojo de los bogotanos creció, superó la adolescencia y ahora es un joven de 22 años, pero con muchos problemas y dificultades; la cultura ciudadana se perdió y reina la percepción de inseguridad.
Según cifras de la Secretaría de Seguridad del Distrito durante el 2022, el hurto a personas aumentó en un 135%; el reporte fue de 6.733 casos, eso si hablamos de las personas que se toman el tiempo de ir a denunciar. Es tan grave este problema que hasta se han vuelto virales videos de ciudadanos que graban a delincuentes que, sin sonrojarse y a plena luz del día, roban parte de las estructuras de las estaciones.
Pero en el bus de los problemas del sistema, la inseguridad es solo una de las sillas. De cada 100 personas que se suben a un articulado, 30 son colados. Los costos estimados de la evasión se ubican en $10.608 millones de pesos semanales, lo que deja pérdidas anuales de $551.000 millones de pesos que son asumidas por el Distrito y no por los operadores. Sin descaro, personas de todas las edades saltan torniquetes o arriesgan sus vidas atravesando vías como la NQS para entrar por las puertas laterales de las estaciones sin pagar los $2.950 del pasaje.
De Santo Tomás apóstol conocimos la frase “ver para creer”. Siendo honesto, no era un usuario recurrente del sistema, pero, de un tiempo para acá, decidí subirme con más frecuencia para entender de primera mano la problemática. Solo basta ingresar una vez a Transmilenio para ver cómo hoy las estaciones y portales son un mercado persa en donde se encuentra de todo. Tras 28 minutos de recorrido, recibí toda una variedad de alimentos, esferos en paquetes, plásticos para proteger documentos de identidad y hasta audífonos y cargadores para celulares.
Incluso hay guerra por las sillas. Es natural que los usuarios sientan estrés al usar transporte público, y es que es común ver videos de brutales agresiones entre usuarios por el dudoso privilegio de ir sentado o colarse. Las medidas como las puertas anticolados, más personal de seguridad privada y la presencia de gestores de convivencia, parecieran resultar en vano o ser inútiles para brindar un servicio de calidad y seguro.
Hoy, tomar un Transmilenio se convirtió en un acto de valentía, tal como lo reflejó la denuncia de una joven de apenas 17 años, que a través de sus redes sociales confirmó que fue abusada en una estación del sistema en octubre del año pasado. Definitivamente repudiable y doloroso.
Resultan héroes quienes usan diariamente estaciones como la Avenida Jiménez, Tercer Milenio, Portal del Norte, Calle 19 y Portal de las Américas, solo por mencionar algunas de las más peligrosas, según las mismas autoridades.
Incluso abandonar el sistema es problemático: solo se puede bajar del bus en medio de empujones, algo que el usuario hace aburrido y bastante triste, pero con muchas preguntas: ¿Quién pondrá freno a los colados? ¿Quién pondrá freno a los hurtos de celulares y a la proliferación de vendedores ambulantes sin control? ¿Dónde quedó el respeto por la vida y el tiempo de la gente que paga el pasaje y quiere un mejor servicio? Definitivamente, es hora de actuar y meter el acelerador a fondo para recuperar la cultura ciudadana, y volver a sentir ese orgullo por nuestros buses rojos, sí, esos que regalábamos en forma de borradores y llaveros a nuestros familiares como souvenirs cuando visitaban la capital.
El 18 de diciembre del año 2000 inició a rodar una historia por las calles de Bogotá. Por esos días se escuchaba que por fin íbamos a tener un medio de transporte público urbano rápido, seguro y organizado, que sin duda iba a mejorar nuestros problemas de movilidad, lo que llenó de esperanza a una ciudad desde siempre llena de problemas. Este sentimiento se hizo real con la entrada en operación de 14 buses rojos.
