Protegen humedal La Conejera en medio del debate por inundaciones y obras
Pese al deterioro y desecación de sus afluentes, el humedal ha logrado resistir los envites de la expansión urbana de la ciudad y malas prácticas industriales. Ahora, una decisión del Consejo de Estado instó al Distrito a conservar y a delimitar el área protegida del humedal.
Miguel Ángel Vivas Tróchez
Para el humedal La Conejera la reciente decisión del Consejo de Estado es una de las muchas batallas en su historial de resiliencia. No en vano, este marjal, de 64 hectáreas, pasó de ser un vertedero de residuos al borde de la aridez irreversible a uno de los 14 mejores destinos turísticos en el mundo para el avistamiento de aves. Convertirse en un caso de restauración exitoso no fue fácil. Además de las batallas contra la inconsciencia ambiental y el urbanismo exacerbado, al humedal le tocó enfrentar una batalla en los tribunales, que duró una década y tres gobiernos distritales.
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Para el humedal La Conejera la reciente decisión del Consejo de Estado es una de las muchas batallas en su historial de resiliencia. No en vano, este marjal, de 64 hectáreas, pasó de ser un vertedero de residuos al borde de la aridez irreversible a uno de los 14 mejores destinos turísticos en el mundo para el avistamiento de aves. Convertirse en un caso de restauración exitoso no fue fácil. Además de las batallas contra la inconsciencia ambiental y el urbanismo exacerbado, al humedal le tocó enfrentar una batalla en los tribunales, que duró una década y tres gobiernos distritales.
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La última de ellas, que derivó en las medidas de protección otorgadas por el Consejo de Estado, parece ser la definitiva. Ahora, con la decisión del alto tribunal, el Distrito tendrá la obligación de delimitar el área protegida del humedal y adelantar acciones que propendan su conversación. Pero, aún más importante, ninguna licencia de construcción, incluida la que en su momento aprobó la administración distrital en 2014, podrá ser efectiva en los bordes y cercanías del humedal.
La noticia llega en un momento de especial tensión en el debate público sobre la protección de recursos naturales, como los humedales y reservas forestales, en una ciudad que requiere expandirse para mejorar la oferta de movilidad y vivienda. Si bien, los promotores de proyectos urbanísticos colindantes con humedales y zonas de interés ecológico insisten en la proposición de acciones restaurativas, para compensar los daños de su actividad, los expertos y biólogos insisten en mantenerlas lo más intactas posible.
Precisamente, la decisión de alto tribunal fungió como una de las varias respuestas existentes a la dicotomía entre desarrollo y medio ambiente, por cuanto denegó cualquier posibilidad de construir proyectos inmobiliarios en cercanías del humedal.
La Conejera, como bien de interés turístico y belleza paisajística excepcional, ha sido un suelo apetecido por los desarrolladores urbanos, para levantar proyectos de vivienda. No en vano, desde 2014, han intentado obtener las licencias para este cometido. En aquella oportunidad, la curaduría urbana #2, la Secretaría de Ambiente y la Alcaldía local de Suba otorgaron los permisos de construcción para el conjunto Reserva de Fontanar, un complejo residencial de cinco torres que, pese a no estar planeada para ocupar la zona de protección del humedal, invadía cerca de 200 metros cuadrados de esta porción.
De ahí nació una acción popular, formulada por un grupo de ciudadanos preocupados por la preservación del humedal, que escaló hasta el Tribunal de Cundinamarca y, posteriormente, al Consejo de Estado. Hoy, 10 años después de aquel choque, este y cualquier otro proyecto inmobiliario quedaron descartados. El segundo paso, por consiguiente, compete a las autoridades locales, que deberán tomar directrices para proteger al humedal de otros factores que amenazan su espejo de agua y la biodiversidad que alberga.
