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A menos de 45 días de la inauguración del nuevo gobierno de Bogotá, la conversación en la ciudad gira en torno a las expectativas sobre las prioridades que el nuevo alcalde y su gabinete pondrán sobre la mesa para iniciar un camino de recuperación, de confianza y orgullo en la ciudad.
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Los bogotanos se preguntan qué fórmulas en movilidad, espacio público, orden urbano, superación de problemas sociales y seguridad propondrá el nuevo gobierno para disminuir el 68,8% de desconfianza en el futuro que evidenció la encuesta de percepción realizada por Bogotá Cómo Vamos.
La conversación de los ciudadanos sobre estos asuntos no es homogénea. Es imposible señalar que hay una sintonía común sobre los puntos de partida y el puerto de llegada que significaría el propósito de tener una mejor ciudad que la que deja el gobierno que termina.
Lo que sí puede señalarse como un sentimiento común, con el inicio de este y de otros gobiernos, es la visión ciudadana de que la respuesta a los desafíos de la ciudad recae en la inventiva, iniciativa y acción exclusiva de quienes asumen el mando urbano.
Eso es un imaginario que se revitaliza cada campaña electoral por una ciudadanía que no se sienten parte activa de la construcción de la sociedad ni corresponsable de la acción de gobierno, pero que demanda de los políticos la obligación de crear un mejor futuro o un cambio basado en pensamiento mágico.
Frente a esto, muchos de los lectores señalarán que el pago de impuestos y el cumplimiento de las normas es su contribución, quedando sobre el gobierno local la carga de la responsabilidad del desarrollo de una sociedad justa, incluyente, competitiva y sostenible.
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La realidad es algo más compleja
Haciendo un esfuerzo imaginativo de lo que significa la superación de problemas en una sociedad, propongo recrear la fotografía mental de un grupo de individuos que halan una cuerda para mover algo muy pesado, cuyo éxito depende del aporte que cada uno ofrezca al empuje que dará el movimiento y la coordinación para hacerlo.
En la práctica, esto significa que el gobierno tiene la responsabilidad de ordenar la sociedad para convocar un esfuerzo colectivo con diferente magnitud y naturaleza, en el que la fuerza de cada grupo social represente un vector determinante para moverse desde el problema hacia las oportunidades que crearán un futuro mejor.
Respecto al mejoramiento de la seguridad urbana, cerrarle espacios al crimen, la violencia y las incivilidades, requiere de poner en práctica la lógica que imprime la conocida frase de Dumas en los 3 Mosqueteros: “uno para todos y todos para uno”, traducida en una alianza entre gobierno, privados y ciudadanos.
Alianza en la que cada uno de estos actores asume un compromiso acorde con su rol social y límites legales.
En el caso del gobierno distrital, desarrollando un conocimiento más detallado sobre la fenomenología del crimen y la violencia, con el fin de buscar aguas arriba los factores que dinamizan los actos de inseguridad y de esa forma convocar a la sociedad para disminuir su incidencia o incluso resolverlos definitivamente.
En el caso de las incivilidades, comportamientos sobre los que recae gran parte de la sensación de desgobierno e imperio de la ley del más fuerte, el gobierno también debe adentrarse en un esfuerzo dirigido a impulsar de nuevo la convivencia, el respeto por los demás y la protección de la ciudad.
Mayor conocimiento de los fenómenos críticos y mejor agenciamiento de una cohabitación justa y respetuosa dan lugar a un espacio de encuentro con privados y ciudadanos, para convocarlos a sumar sus esfuerzos particulares para el debilitamiento de espacios urbanos sin gobierno ni ley.
Esfuerzos que se extienden desde la contribución con iniciativas localizadas de recuperación del espacio público y la eliminación de barreras para el libre disfrute de este, hasta una oferta de servicios e información recolectada en ejercicios de vigilancia y control para optimizar capacidades limitadas y mejorar tiempos de respuesta.
Esto permitiría crear un diálogo más fluido con los diferentes actores que han sido víctimas de eventos críticos de inseguridad o tenido que gestionar ambientes complejos de conflictividad, con miras a identificar puntos críticos que de ser resueltos darían lugar a una mejor experiencia de seguridad y convivencia.
Los ciudadanos y las colectividades que representan intereses urbanos particulares también tienen mucho que contribuir a una administración conocedora de los problemas de este tipo. Para la muestra dos ejemplos:
En el caso de los colectivos, dejar atrás el choque con las autoridades y apostar por una conversación para identificar puntos comunes que permitan resolver riesgos y amenazas concretas, generando un proceso de construcción de confianza que disminuya la conflictividad.
En el caso de la ciudadanía como individuos, el liderazgo del gobierno de la ciudad puede conducirnos hacia una relación en barrios, edificios y comunidades en torno la mitigación de los riesgos con base en una mayor cultura de la seguridad, un relacionamiento cercano y una apuesta por reconstruir el deteriorado tejido social.
La recuperación de la seguridad y la confianza solo se logrará con el compromiso y el aporte de todos los que vivimos y disfrutamos de Bogotá
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