Perseguidos, desplazados y envenenados: el drama del zorro cangrejero en Chía
La comunidad de la vereda Yerbabuena, en Chía, denunció que van ocho zorros cangrejeros envenenados en dos meses. Al parecer, lo hicieron campesinos, por haber cazado gallinas en sus propiedades. El Espectador habló con miembros de la reserva natural donde ocurrieron los hechos.
Perseguidos, desplazados de su hábitat y ahora envenenados. Este es el destino que están sufriendo los zorros cangrejeros o zorro perruno, en zona rural de Chía (Cundinamarca). Estos animales, representativos del territorio andino suramericano, los están encontrando muertos, en inmediaciones de la reserva natural Santuario Norte, ubicada en la vereda Yerbabuena, en límites con el municipio de Sopó. De acuerdo con la denuncia, que conoció El Espectador, van ocho caninos en menos de dos meses, al parecer, tras consumir alimentos envenenados, que han esparcido manos criminales en su hábitat.
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Perseguidos, desplazados de su hábitat y ahora envenenados. Este es el destino que están sufriendo los zorros cangrejeros o zorro perruno, en zona rural de Chía (Cundinamarca). Estos animales, representativos del territorio andino suramericano, los están encontrando muertos, en inmediaciones de la reserva natural Santuario Norte, ubicada en la vereda Yerbabuena, en límites con el municipio de Sopó. De acuerdo con la denuncia, que conoció El Espectador, van ocho caninos en menos de dos meses, al parecer, tras consumir alimentos envenenados, que han esparcido manos criminales en su hábitat.
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Paula Romero y Emanuel Laverde, quienes lideran la reserva, describieron lo que está sucediendo. “Varios campesinos nos comentaron que una persona está envenenando los zorros, dejándoles pedazos de carne en zonas específicas, para que se coman el cebo y luego mueran. Al parecer, es alguien que tiene galpones en la zona, razón por la cual, para evitar que los zorros cacen sus gallinas, no encontró mejor alternativa que matarlos”, señala Romero en diálogo con El Espectador.
El primer caso lo conocieron hace dos meses y, desde entonces, con la ayuda de la comunidad, han contabilizado otros siete. Señalan, además, que la denuncia la canalizaron ellos, debido a que la comunidad prefiere el anonimato, pues temen posibles represalias. “Contactamos a la autoridad ambiental del municipio. En la reunión también estuvo un funcionario de CAR. Nos dijeron que investigarían. De lo que ha pasado desde entonces, no tenemos información”, agrega Emanuel.
La problemática entre animales silvestres y comunidad responde, en gran parte, a la progresiva pérdida del hábitat natural que han tenido que experimentar. Ya sea por efectos climáticos o por la paulatina urbanización del territorio, especies como el zorro cangrejero (que también habita en los cerros orientales de Bogotá) han empezado a buscar su alimento en fincas o veredas aledañas, en donde, por ejemplo, hay presencia de gallinas, una de las presas que forman parte de su dieta.
“Creemos firmemente que, además del problema de urbanización de algunos sectores de la vereda, y de muchas otras partes del territorio que deberían gozar de protección, el hecho de que se sigan envenenando animales como forma de represalia, por sus comportamientos naturales, se debe, en esencia, a un problema de educación”, explica Paula.
Añade que poco a poco esto ha venido cambiado. Sin embargo, todavía hay muchos que cohabitan el territorio con el zorro o con el tigrillo lanudo, por ejemplo, que los ven como enemigos, porque se comen una gallina. “Lo que no saben es que ese mismo animal es fundamental para el equilibrio del ecosistema e, incluso, puede controlar plagas como los roedores. Con estrategias de educación dirigidas a la comunidad, que ahonden en la especificidad y el papel de las especies, el problema se disminuiría visiblemente”, agrega.
Las especificidades a las que hace referencia Paula tienen que ver, por ejemplo, con conocer la dieta de las especies. El zorro cangrejero, zorro perruno o perro de monte es una especie omnívora, de una longitud promedio de 70 cm y un peso que oscila entre los cinco y los nueve kilos. Incluye en su dieta, además de los animales que caza como gallinas, roedores, reptiles o aves, la ingesta de carroña y algunos vegetales y frutos.
Entonces, señala Emanuel, “si tenemos esta información, podemos desarrollar estrategias para que los galpones no estén ubicados tan cerca a los bosques o cómo cercarlos mejor. Es decir, hay que entender que en este territorio se cohabita con un cazador, que no representa peligro para los humanos y que, con una gestión adecuada, tampoco debería representar peligro para las especies de cría, que tienen los campesinos del sector”.
Lamentablemente, la cacería por retaliación (o envenenamiento en este caso) no es la única amenaza. Los atropellamientos son una constante. “Es un problema de hace años. Desde que pavimentaron estas vías, para que la gente pueda ir a sus mansiones, los carros pasan a toda velocidad y han matado muchos animales. Y parece importarles poco a las autoridades. No tenemos ni una sola señal de tránsito que advierta la presencia de animales en la vía y menos reductores de velocidad. Es una zona en la que simplemente eso no es prioridad”, relata Paula.