La conejera, un caso de restauración exitoso
Para los años 50, el humedal de La Conejera era lo más similar a un cristal turquesa rodeado de un bosque frondoso y abundante. Imágenes satelitales, que reposan en el archivo del IGAC, dejan ver un espejo de agua totalmente despejado, que fácilmente podría ser confundido con una ciénaga por un observador desprevenido. Gran parte de su aspecto se explicaba por la tradición húmeda de la hoy capital del país y del cuidado milenario que las poblaciones precolombinas hicieron de esta y otras fuentes de agua en el suelo de Bacatá.
De acuerdo con el sumario histórico sobre el humedal, en poder del Acueducto de Bogotá, los muiscas cultivaban allí papa, maíz y especies como cubios, habas, chuguas, arracacha, batata y yuca. Criaban curies y patos y cazaban venados. El cuerpo de agua yacía como un núcleo imanador de vida, a partir del cual los nativos originarios labraron su cosmovisión.
Posteriormente, en tiempos de la colonia, y principios del siglo XX, los alrededores de la Laguna fungieron como una finca jesuita y sus terrenos fueron usados para la cría de ganado. Dicho uso se extendió por un par de décadas más, mientras, el humedal, como tal, cumplía la función de ser un espacio para la captación de agua en periodos de lluvia. De ahí, que humedales como el de La Conejera cumplan con una función anti-inundaciones, que ahora mismo se echa de menos en zonas en donde estos recursos hídricos han sido menoscabados.
El periodo de auge del humedal se esfumó a finales de los ochenta, cuando la actividad urbanística llegó con 23 barrios alrededor. Si bien, las iniciativas inmobiliarias fueron erigidas fuera de las hectáreas de influencia de La Conejera, el humedal padeció el impacto de la construcción. Algunas de las afectaciones más notables se tradujeron en mala disposición de residuos y escombros; la llegada de aguas residuales, y la afectación a la fauna del lugar por el ruido de los nuevos vecinos de concreto.
Para el año de 1994 La Conejera pasaba por su peor época. La irresponsabilidad de unos pocos años mermó el esplendor que por décadas había tenido este recurso hídrico. De repente, la húmeda vegetación del humedal fue sustituida por toneladas de residuos y el espejo de agua era cada vez más difícil de percibir.
A partir de aquí se marca un punto de inflexión, en el cual la comunidad y la fundación Humedal de la Conejera intervienen para comenzar un proceso de restauración y preservación, tanto del humedal como de sus afluentes. No fue fácil. Por delante quedaba la labor de remediar situaciones como la de los 600 metros de rellenos ilegales que taponaron Quebrada La Salitrosa, de donde fluye una gran parte del agua que surte al humedal.
A tal punto llegó el daño causado a La Conejera, que fueron necesarios cuatro años de trabajos intensivos, con los cuales, si bien no se logró reparar al 100 % el daño ocasionado, fue posible la recuperación de 10.000 metros de espejos de agua. A partir de aquí, tanto la extensión de agua como las 59 hectáreas que lo rodeaban, fueron declarados parque ecológico distrital e incluidas al Área Forestal Protectora (AFP).
La ganancia ecológica de la oportuna reacción de la ciudadanía permitió, además de recuperar el espejo de agua, preservar y fomentar la existencia de la fauna y flora, que alberga este pantanoso tesoro. Hoy en día, el humedal fue declarado como uno de los 12 mejores sitios turísticos del mundo para hacer ecoturismo y avistamiento de aves. 115 especies como la Tingua Bogotana, Cucarachero de Pantano, el Chamicero; además de 25 especies de mamíferos, anfibios, y más de 80 especies de flora han sido registradas en el humedal.
No por nada, uno de los hitos más destacados en la epopeya de resiliencia de La Conejera fue el descubrimiento en sus entrañas de la Margarita de Pantano, una especie endémica de la región que se creía extinta hasta 1998. Empero, la segunda oportunidad del humedal y la vuelta parcial a sus mejores tiempos, fueron puestas en entredicho por una licencia de construcción que se tramitó ante el Distrito en 2014.