Quienes vivíamos en Bogotá queríamos asegurar un pasaje para recorrer con orgullo la Avenida Caracas, desde la calle sexta hasta la 80. Era casi un paseo obligado. Con el paso de los años, el sistema Transmilenio se convirtió en un emblema para la ciudad. Se fueron entregando más troncales como las de la autopista Norte y Calle 80, de esta manera los buses rojos, únicos por tener un acordeón en la mitad, ya conectaban a más localidades y movilizaban a un mayor número de ciudadanos.
Sin duda, el sistema de transporte creció: hoy cuenta con 2.365 buses, 9 troncales y 138 estaciones en una red de 114 kilómetros de cobertura. El llamado niño rojo de los bogotanos creció, superó la adolescencia y ahora es un joven de 22 años, pero con muchos problemas y dificultades; la cultura ciudadana se perdió y reina la percepción de inseguridad.
Según cifras de la Secretaría de Seguridad del Distrito durante el 2022, el hurto a personas aumentó en un 135%; el reporte fue de 6.733 casos, eso si hablamos de las personas que se toman el tiempo de ir a denunciar. Es tan grave este problema que hasta se han vuelto virales videos de ciudadanos que graban a delincuentes que, sin sonrojarse y a plena luz del día, roban parte de las estructuras de las estaciones.
Pero en el bus de los problemas del sistema, la inseguridad es solo una de las sillas. De cada 100 personas que se suben a un articulado, 30 son colados. Los costos estimados de la evasión se ubican en $10.608 millones de pesos semanales, lo que deja pérdidas anuales de $551.000 millones de pesos que son asumidas por el Distrito y no por los operadores. Sin descaro, personas de todas las edades saltan torniquetes o arriesgan sus vidas atravesando vías como la NQS para entrar por las puertas laterales de las estaciones sin pagar los $2.950 del pasaje.
De Santo Tomás apóstol conocimos la frase “ver para creer”. Siendo honesto, no era un usuario recurrente del sistema, pero, de un tiempo para acá, decidí subirme con más frecuencia para entender de primera mano la problemática. Solo basta ingresar una vez a Transmilenio para ver cómo hoy las estaciones y portales son un mercado persa en donde se encuentra de todo. Tras 28 minutos de recorrido, recibí toda una variedad de alimentos, esferos en paquetes, plásticos para proteger documentos de identidad y hasta audífonos y cargadores para celulares.
Incluso hay guerra por las sillas. Es natural que los usuarios sientan estrés al usar transporte público, y es que es común ver videos de brutales agresiones entre usuarios por el dudoso privilegio de ir sentado o colarse. Las medidas como las puertas anticolados, más personal de seguridad privada y la presencia de gestores de convivencia, parecieran resultar en vano o ser inútiles para brindar un servicio de calidad y seguro.
Hoy, tomar un Transmilenio se convirtió en un acto de valentía, tal como lo reflejó la denuncia de una joven de apenas 17 años, que a través de sus redes sociales confirmó que fue abusada en una estación del sistema en octubre del año pasado. Definitivamente repudiable y doloroso.
Resultan héroes quienes usan diariamente estaciones como la Avenida Jiménez, Tercer Milenio, Portal del Norte, Calle 19 y Portal de las Américas, solo por mencionar algunas de las más peligrosas, según las mismas autoridades.
Incluso abandonar el sistema es problemático: solo se puede bajar del bus en medio de empujones, algo que el usuario hace aburrido y bastante triste, pero con muchas preguntas: ¿Quién pondrá freno a los colados? ¿Quién pondrá freno a los hurtos de celulares y a la proliferación de vendedores ambulantes sin control? ¿Dónde quedó el respeto por la vida y el tiempo de la gente que paga el pasaje y quiere un mejor servicio? Definitivamente, es hora de actuar y meter el acelerador a fondo para recuperar la cultura ciudadana, y volver a sentir ese orgullo por nuestros buses rojos, sí, esos que regalábamos en forma de borradores y llaveros a nuestros familiares como souvenirs cuando visitaban la capital.