Revitalización y criminalidad: la lucha por el corazón de Bogotá
Han pasado casi 50 años desde los primeros brotes de delincuencia común y microtráfico entre Los Mártires y Santa Fe. A pesar de que las organizaciones al margen de la ley no han cedido terreno, hay un trabajo por la memoria y la reconciliación que les hace contra peso.
Nicolás Achury González
Un ilusionista británico de 1904 decía que la mano es más rápida que la vista, pero que el cerebro es más rápido que la mano, por lo que se debía confundir primero. Tal parece que la teoría de Theodore, como lo llamaban, se aplica en el centro de Bogotá un siglo después. En la mano derecha va el billete, con esa misma se saluda al “vendedor” y la respuesta, más que un apretón, es la entrega de una dosis de droga. “Hay que confundir la mente de los que están cerca para que la acción parezca todo menos la venta de droga”, dicen voces cercanas al microtráfico.
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Un ilusionista británico de 1904 decía que la mano es más rápida que la vista, pero que el cerebro es más rápido que la mano, por lo que se debía confundir primero. Tal parece que la teoría de Theodore, como lo llamaban, se aplica en el centro de Bogotá un siglo después. En la mano derecha va el billete, con esa misma se saluda al “vendedor” y la respuesta, más que un apretón, es la entrega de una dosis de droga. “Hay que confundir la mente de los que están cerca para que la acción parezca todo menos la venta de droga”, dicen voces cercanas al microtráfico.
A 500 metros de ese centro de acopio de estupefacientes están Andrea Monroy y Yan Carlos Esguerra, exhabitantes del antiguo Bronx que hoy son líderes pares comunitarios. Su experiencia en la calle la han redireccionado para construir memoria y resignificar el espacio. Saben cómo se trabaja en la calle y desde allí crean oportunidades distintas a la venta de estupefacientes. Renacieron, echaron raíces y ahora están dando frutos y conocimiento por medio del proyecto Bronx Distrito Creativo.
Así es la vida en el corazón de Bogotá. Históricamente, el territorio ha oscilado entre las estructuras criminales, que lo han tomado como centro de distribución de estupefacientes, y quienes trabajan, a partir de procesos de resocialización, por cambiarle la imagen. Este lugar, también cercado por la labor institucional, que intenta ganarle terreno a la criminalidad, es un campo en donde se libra una batalla que ningún bando ve fácil ganar.
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Con la extinción de los centros de acopio y distribución de drogas más grandes de la capital, la calle del Cartucho (1998) y el Bronx (2016), las estructuras se reacomodaron y las dinámicas de vida fueron otras. Han pasado casi 50 años desde que allí emergieron los primeros focos de delincuencia y la lucha por erradicarlos parece que ha sido inútil.
El imaginario colectivo quedó anclado al panorama de los años 90, cuando los raponeros se llevaban cadenas, relojes, bolsos y hasta la vida de los transeúntes que se opusieran al robo. La criminalidad parece una sombra pegada a los cimientos del centro, pero, con los procesos de reconciliación y empoderamiento, se intenta darle un color diferente a esa oscuridad. Entre oleadas delictivas y proyectos urbanísticos, que prometen cambios, ha transcurrido la última década en el sector, cuyos invasores parecieran resistirse a pasar el capítulo de la criminalidad, para darle paso a la vida y la renovación.
La expansión que dividió el centro
Corrían los primeros días del siglo XX y las guerras civiles en Colombia obligaron a que ciudadanos de las periferias del país se desplazaran a la capital. Buena parte de esas víctimas se asentaron en lo que hoy se conoce como la localidad de Los Mártires, por lo que las clases adineradas que vivían allí migraron al norte. En medio de diversas culturas y la expansión urbanística, que convirtió al centro de Bogotá en el “patio trasero” de la ciudad, emergieron las primeras redes de contrabando que mutaron a la criminalidad.
“A lo largo del siglo XX hubo una serie de quiebres urbanísticos, que comienzan a relegar este sector. Entre ellas está la construcción de la avenida Caracas, que rompe la lógica de circulación de oriente hacia occidente, que tradicionalmente era como se movía la ciudad en la época colonial. Luego viene la demolición de la plaza central de mercado y la construcción de la carrera 10. Con esos proyectos de modernización de la ciudad se llevan por delante buena parte del patrimonio arquitectónico”, cuenta Rayiv David Torres, investigador de la curaduría etnografía del Museo Nacional de Colombia.
