"Para nada tocamos patrimonio ni árboles"
Habla Giancarlo Mazzanti, arquitecto del proyecto de ampliación del Parque de la Independencia para unir los costados norte y sur de la calle 26.
Redacción Bogotá
En 2010 el Distrito quiso enmendar la “gran herida” que dejó la construcción de la calle 26 en la década del 60 al dividir a la ciudad en norte y sur en el Parque de la Independencia (entre carreras 5 y 7). Lo hizo con el lanzamiento de un proyecto ambicioso con la pretensión de coser aquella ruptura. Sin embargo, lo que empezó como una idea arquitectónica desató un largo proceso legal que aún no se resuelve.
Uno de los más enamorados de la idea de curar esa “gran herida” fue el arquitecto Rogelio Salmona, creador de las Torres del Parque en la Independencia. Su experiencia en el rescate del parque hizo que el Distrito le encargara el diseño de un plan director que volviera a conectar el norte y sur de la calle 26.
Tras su muerte en 2007, los planes continuaron y en julio de 2010 la administración de Samuel Moreno dejó en manos del arquitecto Giancarlo Mazzanti el proyecto para ampliar el parque y unirlo al edificio Embajador, el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO) y la Biblioteca Nacional por medio de tapas de concreto que tengan áreas verdes, plazoletas y zonas de circulación para peatones. Todo con un nuevo nombre: Parque Bicentenario.
El proyecto se planteó en medio de la ampliación de la calle 26 y la Fase III de Transmilenio. Así que desde que comenzó generó la avalancha de críticas de algunos arquitectos y residentes de las Torres del Parque, agrupados en el colectivo Habitando el Territorio, que consideraron la obra una agresión al Parque de la Independencia, pues tan sólo la ampliación de la 26 se llevó gran parte del espacio verde y arrasó con palmas de cera centenarias y cauchos sabaneros.
Por las amenazas al patrimonio público y el equilibrio ambiental, los residentes presentaron una acción popular para exigir la suspensión del proyecto y en enero de 2012 el Tribunal Administrativo de Cundinamarca suspendió las obras. Luego, el Consejo de Estado dejó en firme esta medida hasta que se solucionaran temas de fondo como que el Ministerio de Cultura emitiera la aprobación del proyecto.
Esta semana se conoció el visto bueno que dio el Ministerio a los trabajos. Pero no todo está dicho. El Consejo de Estado tendrá que dar su sentencia ante la acción popular de los vecinos de las Torres del Parque. Más aún cuando el miércoles los mismos vecinos radicaron ante el alto tribunal sus alegatos de conclusión en los que mantienen en firme su pedido: las obras hasta ahora hechas deben demolerse y el parque debe recuperar su espacio perdido, pues la aprobación del Ministerio debió haberse surtido antes de empezar los trabajos y no luego de más del 78% de su avance.
La pelea parece estar a punto de resolverse en el Consejo de Estado. Entre tanto, el arquitecto Giancarlo Mazzanti está convencido de poder continuar con los polémicos trabajos. Rocío Lamprea, miembro del equipo de trabajo, cuenta que el proyecto tuvo ajustes exigidos por el Ministerio como reducir las rampas de conexión que se extendían hasta gran parte del actual Parque de la Independencia. Este diario contactó a Mazzanti, quien habló acerca de la controversia de su proyecto, que de concretarse le cambiará la cara al centro de la ciudad.
Los vecinos de las Torres del Parque consideran que la intervención no respeta lo ambiental ni lo patrimonial del Parque de la Independencia. ¿La obra perjudica el patrimonio de la ciudad?
Para nada. No tocamos el patrimonio ni los árboles. El proyecto cubre con un parque una autopista que es la 26, se generan plazoletas y jardines con árboles sobre ella, no tocamos los existentes y al contrario tratamos de sembrar más. El IDU fue el que amplió la 26 como parte del proyecto de ampliación de Transmilenio, del cual no hacemos parte ni conocíamos con anterioridad el diseño arquitectónico, y por fuerza mayor taló árboles. Esta situación ha confundido a la comunidad.
La directora de la Fundación Salmona, María Elvira Madriñán, quien siguió de cerca la propuesta del arquitecto Rogelio Salmona para unir la calle 26, ha dicho que el actual proyecto irrespeta la historia del entorno, desoye a la ciudadanía y “terminará convirtiéndose en un referente de ‘lo que nunca ha debido ser’”.
El proyecto que planteó Rogelio Salmona era una plaza dura e inclinada que iba del Museo de Arte Moderno de Bogotá hasta el lote contiguo y no llegaba a la Cra. 7. Nosotros tomamos los mismos niveles de conexión planteados en este proyecto y hacemos un parque verde que llega a la Cra 7. El proyecto tiene planos inclinados que conectan los dos costados con espacios verdes, se levantan para dejar pasar los carros y se conecta con el MAMBO, como lo planteó el plan inicial del arquitecto Salmona.
