Opinión: Salud, enfermedad e ideología
La OMS asume que salud y bienestar son equivalentes, confundiendo sus campos de acción con el de otras disciplinas sociales, cuyo máximo nivel a juicio de algunas ideologías solo es posible alcanzar gracias a la proscripción de su manejo por el sector privado secundado por el activismo político desde el sector salud.
Luis Gonzalo Morales Sánchez
Aunque mucha gente asume que salud es la ausencia de una enfermedad, en realidad es mucho más que eso. La Organización Mundial de la Salud la define como el “completo estado de bienestar físico, mental y social y no sólo la ausencia de enfermedad”, que, si bien avanza en delimitar su relación con la enfermedad, crea una mayor confusión.
¿Qué significa “bienestar” o “estar bien”? Hace más de 2.300 años los filósofos griegos Platón y Aristóteles llamaron “estar bien” a la felicidad, como un sentimiento momentáneo de satisfacción y tranquilidad que se alcanzaba a lo largo del ejercicio cotidiano de las virtudes principales sabiduría, valor, templanza y la justicia. La felicidad no era un estado específico ni tampoco completo, sino más bien un permanente discurrir entre sus extremos.
La OMS equipara “salud” con “bienestar” como si fuesen la misma cosa, tesis que excede su alcance e invade otros campos propios del desarrollo social, cultural y económico de cualquier sociedad. Una cosa es que la enfermedad, entendida como una alteración física o mental del organismo humano, se pudiese originar en las condiciones sociales, económicas, culturales y aun políticas en las que vive un individuo, y otra muy diferente creer que es el sector salud el llamado a liderar las intervenciones para prevenir o mitigar sus efectos.
No es de extrañar que en nuestro medio se hable a diario del sector salud cuando en realidad se refieren a aquel que atiende la enfermedad, o de la ley estatutaria de la salud cuando lo que regula es el acceso a los servicios para atender la enfermedad. Esta ley delimita claramente que no es responsabilidad del sector salud atender elementos del bienestar social considerados hoy como los determinantes sociales de la salud y la enfermedad.
Es además una posición político-ideológica de movimientos sociales como el de la medicina social en Latinoamérica en el que se enmarca el actual gobierno. Asumen que la salud y la enfermedad son el resultado de las relaciones sociales de clase en las que vive cada individuo, sometidas a las reglas del mercado y al lucro, que consideran no deberían existir en algo que es valorado como un derecho humano. Por tanto, creen que el sector salud debe asumir un activismo político en aras de cambiar estas condiciones sociales, inspirados en ideas tales como la expresada por el médico y político alemán Rudolf Virchow en el siglo XIX quien creía que “la medicina es una ciencia social y la política no es más que medicina a gran escala”.
La reforma a la salud que propone el actual gobierno politiza la salud con claros sesgos ideológicos como el creer que ésta es igual que el bienestar, que las condiciones sociales injustas justifican la acción o praxis política sectorial, y que no se puede permitir por inmoral que sus recursos sean manejados por el sector privado y el lucro que lo acompaña. Es decir, la salud convertida en una cuestionable herramientas de lucha política.
Aunque mucha gente asume que salud es la ausencia de una enfermedad, en realidad es mucho más que eso. La Organización Mundial de la Salud la define como el “completo estado de bienestar físico, mental y social y no sólo la ausencia de enfermedad”, que, si bien avanza en delimitar su relación con la enfermedad, crea una mayor confusión.
¿Qué significa “bienestar” o “estar bien”? Hace más de 2.300 años los filósofos griegos Platón y Aristóteles llamaron “estar bien” a la felicidad, como un sentimiento momentáneo de satisfacción y tranquilidad que se alcanzaba a lo largo del ejercicio cotidiano de las virtudes principales sabiduría, valor, templanza y la justicia. La felicidad no era un estado específico ni tampoco completo, sino más bien un permanente discurrir entre sus extremos.
La OMS equipara “salud” con “bienestar” como si fuesen la misma cosa, tesis que excede su alcance e invade otros campos propios del desarrollo social, cultural y económico de cualquier sociedad. Una cosa es que la enfermedad, entendida como una alteración física o mental del organismo humano, se pudiese originar en las condiciones sociales, económicas, culturales y aun políticas en las que vive un individuo, y otra muy diferente creer que es el sector salud el llamado a liderar las intervenciones para prevenir o mitigar sus efectos.
No es de extrañar que en nuestro medio se hable a diario del sector salud cuando en realidad se refieren a aquel que atiende la enfermedad, o de la ley estatutaria de la salud cuando lo que regula es el acceso a los servicios para atender la enfermedad. Esta ley delimita claramente que no es responsabilidad del sector salud atender elementos del bienestar social considerados hoy como los determinantes sociales de la salud y la enfermedad.
Es además una posición político-ideológica de movimientos sociales como el de la medicina social en Latinoamérica en el que se enmarca el actual gobierno. Asumen que la salud y la enfermedad son el resultado de las relaciones sociales de clase en las que vive cada individuo, sometidas a las reglas del mercado y al lucro, que consideran no deberían existir en algo que es valorado como un derecho humano. Por tanto, creen que el sector salud debe asumir un activismo político en aras de cambiar estas condiciones sociales, inspirados en ideas tales como la expresada por el médico y político alemán Rudolf Virchow en el siglo XIX quien creía que “la medicina es una ciencia social y la política no es más que medicina a gran escala”.
La reforma a la salud que propone el actual gobierno politiza la salud con claros sesgos ideológicos como el creer que ésta es igual que el bienestar, que las condiciones sociales injustas justifican la acción o praxis política sectorial, y que no se puede permitir por inmoral que sus recursos sean manejados por el sector privado y el lucro que lo acompaña. Es decir, la salud convertida en una cuestionable herramientas de lucha política.