Los pasos agigantados que dio la capital, con miras a la modernización, fueron marginando a quienes quedaron en el corazón de Bogotá, por lo que fue así como tomaron poder esas estructuras al margen de la ley y surgió la calle del Cartucho, la cual fue desmantelada en 1998. Las falencias de las políticas de confrontación a la criminalidad permitieron que esta población se reacomodara dos cuadras más al occidente, levantándose el Bronx, o la calle de la L. En el 2016, ese lugar fue impactado por las autoridades y sus ocupantes volvieron a migrar a otros puntos, esta vez, en pequeñas células. Contrario a lo que se creía, que el microtráfico acabaría con la captura y judicialización de algunos de los traficantes, los operativos provocaron la atomización de las redes de distribución y una expansión de sus tentáculos, que ahora parecen difíciles de contener e identificar.
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Para Andrés Nieto, analista en seguridad y exsecretario de Seguridad de Bogotá, acabar con esos centros de operaciones trajo consigo una “oportunidad” para dichas estructuras. “Si en algo es muy hábil la delincuencia, no solo en Colombia sino en Latinoamérica, es en aprovechar las nuevas situaciones, motivo por el que estas bandas se reacomodaron en los espacios que hallaron tras esas grandes intervenciones. En el caso del Bronx, ¿cuál fue el problema?, los jefes de gancho Mosco y gancho Homero (que manejaban la venta de droga allí) fueron capturados, pero lastimosamente no se pudieron judicializar por venta de estupefacientes, ya que la Fiscalía no probó las acusaciones”, dice.
A pesar de que los dominios de esos señalados capos del centro de Bogotá se creyeron extintos, a la fecha esos nombres siguen haciendo eco en las calles y serían los dueños de los estupefacientes que se siguen comercializando. “Conocer la cabeza, el dueño de todo esto, no es fácil. Esas personas no se dejan ver y hay varios ‘dueños’. Hay muchos intermediarios: el que trae la droga y la deja en la bodega; de ahí se le da a otra gente para que la venda al menudeo, después es otra quien recoge la plata. Existen dos nombres que han sonado mucho desde que nació el Bronx, están Mosco y Homero. Hoy se sigue vendiendo a nombre del primero, a veces le dicen Hongo, y hay un tercero que es conocido como Tigre. Muchos no saben para quién trabajan, pero esos nombres tienen peso y respeto en la calle”, cuenta Roberto*, un hombre dedicado a la venta de estupefacientes.
Así como se reacomodó la población en condición de calle y el centro de Bogotá empezó a operar bajo otras dinámicas, las organizaciones delictivas también tuvieron ciertos ajustes, que les permitían seguir haciendo lo propio. Ya no se habla de las “taquillas” para la venta de droga. Hasta los términos cambiaron. Ahora existen “cajas” y “aviones”, las primeras son habitaciones en paga diarios, donde se almacena la droga, y los segundos son quienes la transportan desde las “cocinas”, en donde la hacen. Hoy la venta es mano a mano.
La mutación de las redes delictivas ha sido el principal problema para la Policía y la administración en general, pues se han tenido que idear estrategias que se adelanten a esas nuevas dinámicas, pero, a pesar del trabajo, los indicadores muestran que no ha sido fácil contener a estas estructuras.
“Acá en Los Mártires, para donde usted lance una piedra y caiga, tenemos expendio de estupefacientes. Desde que llegamos nosotros empezamos a perseguir y ubicar esas rutas que tiene el microtráfico ya establecidas, pero está claro que el microtráfico empezó a mutar. A pesar de que nosotros intentamos no dejar acercar a esas redes, por ejemplo, a los colegios, sabemos que están usando a los jóvenes para la venta de drogas. Somos conscientes de que estas organizaciones están en constante movimiento y son conformadas por varias personas con funciones diferentes. La solución es investigar, recibir denuncias y entrar a golpear, no solo un punto o a una persona, hay que capturar a toda la organización para dar resultado”, señaló Hernando Espeleta, el referente de seguridad de la Alcaldía local de Los Mártires.
