Pan cuidarte con amor: panadería bogotana donde la discapacidad no es limitación
Julia Ruiz y su familia tienen un espacio de creación para jóvenes con discapacidad cognitiva, con los que el Estado sigue en deuda.
Samuel Sosa Velandia
Giovanny Prieto tenía 18 años cuando le diagnosticaron epilepsia. Su primera convulsión fue estando en el Ejército. Aunque temporalmente perdió la consciencia, hoy tiene claro que ese día cambió el rumbo de su vida. “Estaba en polígono y no sé si el estruendo del fusil me provoco el primer ataque. Desperté en el Hospital Militar y al poquito tiempo me sacaron del Ejército. Tuve que salir a conseguir trabajo, pero no ha sido fácil”, cuenta Giovanny, quien ya tiene 34 años y dos hijos.
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Giovanny Prieto tenía 18 años cuando le diagnosticaron epilepsia. Su primera convulsión fue estando en el Ejército. Aunque temporalmente perdió la consciencia, hoy tiene claro que ese día cambió el rumbo de su vida. “Estaba en polígono y no sé si el estruendo del fusil me provoco el primer ataque. Desperté en el Hospital Militar y al poquito tiempo me sacaron del Ejército. Tuve que salir a conseguir trabajo, pero no ha sido fácil”, cuenta Giovanny, quien ya tiene 34 años y dos hijos.
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Admite que, ante la escasez de ofertas laborales, miente sobre su enfermedad, pues “cuando saben que uno sufre esto, se asustan. A mí me dan los ataques de un momento a otro, me caigo y me golpeo fuerte”. Prieto padece epilepsia refractaria, es decir, pese a estar medicado, sigue convulsionando. Y si bien, la epilepsia no es considerada discapacidad, sí causa “cierto deterioro de las funciones superiores como la memoria, la atención, el aprendizaje o la conducta, lo que la convierte en una causa importante de discapacidad”, dice el artículo médico “la epilepsia como un problema de discapacidad”. A raíz de esto, Giovanny se ha topado con todo tipo de barreras para acceder a un trabajo.
Mismas barreras a las que se ha enfrentado David Jiménez Ruiz, un joven de 16 años, que padece de Síndrome 15q11.2 de microdeleción, una enfermedad huérfana, que genera discapacidades múltiples de orden cognitivo y psicomotriz. Desde que lo diagnosticaron, su madre Julia Ruiz, con su fundación “Cuidadores de Derechos”, se trazó un propósito en la vida: labrar un camino diferente al que el Estado ofrece para personas como su hijo.
“No hay opción para mi hijo en Bogotá. Para su educación, hemos luchamos mucho para que se le dé una oportunidad en alguna institución, pero no ha sido posible, porque no existen colegios donde reciban chicos con discapacidad múltiple. Las personas con discapacidades cognitivas siempre pierden (…) Nos dejan a nuestros hijos como un florero bonito en la casa y muchas veces no tenemos que brindarles”, manifiesta la mujer.
El Observatorio Poblacional Diferencial y de Familias del Distrito señaló que para 2019 el 40 % de ciudadanos con discapacidad fueron excluidos productivamente, mientras que la de individuos sin discapacidad fue del 32%. El informe, publicado el año pasado, detalla que esa exclusión laboral se debe 58 % a la pobreza y en 42 % por el acceso a trabajos de calidad, pese a que el Estado colombiano asumió en 2011 la responsabilidad de implementar políticas públicas, para garantizar sus derechos, al suscribir la Convención sobre los Derechos de Personas con Discapacidad de la ONU.
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Esta situación llevó a Julia y su familia a poner en marcha ´Pan cuidarte con amor´, panadería hecha por personas con discapacidad cognitiva. “Al comienzo teníamos 14 chicos, que venían a hacer actividades de distracción. Pero después de tomar un curso de panadería, que brindó el Sena aquí en la localidad (San Cristóbal), nos pareció bonito seguir ese proyecto. Hacer pan es una terapia, en la que juegan con la masa, los colores, las formas, el aroma y texturas”, expresa Julia.
Fue así como en noviembre de 2022, en el último piso de su casa, en el barrio San Isidro, inicia el proyecto. La familia Jiménez Ruiz adaptó la cocina de su apartamento para producir panes, tortas y galletas. “Antes trabajamos con el horno casero y varias veces dejamos sin luz al edificio. Luego recibimos dos hornos especializados y, ante la dificultad, un espacio más grande, por el costo, remodelamos, para trabajar con los chicos y sus cuidadores”, comenta Julia, quien junto a su hija mayor se formó en atención y pedagogía, enfocada en personas con discapacidades.
Desde entonces, han brindado la oportunidad a jóvenes como David y Giovanny de superar limitaciones y mejorar su calidad de vida. “Todos toman muchos medicamentos, pero cuando vienen, se relajan, pues les damos una opción para centrarse en ellos mismos”, dice Julia. El proceso de preparación del pan lo guía Julián Jiménez, padre de David y esposo de Julia, quien a través de cursos gratuitos se capacitó en panadería. Cuando hay un evento, un día antes citan a los panaderos, quienes llegan a las 10:00 a.m. para poner manos a la masa. Desde pesar la harina, hasta hornear, pueden pasar de 6 a 7 horas.
Pero no solo hacen pan. Estos jóvenes también realizan catering, lo que ha desarrollado sus habilidades comunicativas. “Pensamos en que no solo el edificio debería ser nuestro nicho de venta. Salimos a buscar más lugares y así iniciamos con la idea del catering. Nos contrataron para la inauguración de unas escaleras del barrio. Atendimos a 150 personas”, narra Julia.
Sin embargo, este es un trabajo esporádico, ya que ´Pan cuidarte con amor´ vende todos sus productos sobre pedido, pues las condiciones actuales no dan para una producción constante, ni pagarles a los 14 panaderos. Además, cuenta Giovanny, que muchas veces la gente no les compra, por desconfianza. “La gente cree que nosotros somos sucios, que hacemos el pan sin lavarnos las manos, pero no, somos muy limpios. Yo he sentido el rechazo de la gente cuando salimos a vender el pan. Nosotros los vendemos a $500 y un día alguien me dijo que eso estaba muy caro y que, además, ese pan debería ser feo”.
A la exclusión que han tenido que lidiar, se suma que el apoyo de las entidades del Gobierno Local no ha sido la esperada. “Iniciamos vendiendo pan en la Alcaldía Local de San Cristóbal y de allá nos echaron, porque no teníamos permiso del alcalde. Nos tocó hacerle el seguimiento para qué nos dejará volver al local. Eso ha sido de rogarle a la gente”, asegura Julia, quien, desde su amor de madre, pero también como defensora de los derechos de esta población, hace un llamado al Estado a saldar su deuda.
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“Queremos que la Alcaldía y que el Estado apoye lo que se está logrando. Estamos poniendo este grano de arena y lo que esperamos que es haya acompañamiento. Los chicos son funcionales hasta cierto grado, pero ellos lo están intentando y es triste saber que no hay quien los apoye (…) Pensemos en cómo vamos a ayudar a estos hijos, que hasta ahora están naciendo, porque para mí, están volviendo a nacer”.
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