Redignificar al vulnerable: así es el nuevo censo de habitantes de calle
El 15 de octubre cierra el trabajo de campo en 19 localidades. Acompañamos una jornada donde conocimos historias de vida y como los censistas se reconectan con ese sentido de humanidad hacia esta población.
María Angélica García Puerto
Frankie -como el cantante de salsa- Gallarda tiene 42 años y los últimos cuatro meses los ha vivido en la calle. Acostado en lo que fue el sofá de una casa y apenas cubriéndose con una sábana, se refugia debajo de un puente, apaciguando el frío que dejó la lluvia de la noche anterior. “Ha sido fuerte, porque casi no lo dejan trabajar a uno. Hace que uno se enferme”, se queja. Él es electricista y también sabe arreglar celulares. “Terminé en las calles por problemas de pareja. Tengo un hijo, de 2 años. Ojalá por lo menos esto lo ayude a uno para salir de esta vaina”, pide enfáticamente.
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Frankie -como el cantante de salsa- Gallarda tiene 42 años y los últimos cuatro meses los ha vivido en la calle. Acostado en lo que fue el sofá de una casa y apenas cubriéndose con una sábana, se refugia debajo de un puente, apaciguando el frío que dejó la lluvia de la noche anterior. “Ha sido fuerte, porque casi no lo dejan trabajar a uno. Hace que uno se enferme”, se queja. Él es electricista y también sabe arreglar celulares. “Terminé en las calles por problemas de pareja. Tengo un hijo, de 2 años. Ojalá por lo menos esto lo ayude a uno para salir de esta vaina”, pide enfáticamente.
Él es el primer habitante de calle censado en la primera jornada que se desarrolló en la localidad de Engativá y que hace parte de un censo que inició el pasado 30 de septiembre en las localidades de Santa Fe y La Candelaria, liderada por las secretarías de Integración Social, Planeación y el Idipron. Y es que el último conteo de esta población se realizó en 2017, cuando se encontró que en la ciudad vivían 9.538 personas en condición de calle. Siete años después se estima que esta cifra aumentó, producto de la pandemia, la ola migratoria y la crisis económica.
Esta vez el objetivo del ejercicio es fundamental para formular estrategias más robustas en cuánto a prevención del consumo problemático de sustancias psicoactivas; de violencia en el contexto familiar; proyectos de vida, para la superación de habitabilidad en calle y, además, aperturar siete unidades operativas adicionales; la vinculación de 1.500 personas en programas de prevención de riesgo de habitar la calle, y 3.400 ciudadanos en servicios sociales de permanencia.
“En este momento llevamos 7.200 encuestas. En algunas localidades no se han cumplido las expectativas como en Los Mártires y Santa Fé. Y en otras las han superado, como en Puente Aranda, San Cristóbal o Bosa. Eso nos hace pensar que el fenómeno está cambiando en la ciudad. El centro de la aglomeración de habitantes de calle de pronto se está reduciendo un poco y el fenómeno se está atomizando hacia las localidades donde tienen más conexión con sus familiares”, manifestó el secretario de Integración Social, Roberto Angulo.
La jornada inicia con una preparación previa. Los equipos de censistas reciben un dispositivo móvil de captura (DMC), que utilizan para la recolección digital de datos, aunque a veces también se hacen en papel. El Espectador acompañó a una cuadrilla de tres mujeres y dos hombres, quienes, uniformados, llevaban además sus planillas cartográficas, donde estaban marcadas las cuadras que debían recorrer.
Atentos en el camino, vieron a Diego Alejandro Valbuena, de 41 años, acostado en un andén y durmiendo apenas en una espuma rosada, para aislar el frío. “Hola, buenos días”, dice una trabajadora sin recibir respuesta. “¿Cómo estás? Buenos días. Somos de Integración Social”, intenta otra compañera. Asustado, Diego se levanta de sopetón y se ajusta el jean. “Tranquilo. No te asustes. Venimos a hablar contigo. Queríamos preguntarte, ¿tienes 10 minutos para una encuesta?”, le pregunta una censista. “Iba a desayunar, pero está bien. Yo había visto por las noticias que estaban haciendo eso y las estaba esperando”, dice jocosamente Diego.
Con el DMC en mano, se acerca otro trabajador para empezar a realizarle las 42 preguntas: ¿cuánto tiempo llevas en condición de calle?, ¿en dónde has vivido la mayor parte del tiempo?, ¿cómo consigues el dinero? En el último mes, ¿qué has consumido? ¿Te identificas como hombre o mujer? ¿Te han golpeado o maltratado en los últimos días? ¿Tienes alguna profesión o algo qué te guste hacer? ¿Temes por tu vida? Una a una Diego responde amablemente hasta que empieza a contar de su vida, para sentirse escuchado. “Llevo tres años en las calles. Yo viví 10 años con mi esposa. El papá de ella falleció y heredó una casa. Entonces nos fuimos para allá, pero me empezó a cobrar el arriendo y a hacerme bullying. Y yo para no tener conflictos de violencia, me fui”.
