Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
A las 6:35 de la mañana del 31 de agosto de 1917, los habitantes de Santa Fe de Bogotá entraron en pánico, palabra recurrente en diarios y revistas de entonces: un fuerte terremoto destruyó casas, agrietó iglesias, monumentos y hospitales, causó muertos y heridos por la caída de muros, así como por ataques al corazón y crisis nerviosas, pero ante todo, hubo pánico. La noche del 29, esos mismos habitantes sintieron un sismo premonitorio. “Fue muy violento y duró algunos segundos”, relata el padre jesuita Jesús Emilio Ramírez en su libro Historia de los terremotos en Colombia. Durante diez días, la tierra se sacudió. Y continuó el pánico.
Era una ciudad pequeña, de unos 100 mil habitantes, que iba de la calle 3 sur a la 32 y de la carrera 1a. a la 24. En Chapinero se paseaba los domingos, luego de asistir a los oficios religiosos en cualquiera de las tantas iglesias que sufrieron averías. En los cerros orientales, la ermita de Guadalupe colapsó totalmente, pero no era la primera vez que sucedía, porque esta iglesia “puede contar la historia de todos los temblores bogotanos”, continúa el padre Ramírez.
Un año antes, el gobierno había creado la Comisión Científica Nacional, hoy Servicio Geológico Colombiano (SGC); aun así, eran pocos los geólogos que había en el país. Fueron el profesor Robert Scheibe y los ingenieros Ricardo Lleras Codazzi y Julio Garavito los primeros encargados de evaluar el fenómeno. Estudios posteriores han confirmado que el epicentro ocurrió en el piedemonte llanero, donde poblaciones como Villavicencio y San Martín sufrieron graves daños.
Cincuenta años más tarde, el 9 de febrero de 1967 a las 10:30 de la mañana, otro sismo sacudió Huila, pero el movimiento se vivió en todos los departamentos que lo rodean. En Bogotá, que ya llegaba al millón y medio de habitantes, el terremoto dejó un saldo de 13 víctimas y más de un centenar de heridos, colapsaron los muros de cerramiento de los cementerios, se agrietaron la Alcaldía Mayor, el Capitolio Nacional y la Casa de Nariño, y en Chapinero, que ya era un barrio residencial bogotano, sus casas sufrieron averías, algunas de consideración.
Las profecías y la ciencia
En los dos eventos, muchos han recordado la profecía del padre Francisco Margallo, quien en 1827 había dicho algo así como “el 31 de agosto de un año que no diré, sucesivos terremotos destruirán a Santa Fe”. El eco de semejante premonición ha seguido en el recuerdo de los capitalinos; incluso hasta hace unos años se veía a familias enteras abandonar la ciudad los últimos días de agosto... por si acaso.
Desde el enfoque científico, el SGC inició hace unos años el estudio histórico de los sismos del país. De la lista de 44 sismos que ha identificado en Bogotá, el de mayor intensidad ha sido el que ocurrió hace 100 años, justamente por la severidad de la destrucción, de acuerdo con la geóloga Mónica Arcila, quien lidera en esta entidad el grupo que investiga esta historia. Ya tienen información completa de los 74 sismos de mayor intensidad desde 1644, a partir de dos tipos de registros: el documental, principalmente para los siglos XVII y XVIII, que corresponde a cartas o reportes que dirigían los gobernadores de América al reino de España solicitando recursos para reparaciones de iglesias, o de los intelectuales del siglo XIX, que reportaban en los periódicos de entonces esos eventos. Y el registro instrumental, que empezó en el país en 1922, cuando los jesuitas instalaron la primera estación sismológica.
Desde su trabajo de grado, los geógrafos Ana Milena Sarabia y Hernán Guillermo Cifuentes se han dedicado a estudiar los sismos de Bogotá. Ahora, con el apoyo de Diana Rocío Barbosa, como buenos ratones de biblioteca, consultan permanentemente documentos históricos en archivos y bibliotecas, principalmente a partir de prensa local y regional. “A pesar de que la información del terremoto se centró en los daños causados en Bogotá, en poblaciones como Cáqueza, Villavicencio y San Martín los efectos del movimiento telúrico fueron mayores”, dicen. “El hallazgo de nuevos datos, como los de daños destructivos en Villavicencio y San Martín que no se conocían previamente, así como advertir que es el evento que más daños ha causado en Bogotá en su historia y que la mayoría de sus habitantes no lo saben, alienta a seguir estudiando este tipo de eventos y aportando a la reducción del riesgo sísmico”, comenta Sarabia a El Espectador.
En el portal del SGC http://sish.sgc.gov.co/visor/ cualquier investigador puede consultar libremente la información que ellos han encontrado, como los documentos escritos por historiadores, los periódicos escaneados o transcritos y los estudios realizados. “El propósito del Sistema de Información de Sismicidad Histórica es recopilar, clasificar y conservar toda la información”, dice Arcila, estudio que iniciaron de manera sistemática en 2006. “Como las teorías cambian, ponemos a disposición desde el documento original para que otros investigadores puedan acceder a ellos, revaluar o reinterpretar la información”. Y cambian porque cada vez los científicos cuentan con mejores instrumentos para detectar sucesos y detalles que antes eran imperceptibles. Por eso el conocimiento sobre la historia de los sismos es mayor… pero aún es imposible saber con precisión cuándo ocurrirán.