En aquella oportunidad, la constructora Praga Servicios solicitó una licencia ante la Secretaría de Planeación para edificar en terrenos aledaños a la zona sur del humedal. Con base en el POT 190, aprobado en 2004, estas zonas habían sido habilitadas como suelo urbanizable, para la construcción de viviendas.
Por ende, los promotores del proyecto obtuvieron la licencia y comenzaron la construcción, pese a la fuerte oposición de la comunidad y a los defensores del humedal. Incluso, durante las labores de tala de árboles para llevar a cabo el complejo inmobiliario, se registraron choques entre la fuerza pública y los colectivos ambientalistas, que posteriormente fueron materia de investigación.
De acuerdo con la entonces secretaria de Ambiente (actualmente ministra de Ambiente), el operador urbano realizó una tala inadecuada de árboles y no tuvo en cuenta las limitaciones que la Secretaría le impuso al momento de la aprobación de la licencia (en materia de mitigación y restauración de las zonas verdes intervenidas).
Fue precisamente durante el gobierno distrital de Gustavo Petro que la licencia fue emitida, aunque el entonces alcalde (hoy presidente) se declaró impedido debido a que su concuñado, Juan Carlos Alcocer (hermano de la primera dama, Verónica Alcocer) era el representante legal y miembro directivo de Praga Constructores, el desarrollador urbano que buscaba levantar el conjunto de apartamentos en las cercanías al humedal.
Luego, la propia sociedad civil encontró que 200 metros cuadrados del proyecto, en donde iban a ser instaladas zonas sociales y de parqueaderos de los futuros conjuntos, se salían del área urbanizable declarada por el POT e invadían las hectáreas de reserva del humedal. Todo se saldó con un pleito legal que llegó al Tribunal de Cundinamarca, cuya determinación, en primera instancia, les dio la razón a los protectores de La Conejera. Diez años después, justo la semana pasada, el Consejo de Estado ratificó esta decisión y determinó que la aprobación de la licencia para el proyecto se avaló de manera irregular.
A la expectativa
Para los defensores del humedal como Jorge Emmanuel Escobar, director de la fundación Humedales de Bogotá, el fallo del Consejo de Estado es una ratificación de lo que ya se sabía. Sin embargo, explicó su efectividad para preservar el humedal: “en primer lugar, porque según los diferentes estudios, cualquier actividad edificadora en cercanías al humedal, pese a no darse en zonas consideradas reserva, tiene impactos directos sobre La Conejera”.
Y agrega: “Solo basta recordar la mella que generó en el cuerpo de agua la actividad constructora en barrios como Suba Compartir que, pese a no estar en el borde del humedal, generó afectaciones en la anidación de las aves y la calidad del agua, por la disposición de las aguas residuales. Hemos visto esto en otros humedales de la ciudad, como el de La Vaca o Santa María del Lago, en donde se han construido varias edificaciones y la afectación a los humedales ha sido evidente”, señala Escobar.
La Conejera, dada su zona primordialmente rural, todavía no ha palidecido frente avanzadas urbanísticas en sus cercanías, al menos por ahora. De momento, el humedal cuenta con 63 hectáreas de reserva en las cuales no se puede construir. Sin embargo, basta con modificar los pliegos de diseño de algunos proyectos inmobiliarios, para jugar con el marco legal y permitir el despliegue de nuevas edificaciones que rozan el límite con las reservas. Esto, en opinión de Escobar y de biólogos que han estudiado el humedal, no deja de poner en riesgo su biodiversidad.
Asimismo, la visita irregular de personas para adelantar quemas y campamentos clandestinos —y consigo la mala disposición de residuos— y el recorte de presupuesto para actividades de concientización del humedal, no dejan de representar un obstáculo para el legado resiliente de La Conejera. Entre tanto, mientras se discuten nuevas propuestas, y el debate entre lo urbanizable y la preservación continúa, La Conejera espera seguir siendo un ejemplo de resiliencia en tiempos de cambio climático.
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