Prostitución, un oficio de varones
Corte Constitucional, en defensa de las trabajadoras sexuales.
Alfredo Molano Jimeno / Daniella Sánchez Russo
Un embarazo inesperado, un despido previsible, la excusa perfecta para que los derechos laborales de las trabajadoras sexuales se pusieran sobre la mesa. En reciente sentencia, la Corte Constitucional reconoció que las personas que ejercen este oficio en condiciones de subordinación son sujetos de protección laboral plena, una decisión que debe ser pensada a la luz de la realidad de quienes trabajan en la profesión más antigua del mundo.
En primera y segunda instancias la petición de que se le reconociera su licencia de maternidad le fue negada a la mujer: ‘La prostitución es un trabajo inmoral’, decían. Sin embargo, la Corte Constitucional, afirmando que “se debe considerar al trabajador sexual como sujeto de especial protección”, amparó a estas personas con los mismos derechos y libertades de cualquier empleado. El Espectador se sumergió en uno de los barrios más sórdidos de la capital para contrastar el fallo emitido con la realidad laboral de quienes allí trabajan.
María Sin Nombre fue el alter ego que ella misma se puso para identificarse en el papel, 50 años corriendo por sus venas, de los cuales nueve los lleva en las calles. Esta tumaqueña, una fortaleza negra que pinta sus labios con un rosado intenso, se sienta todos los días desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde, horario en que sus niños estudian, a esperar que algún solitario la lleve consigo. “Es una mentira, porque los dueños de los hoteles no van a cumplir el fallo”, cuenta doña María, con tono de indignación: “Eso no cabe sino en la mente de la Corte”.
La localidad de Santa Fe, ubicado en el centro de la ciudad, en algunos sectores tiene olor a basuco y marihuana. Los que por allí rondan se la pasan rebuscando formas de vida: son habitantes de calle, viejos de manos cansadas, niños desamparados, policías vigilantes, hombres y mujeres que han aprendido a vivir con la miseria humana. A cualquier hora del día o de la noche las meretrices deambulan por sus calles. Y es en este lugar de la ciudad, junto con las localidades de Kennedy, Los Mártires, Chapinero y Barrios Unidos, donde se concentra el 71% de la prostitución.
“El primer día un hombre abusó de mí por tres horas. Yo no sabía cómo se cobraba. Después me enteré de que me había contagiado de gonorrea”, relata Jackeline con el resentimiento en la punta de la lengua. Confiesa que trató de hacer cosas distintas y recuerda el momento fatal que la llevó a la prostitución: “Me echaron como un perro del restaurante en el que trabajaba, me tiraron la cartera al suelo y me tildaron de ratera”. Esta paisa de ojos de azúcar quemada, con cuatro hijos —uno de ellos con lupus—, 46 años y 16 vendiendo su cuerpo, sólo le pide al Gobierno, sin que le importe no tener conocimiento de la sentencia, “que las recuerden”, porque está “aburrida, cansada, necesitada, adolorida y resentida”.
Cuatrocientos sesenta establecimientos de prostitución funcionan en Bogotá, según un informe publicado por la Secretaría Distrital de Integración Social en 2009. Son 460 establecimientos que, de ser obligados a respetar contratos con las trabajadoras, tendrían que asumir el costo que ordenó la Corte Constitucional. Es decir, prestaciones, licencia de maternidad, liquidación y hasta bonificaciones. Y, aunque el número de trabajadoras sexuales en la ciudad no se ha podido definir porque la mayoría trabaja de forma independiente e itinerante, se sabe que de las 993 mujeres encuestadas, el 51% oscila entre los 27 y 45 años y que el 44% está entre los 18 y 26.
“Pónganme Gloria, uno de los nombres que más fama y plata me dieron”. Se prostituyó en varios países: Panamá, España, Italia y Holanda. Llegó de Manizales hace 20 años y dice pasar de los 40. “Yo ya estoy para pensionarme”, explica esta robusta mujer de dientes desordenados y boca roja carmesí que denota su carácter. Viste falda hasta las rodillas y blusa satinada pues tuvo una entrevista de trabajo; desde hace más de dos años busca un empleo formal. Tiene tres hijos, casa propia y sólo trabaja dos veces por semana. Dice que hace tiempo dejó de pensar en el dinero. “Ojalá que ese fallo se cumpla, porque aunque la gente nos llame las mujeres de la vida fácil, este oficio es de varones”, expresó.
Según datos oficiales del Distrito, el 68% de las mujeres encuestadas no terminó el bachillerato, el 37% ingresó por dificultades económicas y el 79% cobra $50 mil por un servicio que puede durar de 10 a 30 minutos. Las residencias que alquilan las piezas piden entre $4 mil y $20 mil, según el tiempo que se emplee. Otra pata que le nace al gato, pues los dueños de estas residencias viven del negocio de la prostitución.
