¿Qué hay bajo la Van der Hammen?
Mientras Francisco Cruz, secretario de Ambiente, afirma que más del 90 % de las tierras que conforman la reserva no tienen un valor ecológico extraordinario, ambientalistas como Julio Carrizosa aseguran que son de las mejores del país.
Susana Noguera Montoya
Entre 2010 y 2011, la Universidad Nacional y la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales hicieron un trabajo de campo para medir la calidad del suelo del borde norte de Bogotá. El informe técnico que salió de allí explica que el suelo de más alta calidad que tiene la sabana de Bogotá es el que se originó a partir de cenizas volcánicas y ocupa gran parte de la Van der Hammen. Estas tierras son bien drenadas, de diferentes texturas en la capa arable y altamente ácidas, características que, en conjunto con otras más, las hacen muy fértiles.
Pero también padecen limitaciones climáticas como las heladas y la escasez de agua durante algunos meses del año. Podría decirse que son ecosistemas frágiles. De acuerdo con Julio Carrizosa, asesor del estudio, entre los factores que influyen en la calidad de ese suelo están la abundancia de corrientes hídricas superficiales –a dos metros de profundidad–, manantiales subterráneos profundos y la presencia de ceniza volcánica. Por el contrario, Cruz afirma que las aguas superficiales de la reserva no están conectadas y las subterráneas no tienen nada que ver con el área de la Van der Hammen, sino que vienen de los cerros.
Con los hallazgos de este trabajo se hicieron dibujos para ilustrar cómo son las capas inferiores del suelo. Hay un depósito aluvial, es decir, material que fue puesto allí por corrientes de agua; debajo de este, corrientes hídricas ocasionales que se presentan cuando hay inundaciones; y unos metros más abajo, quebradas subterráneas permanentes. Carrizosa explica que estas corrientes no sobrevivirían si se urbaniza parte de la reserva.
Para Alexis Jaramillo, doctor en geología de la Universidad Nacional, el estudio apenas vislumbra lo que hay debajo de la reserva. “Aunque este estudio abarca insignificantes diez metros de profundidad –precisa–, se alcanza a reconocer que hay un acuífero potencial en el margen occidental del cerro La Conejera, y una zona de recarga potencial”. Jaramillo concluye que para determinar el movimiento de las aguas subterráneas hay que hacer estudios a 50 y 100 metros de profundidad.
Para ambos expertos, este estudio, aunque superficial, deja entrever la riqueza ambiental que se esconde bajo los potreros, pastizales y cultivos que hoy ocupan la zona en la que se proyectó la reserva Van der Hammen.
Entre 2010 y 2011, la Universidad Nacional y la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales hicieron un trabajo de campo para medir la calidad del suelo del borde norte de Bogotá. El informe técnico que salió de allí explica que el suelo de más alta calidad que tiene la sabana de Bogotá es el que se originó a partir de cenizas volcánicas y ocupa gran parte de la Van der Hammen. Estas tierras son bien drenadas, de diferentes texturas en la capa arable y altamente ácidas, características que, en conjunto con otras más, las hacen muy fértiles.
Pero también padecen limitaciones climáticas como las heladas y la escasez de agua durante algunos meses del año. Podría decirse que son ecosistemas frágiles. De acuerdo con Julio Carrizosa, asesor del estudio, entre los factores que influyen en la calidad de ese suelo están la abundancia de corrientes hídricas superficiales –a dos metros de profundidad–, manantiales subterráneos profundos y la presencia de ceniza volcánica. Por el contrario, Cruz afirma que las aguas superficiales de la reserva no están conectadas y las subterráneas no tienen nada que ver con el área de la Van der Hammen, sino que vienen de los cerros.
Con los hallazgos de este trabajo se hicieron dibujos para ilustrar cómo son las capas inferiores del suelo. Hay un depósito aluvial, es decir, material que fue puesto allí por corrientes de agua; debajo de este, corrientes hídricas ocasionales que se presentan cuando hay inundaciones; y unos metros más abajo, quebradas subterráneas permanentes. Carrizosa explica que estas corrientes no sobrevivirían si se urbaniza parte de la reserva.
Para Alexis Jaramillo, doctor en geología de la Universidad Nacional, el estudio apenas vislumbra lo que hay debajo de la reserva. “Aunque este estudio abarca insignificantes diez metros de profundidad –precisa–, se alcanza a reconocer que hay un acuífero potencial en el margen occidental del cerro La Conejera, y una zona de recarga potencial”. Jaramillo concluye que para determinar el movimiento de las aguas subterráneas hay que hacer estudios a 50 y 100 metros de profundidad.
Para ambos expertos, este estudio, aunque superficial, deja entrever la riqueza ambiental que se esconde bajo los potreros, pastizales y cultivos que hoy ocupan la zona en la que se proyectó la reserva Van der Hammen.