Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Era difícil estar en el centro o declararse neutral. En los barrios aledaños al Portal de Transmilenio de las Américas se estaba a favor o en contra de los jóvenes que participaron en las protestas —que iniciaron en abril y se extendieron por casi tres meses—. Después del 28 de abril, en una continuación del paro nacional que se inició en noviembre de 2019, la Plaza de Bolívar y el centro de Bogotá dejaron de ser los puntos referentes adonde llegaban las movilizaciones. En cambio, otros puntos tomaron fuerza y se convirtieron en epicentro de multitudinarias manifestaciones, como el Monumento a los Héroes y el rebautizado “Portal de la Resistencia”.
Este último fue, quizás, uno de los más concurridos y también el más álgido. Solo en las primeras cuatro semanas de movilizaciones, la Personería de Bogotá documentó, en un informe que entregó al Concejo de Bogotá, que la localidad de Kennedy, en donde está el Portal, fue el lugar de la capital en donde más conocieron denuncias por abuso policial y asistencia a Unidades de Reacción Inmediata.
“Fuimos amenazados por algunos vecinos”
En este caso, ese fue el precio que tuvo que pagar Marco Ruiz por mostrar su descontento por el vandalismo en el que terminaban las jornadas de protestas en el Portal. “Mi familia y yo fuimos amenazados y agredidos verbalmente por unos vecinos de mi conjunto, cuando pedí que no ayudaran a las personas que estaban en los enfrentamientos”, contó a El Espectador.
Ese señalamiento, que ha hecho públicamente en todos los escenarios posibles, coincide con las declaraciones que entregó a finales de noviembre el comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá, brigadier general Eliécer Camacho, cuando pidió investigaciones contra cinco residentes de este sector por ser “cómplices” de los manifestantes al guardarles elementos que les lanzaron desde las rejas (de los conjuntos)”.
“La zona se la tomó el microtráfico y se desdibujó la protesta pacífica. Esa situación, más los desmanes que hubo, nos cambió completamente la vida. Nos trajo problemas de salud, psicológicos y patrimoniales: casas que valían $200 millones ahora valen $100 millones, pero nadie las quiere comprar, porque nadie quiere vivir en este sector”, aseguró Ruiz.
“Los muchachos estaban quietos”
Este diario reportó e hizo cubrimiento en vivo de varias jornadas de manifestaciones en el Portal Américas y evidenció también cómo las personas que participaban en las protestas, así como los integrantes de la autodenominada “primera línea”, contaban con un respaldo popular en la zona, pues era común ver que, cuando empezaban los choques con la fuerza pública, algunos vecinos, con lágrimas en los ojos, producto de los gases lacrimógenos arrojados por el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad), salían de sus hogares en los conjuntos a apoyarlos.
“Nosotros íbamos adonde estaban los jóvenes concentrados pacíficamente y el Esmad empezaba a lanzar gases, que nos afectaron a todos. Me pareció el colmo que hubieran hecho eso, porque los muchachos estaban quietos”, expresó Catalina Fernández, residente de la zona durante una intervención del Esmad sobre la avenida Ciudad de Cali.
“Se olvidaron de nosotros”
Una voz que se podría catalogar como neutral en el Portal de la Resistencia es la de Victoria*, cuando habló del olvido y la representación, factores que mantuvieron a la ciudadanía por meses en la calles. “A los jóvenes no los están representando. Yo justifico la protesta social, porque había manifestantes con argumentos, pero en las noches era otra cosa distinta, que nos afectaba a los que teníamos que salir a buscar el sustento. Luego se olvidaron de nosotros”, manifestó a este diario.
Todas estas personas tienen algo en común: pueden decir esta Navidad que sobrevivieron al Portal de la Resistencia y cada uno, desde sus perspectivas, encarna realidades que en este punto de Bogotá son una constante: olvido de las instituciones, desempleo, pobreza e informalidad. Factores que terminaron en dos puntos claves que ganaron tanto con las protestas como con los justos reclamos de quienes se vieron afectados: visibilización y notoriedad de un sector que, seis meses después del paro, aún siente que el coletazo de la crispación social puede revivir. Como dijo Marco Ruiz, “hay una aparente calma, pero el problema sigue”.
Y si bien en esta zona parece que no hubiera espacio para los puntos medios, finalmente la evidencia indica que lo vivido en las protestas fue una consigna de cualquier manifestación: ser escuchados.