Hernando Galindo, administrador de La Piscina, uno de los bares más famosos de la ciudad, donde se ofrecen servicios sexuales, comentó que la decisión de la Corte es inaplicable, ya que no existe ningún tipo de contrato entre las mujeres que llegan al sitio y sus dueños. Informó que las niñas que llegan al bar son esporádicas, ya que se van moviendo de ciudad en ciudad, dependiendo de la época del año. “Me parece bueno todo lo que sea positivo para el trabajador”, confesó acerca del nuevo fallo, pero afirmó convencido: “Lo que es bueno para ellos, es malo para los propietarios”.
Lo que sí dejó claro Galindo es que las personas involucradas en el negocio, diferentes a las trabajadoras sexuales, reciben su sustento debido a que hay quien ejerza ese oficio: “Nosotros vivimos del trabajo de ellas, nuestros hijos estudian y comen del trabajo de ellas”. En el negocio que administra, hasta 18 niñas reciben alojamiento y comida mientras permanecen en el lugar. Sin embargo no tienen un sueldo fijo, las mujeres ganan dinero dependiendo del número de personas que atiendan, más un porcentaje por la cantidad de licor que consuman sus clientes.
“Los trabajadores sexuales, hombres y mujeres, siguen siendo cifras y datos en las encuestas. Sujetos discriminados y sometidos a la indignidad de no merecer la protección del Estado. Víctimas, por regla, de una invisibilización en sus derechos económicos y sociales fundamentales, estimada en esta providencia inadmisible e ilegítima. Actuación ésta que, estima la Sala, no se puede posponer y cuya realización debe operar irremediablemente, de modo paralelo a las políticas y acciones de rehabilitación y prevención existentes”, sostiene la sentencia.
Es sólo el primer paso para empezar a reconocer a una población que ha sido históricamente, desestimada y donde el hambre y las ganas de salir adelante son el motor que la empuja a las calles. Poco o nada cobijará a María Sin Nombre, a Jackeline o a Gloria la decisión, pero de alguna manera saben que constituye la mecha que puede prender el debate sobre la problemática que viven las mujeres más marginadas de la sociedad: las prostitutas. Despreciadas por unos, apetecidas por otros, pero hoy olvidadas por un Estado que por primera vez comienza a aceptar que existen y tienen derechos .
Un embarazo inesperado, un despido previsible, la excusa perfecta para que los derechos laborales de las trabajadoras sexuales se pusieran sobre la mesa. En reciente sentencia, la Corte Constitucional reconoció que las personas que ejercen este oficio en condiciones de subordinación son sujetos de protección laboral plena, una decisión que debe ser pensada a la luz de la realidad de quienes trabajan en la profesión más antigua del mundo.
En primera y segunda instancias la petición de que se le reconociera su licencia de maternidad le fue negada a la mujer: ‘La prostitución es un trabajo inmoral’, decían. Sin embargo, la Corte Constitucional, afirmando que “se debe considerar al trabajador sexual como sujeto de especial protección”, amparó a estas personas con los mismos derechos y libertades de cualquier empleado. El Espectador se sumergió en uno de los barrios más sórdidos de la capital para contrastar el fallo emitido con la realidad laboral de quienes allí trabajan.
María Sin Nombre fue el alter ego que ella misma se puso para identificarse en el papel, 50 años corriendo por sus venas, de los cuales nueve los lleva en las calles. Esta tumaqueña, una fortaleza negra que pinta sus labios con un rosado intenso, se sienta todos los días desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde, horario en que sus niños estudian, a esperar que algún solitario la lleve consigo. “Es una mentira, porque los dueños de los hoteles no van a cumplir el fallo”, cuenta doña María, con tono de indignación: “Eso no cabe sino en la mente de la Corte”.
La localidad de Santa Fe, ubicado en el centro de la ciudad, en algunos sectores tiene olor a basuco y marihuana. Los que por allí rondan se la pasan rebuscando formas de vida: son habitantes de calle, viejos de manos cansadas, niños desamparados, policías vigilantes, hombres y mujeres que han aprendido a vivir con la miseria humana. A cualquier hora del día o de la noche las meretrices deambulan por sus calles. Y es en este lugar de la ciudad, junto con las localidades de Kennedy, Los Mártires, Chapinero y Barrios Unidos, donde se concentra el 71% de la prostitución.
