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San Victorino es uno de los principales puntos comerciales que tiene el corazón de Bogotá. Los viernes y fines de semana sus calles suelen ser casi intransitables por la cantidad de gente que acude al sector para hacer compras. Hoy, con dos alertas amarillas (una por el COVID-19 y otra por la mala calidad del aire), en los pasajes aún transita gente, pero la afluencia se ha reducido casi a la mitad.
“Mientras tanto nos hemos mantenido con las entregas a domicilio de los pedidos que nos llegan por teléfono y redes sociales”, Diana interrumpe la entrevista para atender a una cliente que llega a preguntar por unas 'pepitas' para hacer collares. “Perdóname, pero como está la situación, cualquier cliente ayuda bastante”, retoma después de despachar a la señora.
Para ella la disminución en las ventas obedece al temor que tienen las personas a tener un contacto con otras y más en un centro tan concurrido como San Victorino. Ella, al manipular billetes y entablar conversaciones todo el día con decenas de clientes, también teme contraer el COVID-19. Es por eso que emplea medidas de prevención como el lavado de manos, uso de gel antibacterial y alcohol para limpiar las vitrinas.
El precio del dólar, que esta semana alcanzó un histórico de $4.000, es otro factor que preocupa por estos días a los comerciantes. La administradora de un puesto de hilos asegura que normalmente un carrete le puede costar $4.000, pero desde que comenzó a remontar el dólar pasó a pagar $4.800 por el mismo producto.
Otro vendedor de un centro comercial vecino cree que la caída en las ventas es más porque las personas están ahorrando o comprando artículos de primera necesidad. “Las cosas que yo vendo no son tan indispensables. La gente está prefiriendo guardar la plata o comprar víveres”, menciona.
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Denuncias similares se escucharon en otros edificios, en pleno centro de Bogotá. Allí los vendedores no han recibido una campaña que les capacite para aportar en la contención de esta pandemia.
Sin embargo, todos los comerciantes consultados aseguran implementar medidas de prevención, y esto incluye a los vendedores en la calle. Un venezolano que vende vidrios para celular asegura que está atendiendo las recomendaciones. Cada tres, de sus 12 horas de jornada laboral, va al baño a lavarse las manos.
A pocos metros de su puesto, otro vendedor comercializa tapabocas y gel antibacterial. “La gente cotiza mucho pero no compra, porque se ha subido mucho el precio. Los proveedores nos dicen que no volvieron a fabricar, porque se les acabó la materia prima”, comenta.
Aunque su argumento suena bienintencionado, lo cierto es que la Organización Mundial de la Salud (OMS) pide que el uso del tapabocas sea únicamente para personas con síntomas, profesionales de la salud y personas que están al cuidado de infectados.
De adoptar esta medida se estaría ayudando a evitar el desabastecimiento de tapabocas que impide que las personas que realmente los necesitan puedan acceder a ellos. La OMS recuerda que esta es una lucha de todos y que este tipo de acciones egoístas pueden perjudicar a toda la sociedad. En cuanto al gel antibacterial, el frasco de 250 mililitros pasó de costar $7.000 a $15.000.
Unas calles más abajo,en San Andresito de San José (otro importante punto de comercio en Bogotá), un comerciante coreano, que vende ropa, también habló de su situación.
“No podemos hacer mucho para motivar la compra, porque como en China todavía todo está suspendido, tampoco es que podamos vender exageradamente. Nos quedamos sin mercancía”, menciona al detallar que desde que el dólar comenzó su escalada, sus importaciones se han reducido 45%.
Pero existe otro factor, sus rasgos asiáticos. Él dice que cuando sale a fumar o cuando se dirige a un restaurante, la gente lo molesta por el coronavirus. Algunos se alejan o simplemente hacen comentarios. “Yo los ignoro para no pelear. Los colombianos no diferencian entre un coreano, un chino o un japonés, y por eso los entiendo, pero creo que debería haber un respeto para todos”, concluye.
Otros que se han visto afectados por sus raíces asiáticas son los restaurantes Chinos. Según una de las trabajdores, de uno ubicado en la zona, hay días en los que las ventas caen hasta 90%. “En promedio, pasamos de vender $2’000.000 diarios a $500.000. Hoy es viernes y no hemos hecho ni $200.000”, comenta.
Hace unos meses, antes de que el mundo se enterara del primer caso de esta infección, este local no daba abasto, la gente hacía fila en la calle para ingresar. Hoy no solo las multitudes se han ido, sino que de los 20 trabajadores que tenía el comercio, ahora solo quedan siete.
¿Hasta dónde nos llevarán las acciones irracionales cometidas por la desinformación del coronavirus? Sí, las organizaciones internacionales invitan a guardar las medidas de prevención, incluso las autoridades colombianas están adelantando esfuerzos para contener la propagación, pero hay una tarea que nos compete a todos, la de no caer en la paranoia y pensar en el bien común, antes que el propio.
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