Y continúa: “Dejé a dos hijas, de 8 y 10 años. Llevo cinco meses sin verlas. Ellas practican gimnasia y judo. Yo soy carpintero para construcción, aprendí en el Sena. Ahora cuido carros o reciclo en las noches. Me la paso más que todo por el barrio Bosque Popular”, asegura Diego, quien, pensativo dice que “este presente es mi futuro. Uno en la calle no sabe si a la vuelta lo matan. Siempre estoy prevenido”.
En medio de gracias, apretones de manos y una sonrisa avanzamos otras cuadras donde se encuentra otro hombre, quien está recogiendo basura. Sin embargo, al contarle del censo, responde que él no vive en las calles y paga una pieza. “Eso también es importante. Que ellos se autoreconozcan”, explica una de las trabajadoras. Justamente este tipo de casos fueron frecuentes en varios intentos. Carreteros, que dormían junto a sus mascotas o solo descansaban, no respondían al saludo o simplemente no querían ser censados. “Como quedan en una base de datos, a veces pasa que van a buscar trabajo y aparecen registrados. Entonces evitan eso”, explica otro funcionario.
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Como se estima en el censo, el probable crecimiento de la población migrante venezolana en condición de calle, en medio de la caminata nos encontramos a uno de ellos. Con una bolsa de reciclaje y una grabadora de voz azul, ‘Jota, Jota’, también fue censado y recibió la manilla amarilla que les recomiendan, en lo posible, no quitársela. “Yo soy José Luis Vera, tengo 44 años. Llegue a Colombia hace cinco años, porque pensaba que había una mejor calidad de vida. El primer lugar al que fui fue Paz de Ariporo, Casanare. Trabajé dos años en ganadería. Me gustó y aprendí mucho”.
“Me fui porque vendieron la finca y llegué a Bogotá. Al principio me recibieron bien, pero luego todo cambió. La sobrevivencia, maltratos de patrones y policías”, lamenta José. Graduado de técnico superior automotriz, de la Universidad Francisco Miranda, recuerda que tuvo la oportunidad de arreglar y hasta de tener un carro AMC Javelin modelo 62. “Mi hijo ahorita tiene el Mustang 72. No es el único, tengo cinco hijos más”, sonríe picaramente. “Tienen 29, 26, 22, 17 y 14. Cuatro viven en Venezuela, uno en Casanare y el otro en Holanda. Estoy en las calles por problemas familiares, de los que no me gustaría hablar, pero sí me gustaría cambiar y ejercer mi profesión”.
Redignificarlos
Los cuadrantes recorren tres veces al día, en diferentes jornadas, los mismos puntos para hacer un repaso, pues hay que tener presente que la población habitante de calle es nómada. Trabajadores sociales, psicólogos, sociólogos o expertos en temas sociales son algunos de los perfiles encargados de hacer el censo. Con empatía y una charla hasta en su lenguaje, se hacen más cercanos esos 10 minutos, tiempo para responder el listado de preguntas. “Venir acá es redignificarlos. No es quitar el fenómeno, pero sí brindarles mejor vida (...) A pesar de ser agotador, me gusta y vale la pena”, reflexiona Isabel Cristina Mateus, líder de cuadrilla. “Los ciudadanos habitantes de calle responden bien al afecto. Entonces decirles, ‘buenos días’ a una persona que está acostumbrada que lo ignoren, pateen o lo insulten, lo valoran mucho”, dice Juan David Quiñones, censador.
Dentro de su trabajo han guardado experiencias que los han marcado y comparten con los suyos, para masificar ese sentido de humanidad por esta población que, dicen, se ve con más frecuencia en hombres que en mujeres. “Uno siempre cree que el habitante va a las calles por temas de consumo de drogas. Pero hay un montón de razones más: la económica, falta de oportunidades. Pero hay una que me sonó mucho y es el desamor. La falta de redes de apoyo y de emociones”, recuerda Mateus.
¿Qué han encontrado?
En Engativá, 18 cuadrillas (72 censistas) fueron desplegadas en tres jornadas de la mañana, tarde y noche, quienes se distribuyeron en delimitaciones propias del fenómeno de habitabilidad de calle. Así lo explicó Cindy García, integrante del Equipo de la Subdirección para la Adultez. Para ella, además, la encuesta “va a permitir saber si lo que estamos haciendo, sí es lo que se espera brindar”. Con la particularidad de desarrollar el censo en forma de caracol (empezando por el centro, sur, occidente y luego norte), García ha estado en las distintas localidades encontrando que en Candelaria, hay habitantes de calle extrovertidos; Santa Fe, mayor densidad y su estado de cuidado es mínimo; Antonio Nariño, son más adultos mayores y han decidio seguir la habitanza de calle como su camino de vida; Puente Aranda, Usme, Rafael Uribe, Ciudad Bolívar, viven ahí porque aún están sus familiares; Kennedy, es un corredor para transitar; Engativá y Fontibón, mayor concentración en los canales y carreteros; y hacia el norte, dijo, están muy dispersos.
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Según Integración Social, el análisis del censo será entre octubre y noviembre, y los primeros resultados se presentarán a finales de año, mientras que los finales se conocerán en enero de 2025. Una información relevante para la ciudad que no solo los visibiliza y permite reevaluar los programas de atención, sino también, poner un espejo como sociedad de no dejarlos a un lado.
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