“El primer día un hombre abusó de mí por tres horas. Yo no sabía cómo se cobraba. Después me enteré de que me había contagiado de gonorrea”, relata Jackeline con el resentimiento en la punta de la lengua. Confiesa que trató de hacer cosas distintas y recuerda el momento fatal que la llevó a la prostitución: “Me echaron como un perro del restaurante en el que trabajaba, me tiraron la cartera al suelo y me tildaron de ratera”. Esta paisa de ojos de azúcar quemada, con cuatro hijos —uno de ellos con lupus—, 46 años y 16 vendiendo su cuerpo, sólo le pide al Gobierno, sin que le importe no tener conocimiento de la sentencia, “que las recuerden”, porque está “aburrida, cansada, necesitada, adolorida y resentida”.
Cuatrocientos sesenta establecimientos de prostitución funcionan en Bogotá, según un informe publicado por la Secretaría Distrital de Integración Social en 2009. Son 460 establecimientos que, de ser obligados a respetar contratos con las trabajadoras, tendrían que asumir el costo que ordenó la Corte Constitucional. Es decir, prestaciones, licencia de maternidad, liquidación y hasta bonificaciones. Y, aunque el número de trabajadoras sexuales en la ciudad no se ha podido definir porque la mayoría trabaja de forma independiente e itinerante, se sabe que de las 993 mujeres encuestadas, el 51% oscila entre los 27 y 45 años y que el 44% está entre los 18 y 26.
“Pónganme Gloria, uno de los nombres que más fama y plata me dieron”. Se prostituyó en varios países: Panamá, España, Italia y Holanda. Llegó de Manizales hace 20 años y dice pasar de los 40. “Yo ya estoy para pensionarme”, explica esta robusta mujer de dientes desordenados y boca roja carmesí que denota su carácter. Viste falda hasta las rodillas y blusa satinada pues tuvo una entrevista de trabajo; desde hace más de dos años busca un empleo formal. Tiene tres hijos, casa propia y sólo trabaja dos veces por semana. Dice que hace tiempo dejó de pensar en el dinero. “Ojalá que ese fallo se cumpla, porque aunque la gente nos llame las mujeres de la vida fácil, este oficio es de varones”, expresó.
Según datos oficiales del Distrito, el 68% de las mujeres encuestadas no terminó el bachillerato, el 37% ingresó por dificultades económicas y el 79% cobra $50 mil por un servicio que puede durar de 10 a 30 minutos. Las residencias que alquilan las piezas piden entre $4 mil y $20 mil, según el tiempo que se emplee. Otra pata que le nace al gato, pues los dueños de estas residencias viven del negocio de la prostitución.
Hernando Galindo, administrador de La Piscina, uno de los bares más famosos de la ciudad, donde se ofrecen servicios sexuales, comentó que la decisión de la Corte es inaplicable, ya que no existe ningún tipo de contrato entre las mujeres que llegan al sitio y sus dueños. Informó que las niñas que llegan al bar son esporádicas, ya que se van moviendo de ciudad en ciudad, dependiendo de la época del año. “Me parece bueno todo lo que sea positivo para el trabajador”, confesó acerca del nuevo fallo, pero afirmó convencido: “Lo que es bueno para ellos, es malo para los propietarios”.
Lo que sí dejó claro Galindo es que las personas involucradas en el negocio, diferentes a las trabajadoras sexuales, reciben su sustento debido a que hay quien ejerza ese oficio: “Nosotros vivimos del trabajo de ellas, nuestros hijos estudian y comen del trabajo de ellas”. En el negocio que administra, hasta 18 niñas reciben alojamiento y comida mientras permanecen en el lugar. Sin embargo no tienen un sueldo fijo, las mujeres ganan dinero dependiendo del número de personas que atiendan, más un porcentaje por la cantidad de licor que consuman sus clientes.
“Los trabajadores sexuales, hombres y mujeres, siguen siendo cifras y datos en las encuestas. Sujetos discriminados y sometidos a la indignidad de no merecer la protección del Estado. Víctimas, por regla, de una invisibilización en sus derechos económicos y sociales fundamentales, estimada en esta providencia inadmisible e ilegítima. Actuación ésta que, estima la Sala, no se puede posponer y cuya realización debe operar irremediablemente, de modo paralelo a las políticas y acciones de rehabilitación y prevención existentes”, sostiene la sentencia.
Es sólo el primer paso para empezar a reconocer a una población que ha sido históricamente, desestimada y donde el hambre y las ganas de salir adelante son el motor que la empuja a las calles. Poco o nada cobijará a María Sin Nombre, a Jackeline o a Gloria la decisión, pero de alguna manera saben que constituye la mecha que puede prender el debate sobre la problemática que viven las mujeres más marginadas de la sociedad: las prostitutas. Despreciadas por unos, apetecidas por otros, pero hoy olvidadas por un Estado que por primera vez comienza a aceptar que existen y tienen derechos .