Es un parque sobre una autopista, que de ninguna manera perjudica los valores ambientales y patrimoniales, como lo ratificó el Ministerio de Cultura. Pienso que la gente prefiere un parque que una autopista llena de carros.
¿Piensa que de fondo hay un choque de visiones sobre la arquitectura?
No creo. El proyecto produce conexión y amplía las zonas verdes, que siempre ha sido el objetivo de coser los dos costados de la calle 26.
¿Qué le ofrece su proyecto a Bogotá?
Es un lugar verde para la recreación y el esparcimiento, que conecta y valoriza el costado sur. Así se posibilita la aparición de viviendas con ofertas recreacionales verdes. Lo veo como la puerta del renacer del centro. Una oportunidad para que la gente venga más a vivir y usar el centro, que podría incluirse en las políticas de densificación planteadas por esta alcaldía.
Usted ha dicho que los proyectos privados pasan por tamices como el buen o mal gusto, que hacen más difícil para el arquitecto desarrollar lo que quiere y que, en cambio, el proyecto público le da ventajas al hacer lo que le interesa. En este caso pareciera que lo difícil ha sido la oposición de la comunidad. ¿Qué tanto le ha costado enfrentar este proyecto?
Lo importante en la arquitectura no es si te gusta o no, esto es subjetivo. Lo importante es lo que produce en términos de bienestar social y actividades para los habitantes sin diferencias de clases. Lo clave es lo que produce socialmente y lo que es capaz de propiciar en términos de comportamiento y apropiación de las comunidades.
Pero, ¿cómo lograrlo ante la resistencia de la comunidad?
Existe resistencia de un pequeño grupo, pero la que se beneficiará es la ciudad y el ciudadano común y corriente al tener un espacio público abierto para todos. No un jardín, sino un espacio público. En mi carrera he trabajado en lo público y para la gente, pensando que la arquitectura es un mecanismo de inclusión social. Así lo hemos hecho en proyectos como la Biblioteca España (barrio Santodomingo-Medellín) y los colegios o preescolares en otras regiones y periferias deterioradas de Colombia.
¿Había vivido una situación como esta en otros proyectos?
Sí. En la Biblioteca España en Medellín tuvimos mucha oposición de la comunidad al principio. Se amarraron al lote para no dejarla construir y hoy hay una increíble apropiación de la gente. El lugar cambió y mejoró su condición económica. En otros como el preescolar de Timayui (Santa Marta) también tuvimos problemas para que después la comunidad se apropiara y se sintiera orgullosa de lo que tiene. Los dos son ejemplo de renovación y transformación en el orden mundial.
En 2010 el Distrito quiso enmendar la “gran herida” que dejó la construcción de la calle 26 en la década del 60 al dividir a la ciudad en norte y sur en el Parque de la Independencia (entre carreras 5 y 7). Lo hizo con el lanzamiento de un proyecto ambicioso con la pretensión de coser aquella ruptura. Sin embargo, lo que empezó como una idea arquitectónica desató un largo proceso legal que aún no se resuelve.
Uno de los más enamorados de la idea de curar esa “gran herida” fue el arquitecto Rogelio Salmona, creador de las Torres del Parque en la Independencia. Su experiencia en el rescate del parque hizo que el Distrito le encargara el diseño de un plan director que volviera a conectar el norte y sur de la calle 26.
Tras su muerte en 2007, los planes continuaron y en julio de 2010 la administración de Samuel Moreno dejó en manos del arquitecto Giancarlo Mazzanti el proyecto para ampliar el parque y unirlo al edificio Embajador, el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO) y la Biblioteca Nacional por medio de tapas de concreto que tengan áreas verdes, plazoletas y zonas de circulación para peatones. Todo con un nuevo nombre: Parque Bicentenario.
El proyecto se planteó en medio de la ampliación de la calle 26 y la Fase III de Transmilenio. Así que desde que comenzó generó la avalancha de críticas de algunos arquitectos y residentes de las Torres del Parque, agrupados en el colectivo Habitando el Territorio, que consideraron la obra una agresión al Parque de la Independencia, pues tan sólo la ampliación de la 26 se llevó gran parte del espacio verde y arrasó con palmas de cera centenarias y cauchos sabaneros.
Por las amenazas al patrimonio público y el equilibrio ambiental, los residentes presentaron una acción popular para exigir la suspensión del proyecto y en enero de 2012 el Tribunal Administrativo de Cundinamarca suspendió las obras. Luego, el Consejo de Estado dejó en firme esta medida hasta que se solucionaran temas de fondo como que el Ministerio de Cultura emitiera la aprobación del proyecto.
Esta semana se conoció el visto bueno que dio el Ministerio a los trabajos. Pero no todo está dicho. El Consejo de Estado tendrá que dar su sentencia ante la acción popular de los vecinos de las Torres del Parque. Más aún cuando el miércoles los mismos vecinos radicaron ante el alto tribunal sus alegatos de conclusión en los que mantienen en firme su pedido: las obras hasta ahora hechas deben demolerse y el parque debe recuperar su espacio perdido, pues la aprobación del Ministerio debió haberse surtido antes de empezar los trabajos y no luego de más del 78% de su avance.
