Opinión | El problema del taxismo: baja calidad del servicio
Los taxistas -propietarios, afiliadoras y conductores-, se hallan cohesionados cuando de hacer planes tortuga, plantones y/o paros se trata, para protestar por la presencia de vehículos particulares que prestan el mismo servicio público de forma ilegal o cuando exigen aumento de tarifas. Esa cohesión e identidad, no se observa para emprender acciones que solucionen los problemas más importantes del taxismo, como procurar un servicio de alta calidad a los usuarios.
Ricardo Felipe Herrera Carrillo
Si de algo adolece el taxismo en Bogotá -lo que se repite a nivel nacional- es de una cohesionada, coherente y propositiva representación gremial, producto de la falta de identidad entre los intereses de los distintos actores involucrados en la prestación de este servicio público. Sus interlocutores gubernamentales -Secretaría de Movilidad Distrital y Ministerio de Transporte- actúan con mayor desdén.
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Unas son las necesidades y propósitos de los grandes propietarios de taxis, y otras la de los pequeños propietarios -estos son la mayoría-. Difieren también los intereses de los dueños de las empresas afiliadoras -todo taxi debe estar afiliado a una de ellas para operar- y, aún más, son distantes los propios de los conductores. La situación es aún más compleja, porque algunos de los grandes propietarios de taxis terminan siendo a la vez dueños de empresas afiliadoras y no pocos conductores de taxis, asimismo, son pequeños propietarios. Incluso, paradójicamente, existen también pequeños propietarios que tienen taxis y vehículos particulares trabajando con Uber y similares.
El conflicto de intereses en este sector es mayúsculo e impide llegar a soluciones reales que redunden en lograr un servicio de alta calidad. Los actores más importantes de esta actividad: los pasajeros, no figuran -de verdad- en la agenda y propósitos visibles de los grandes y pequeños propietarios, las empresas afiliadoras y los conductores de taxis. No es gratuito que servicios como los que ofrece Uber, llegaran a suplir las gruesas y constantes deficiencias en la calidad del servicio de taxi en la capital de los colombianos y en el resto del país.
La respuesta desordenada y, a veces amenazante, del taxismo, ante las autoridades distritales y nacionales, como ante la ciudadanía misma, se concentran en el legítimo rechazo por la ilegalidad de servicios como los que se ofrecen vía Uber, por el alza en la gasolina y la petición cíclica de un aumento de las tarifas. Eso sí, poco o nada se escucha sobre hacer una autoevaluación que lleve a los taxistas -todos- a adoptar decisiones y emprender acciones que aseguren un buen servicio.
Lo dicho se ve reflejada en la multiplicidad y heterogeneidad de sus voceros. Son muchas las asociaciones alrededor del taxismo, como AsProTaxBog, PoderTax, etc. También hay federaciones, como Fenaltax y Fenaintrans; y, un número copioso de líderes de conductores de taxis que, especialmente, se activan para adelantar plantones, paros, etc. Para estos casos, ahí sí, los grandes y pequeños propietarios, las empresas afiliadoras y los conductores, tienen plena identidad, sea de manera expresa o tácita.
Uno de los muchos líderes de taxistas, Hugo Ospina, ha gozado de la atención de los medios, seguramente por su talante controversial, que llama la atención de la galería mediática. Pero, según algunas y serias fuentes, su representatividad del sector es realmente ínfima y, por eso, su accionar se funda en el escándalo y la actitud amenazante que lo identifica.
Este caos en la representatividad real e identidad de propósitos al interior del taxismo, que efectivamente padece de complejos problemas, el único capaz de ponerle orden y, además, está llamado legalmente a hacerlo, es la autoridad distrital y la nacional de tránsito y transporte, para lo que, debe primar que se ofrezca a los usuarios un servicio de público de transporte individual de pasajeros que cumpla con los mayores estándares de calidad: vehículos adecuados, conductores capacitados, tarifas justas y que se ejerza sobre el sector un verdadero control y vigilancia por parte del Estado.
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Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá de El Espectador.
Si de algo adolece el taxismo en Bogotá -lo que se repite a nivel nacional- es de una cohesionada, coherente y propositiva representación gremial, producto de la falta de identidad entre los intereses de los distintos actores involucrados en la prestación de este servicio público. Sus interlocutores gubernamentales -Secretaría de Movilidad Distrital y Ministerio de Transporte- actúan con mayor desdén.
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El conflicto de intereses en este sector es mayúsculo e impide llegar a soluciones reales que redunden en lograr un servicio de alta calidad. Los actores más importantes de esta actividad: los pasajeros, no figuran -de verdad- en la agenda y propósitos visibles de los grandes y pequeños propietarios, las empresas afiliadoras y los conductores de taxis. No es gratuito que servicios como los que ofrece Uber, llegaran a suplir las gruesas y constantes deficiencias en la calidad del servicio de taxi en la capital de los colombianos y en el resto del país.
La respuesta desordenada y, a veces amenazante, del taxismo, ante las autoridades distritales y nacionales, como ante la ciudadanía misma, se concentran en el legítimo rechazo por la ilegalidad de servicios como los que se ofrecen vía Uber, por el alza en la gasolina y la petición cíclica de un aumento de las tarifas. Eso sí, poco o nada se escucha sobre hacer una autoevaluación que lleve a los taxistas -todos- a adoptar decisiones y emprender acciones que aseguren un buen servicio.
Lo dicho se ve reflejada en la multiplicidad y heterogeneidad de sus voceros. Son muchas las asociaciones alrededor del taxismo, como AsProTaxBog, PoderTax, etc. También hay federaciones, como Fenaltax y Fenaintrans; y, un número copioso de líderes de conductores de taxis que, especialmente, se activan para adelantar plantones, paros, etc. Para estos casos, ahí sí, los grandes y pequeños propietarios, las empresas afiliadoras y los conductores, tienen plena identidad, sea de manera expresa o tácita.
Uno de los muchos líderes de taxistas, Hugo Ospina, ha gozado de la atención de los medios, seguramente por su talante controversial, que llama la atención de la galería mediática. Pero, según algunas y serias fuentes, su representatividad del sector es realmente ínfima y, por eso, su accionar se funda en el escándalo y la actitud amenazante que lo identifica.
Este caos en la representatividad real e identidad de propósitos al interior del taxismo, que efectivamente padece de complejos problemas, el único capaz de ponerle orden y, además, está llamado legalmente a hacerlo, es la autoridad distrital y la nacional de tránsito y transporte, para lo que, debe primar que se ofrezca a los usuarios un servicio de público de transporte individual de pasajeros que cumpla con los mayores estándares de calidad: vehículos adecuados, conductores capacitados, tarifas justas y que se ejerza sobre el sector un verdadero control y vigilancia por parte del Estado.
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