Algo similar es lo que propone Nieto, quien es enfático en que las políticas en seguridad deben enfocarse no en dar con el consumidor y criminalizar dicha acción, sino en que hay que llegar a las cabezas de las estructuras, para desmantelarlas. Además, señala que el trabajo de empoderamiento de la comunidad es fundamental para hacerle frente a la inseguridad y evitar la conformación de nuevas redes criminales.
“Para mejorar se puede pensar en un gran plan centro, que reúna a todas las entidades, desde la mirada social, pasando por el urbanismo, una posibilidad de renovación con responsabilidad, pero también en un proceso de seguridad que permita desarticular todas las bandas. Un gran ejemplo fue lo que ocurrió en el barrio Santa Fe, allá se destruyen dos grandes centros de acopio de droga y hoy en día son huertas que la gente del barrio está cuidando. La intención es hacer tejido social para transformar el territorio y que la gente se sienta segura y respaldada. Si no hay una labor integral no sirven los procesos”, agrega Andrés Nieto.
La memoria como rescate
Cada nueva administración, a través de diferentes estrategias, se ha encargado de contener la problemática de la distribución de drogas y los otros delitos que emergen alrededor. Pese a que ninguna de las alcaldías de la última década ha escatimado en financiación de proyectos y pie de fuerza, para la gente en el territorio la solución a esta situación no parece tan sencilla. En donde existió el último gran centro de expendio de estupefacientes hoy ha nacido pasto y hasta se descubrieron hierbas curativas, de las que se desconocía su presencia en ese punto de la capital. Existe una huerta, se planea un museo y hay exposiciones y eventos culturales, que pretenden resignificar el espacio.
Yan Carlos Esguerra es un exhabitante del Bronx que hoy hace parte de un programa de reducción de riesgos y lidera los procesos de revitalización y memoria en ese punto del centro de Bogotá. Cuando hace un balance de cómo ha cambiado su vida siente satisfacción, pero no puede evitar cierta nostalgia cuando le preguntan por la transformación a la que se sometió el espacio. “Da un poco de nostalgia estar acá, porque durante la recuperación de este espacio (el Bronx) y el del Cartucho, mucha gente desapareció. Aún me sigo preguntando dónde están esas personas que conocí acá. Por medio de los procesos de memoria intentamos revivir recuerdos de lo que pasamos en estas calles y darle a la gente una mirada diferente de lo que fuimos”, cuenta Esguerra.
Andrea Monroy piensa algo similar. Hoy cursa la carrera de Pedagogía Infantil y, como Yan Carlos, también es líder par comunitaria. Vivió en primera persona el funcionamiento del Bronx y sus recuerdos sirven para intentar cambiar la mirada hacia las personas en habitabilidad de calle. Cree que la lucha contra las drogas está perdida, no solo en Bogotá sino en el país. Erradicarlas es imposible.
“Ver este sector como está hoy en día es un poco nostálgico, al saber que va a llegar la aplanadora del progreso y va a pasar por encima de todo esto que hemos construido, pero igual seguiremos acá, para darle la voz a los que no están, o los que están, pero no pueden hablar. Yo llegué a este espacio, me sembré, eché raíces y broté hojas, flores y frutas, y por eso soy la persona que soy, porque volví y renací, y crecí como una flor, como una planta”, concluye Andrea.
Los procesos que se construyen alrededor del Bronx Distrito Creativo pretenden que los rostros y las voces de lo que algún día fueron el Cartucho y el Bronx (también llamada calle de la L) no desaparezcan con la construcción de la Alcaldía local y un espacio académico, que se adelantará en donde un día predominó la criminalidad.
Quienes lideran estas iniciativas son radicales en afirmar que sin sus testimonios no se puede avanzar, porque relegar una vez más a la población y construir pasando por encima de la historia abriría la posibilidad de repetir los errores que hoy les han dado oportunidad a las estructuras delictivas de seguir afianzando sus operaciones y haciendo del centro de Bogotá su refugio.
La solución a la histórica presencia de las organizaciones criminales en esta zona de la capital parece estar frente a las instituciones. Se trata, dicen los líderes de los procesos comunitarios, de ofrecer oportunidades integrales, acabar la criminalización del consumo y generar un tejido social que dé soporte y respaldo a quienes encuentran en la calle un refugio y un hogar.
*Nombre cambiado por protección de la fuente.