La pelea parece estar a punto de resolverse en el Consejo de Estado. Entre tanto, el arquitecto Giancarlo Mazzanti está convencido de poder continuar con los polémicos trabajos. Rocío Lamprea, miembro del equipo de trabajo, cuenta que el proyecto tuvo ajustes exigidos por el Ministerio como reducir las rampas de conexión que se extendían hasta gran parte del actual Parque de la Independencia. Este diario contactó a Mazzanti, quien habló acerca de la controversia de su proyecto, que de concretarse le cambiará la cara al centro de la ciudad.
Los vecinos de las Torres del Parque consideran que la intervención no respeta lo ambiental ni lo patrimonial del Parque de la Independencia. ¿La obra perjudica el patrimonio de la ciudad?
Para nada. No tocamos el patrimonio ni los árboles. El proyecto cubre con un parque una autopista que es la 26, se generan plazoletas y jardines con árboles sobre ella, no tocamos los existentes y al contrario tratamos de sembrar más. El IDU fue el que amplió la 26 como parte del proyecto de ampliación de Transmilenio, del cual no hacemos parte ni conocíamos con anterioridad el diseño arquitectónico, y por fuerza mayor taló árboles. Esta situación ha confundido a la comunidad.
La directora de la Fundación Salmona, María Elvira Madriñán, quien siguió de cerca la propuesta del arquitecto Rogelio Salmona para unir la calle 26, ha dicho que el actual proyecto irrespeta la historia del entorno, desoye a la ciudadanía y “terminará convirtiéndose en un referente de ‘lo que nunca ha debido ser’”.
El proyecto que planteó Rogelio Salmona era una plaza dura e inclinada que iba del Museo de Arte Moderno de Bogotá hasta el lote contiguo y no llegaba a la Cra. 7. Nosotros tomamos los mismos niveles de conexión planteados en este proyecto y hacemos un parque verde que llega a la Cra 7. El proyecto tiene planos inclinados que conectan los dos costados con espacios verdes, se levantan para dejar pasar los carros y se conecta con el MAMBO, como lo planteó el plan inicial del arquitecto Salmona.
Es un parque sobre una autopista, que de ninguna manera perjudica los valores ambientales y patrimoniales, como lo ratificó el Ministerio de Cultura. Pienso que la gente prefiere un parque que una autopista llena de carros.
¿Piensa que de fondo hay un choque de visiones sobre la arquitectura?
No creo. El proyecto produce conexión y amplía las zonas verdes, que siempre ha sido el objetivo de coser los dos costados de la calle 26.
¿Qué le ofrece su proyecto a Bogotá?
Es un lugar verde para la recreación y el esparcimiento, que conecta y valoriza el costado sur. Así se posibilita la aparición de viviendas con ofertas recreacionales verdes. Lo veo como la puerta del renacer del centro. Una oportunidad para que la gente venga más a vivir y usar el centro, que podría incluirse en las políticas de densificación planteadas por esta alcaldía.
Usted ha dicho que los proyectos privados pasan por tamices como el buen o mal gusto, que hacen más difícil para el arquitecto desarrollar lo que quiere y que, en cambio, el proyecto público le da ventajas al hacer lo que le interesa. En este caso pareciera que lo difícil ha sido la oposición de la comunidad. ¿Qué tanto le ha costado enfrentar este proyecto?
Lo importante en la arquitectura no es si te gusta o no, esto es subjetivo. Lo importante es lo que produce en términos de bienestar social y actividades para los habitantes sin diferencias de clases. Lo clave es lo que produce socialmente y lo que es capaz de propiciar en términos de comportamiento y apropiación de las comunidades.
Pero, ¿cómo lograrlo ante la resistencia de la comunidad?
Existe resistencia de un pequeño grupo, pero la que se beneficiará es la ciudad y el ciudadano común y corriente al tener un espacio público abierto para todos. No un jardín, sino un espacio público. En mi carrera he trabajado en lo público y para la gente, pensando que la arquitectura es un mecanismo de inclusión social. Así lo hemos hecho en proyectos como la Biblioteca España (barrio Santodomingo-Medellín) y los colegios o preescolares en otras regiones y periferias deterioradas de Colombia.
¿Había vivido una situación como esta en otros proyectos?
Sí. En la Biblioteca España en Medellín tuvimos mucha oposición de la comunidad al principio. Se amarraron al lote para no dejarla construir y hoy hay una increíble apropiación de la gente. El lugar cambió y mejoró su condición económica. En otros como el preescolar de Timayui (Santa Marta) también tuvimos problemas para que después la comunidad se apropiara y se sintiera orgullosa de lo que tiene. Los dos son ejemplo de renovación y transformación en el orden mundial.