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La Reserva
El predio, de cerca de 75 hectáreas, en donde hoy queda la reserva Santuario Norte fue, durante un largo periodo, un hato lechero. “Por tradición familiar, en este sector, durante mucho tiempo, se produjo leche, antes de que Yerbabuena se empezara a urbanizar, hace 70 años”, comenta Paula, quien es artista plástica de profesión y coincidió con Emanuel en la universidad. Desde entonces, los unió el gusto por la ilustración científica y la vocación por el cuidado del medio ambiente.
“Nosotros decimos que somos artistas de profesión y biólogos de corazón. Desde que empezamos a estudiar artes nos interesamos por la ilustración científica y naturalista. Con el tiempo, se nos convirtió en una profesión y luego en una manera de contribuir al cuidado de nuestro territorio. Así nació, en 2006, Arte y Conservación, editorial que se enfoca en trabajos relacionados con la divulgación científica, que nos ha permitido emprender proyectos remunerados, cuyas ganancias, en un alto porcentaje, están dedicadas a labores de reforestación de bosques nativos y de educación ambiental”, resalta la pareja.
Con el tiempo, cuando el proyecto se fortaleció, entraron a trabajar de manera tangible en el predio que hoy constituye la reserva, aprovechando un cambio en el POT del municipio, que instauró la prohibición expresa de urbanizar en zonas cercanas a los 3.000 m.s.n.m, (altura en donde se encuentra el predio). Además, por estar ubicado en la cuenca del río Bogotá, su protección se volvió necesaria y estratégica.
“A la fecha hemos sembrado más de 10.000 árboles nativos en la reserva y esperamos sembrar otros 30.000 en el corto plazo. Hacemos monitoreos constantes de fauna y flora y, por cámaras trampa, sabemos que la presencia de especies como los zorros que están envenenando, las zarigüeyas, o el camaleón de páramo, entre otros, son visitantes asiduos. Hemos identificado al menos unas 150 especies, que habitan o recorren la zona. Lamentablemente, acciones como las que estamos denunciando truncan cualquier atisbo de conservación”, indicó Emanuel.
¿Qué dicen las autoridades?
Según señala la secretaría de Ambiente del municipio, por solicitud de los vecinos del sector de Yerbabuena, a raíz del envenenamiento de los animales, el pasado viernes 19 de julio realizaron una visita en compañía de miembros de la inspección de policía de la zona, el grupo de carabineros de la policía de Chía, personal de la CAR y miembros del CTI, “con el objetivo de realizar la verificación del posible delito y asegurar el control, la vigilancia y protección de la fauna en el lugar”.
“Durante la visita a la zona los vecinos relataron el suceso, sin embargo, hasta el momento en el municipio no se ha recibido ninguna denuncia formal y solo se tiene conocimiento de lo que se ha publicado en redes sociales”, señaló el comunicado emitido por el municipio. Sin embargo, fuentes de la CAR le confirmaron a El Espectador que la alcaldía de Chía informó de la situación la semana pasada, es decir, cerca de mes y medio después de las primeras denuncias, hecho que dificulta notablemente la búsqueda de evidencia.
Finaliza el comunicado de la entidad señalando que reforzarán las labores de pedagogía enfocada en la protección y el cuidado de la fauna y la flora silvestre y en la preservación de los ecosistemas del municipio. Así las cosas, la investigación avanza a tientas. Si bien no hay una denuncia formal, debido a que, como ya se mencionó, las personas que pueden dar fe de los hechos no van a acudir a ninguna instancia legal, por temor a una represalia. La comunidad de la zona espera celeridad con las investigaciones.
Lo que viene
“Nosotros insistimos en que el problema es la ignorancia que prima sobre lo relacionado con el territorio. Queremos apostarles a los talleres, a las charlas, a las caminatas pedagógicas, para que la gente entienda que cuidar y restaurar representa una ganancia para todos, hasta en términos económicos, si se quiere. Y partir de allí buscaremos alianzas estratégicas para seguir en la labor de educarnos y generar acciones que beneficien a todos los actores de este ecosistema, que al final, es lo que nos une a todos”, manifestó la pareja.
En ese sentido, el próximo 3 de agosto llevarán a cabo una sembratón de especies nativas, en zonas que fueron deforestadas para labores de pastoreo y que hoy son enormes potreros con potencial de acoger a resguardar a más especies silvestres. Estrategias como los Pagos por Servicios Ambientales (PSA), que buscan reconocer la labor de restauración y preservación de ecosistemas que cumplen poseedores de tierras, ubicadas en zonas estratégicas a través de incentivos económicos, o la alianza que la semana pasada firmó la CAR con el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), cuyo objetivo principal es fortalecer las estrategias de gestión de áreas protegidas, son acciones que contribuyen a que situaciones como las que denuncia este artículo no sigan ocurriendo.
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