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La señorita María tiene 52 años, ha rezado desde que tiene memoria, pero ni eso la salvó de la maldición que dice que le cayó encima. Todas las mañanas repite un padre nuestro, un ave María, un Dios te salve y cuanta oración existe, pero parece que Dios solo le cumplió un milagro y ya no la quiere escuchar más. O esas plegarias no las pronuncia lo bastante fuerte como para que alcancen a llegar al lugar divino en donde reposa el santísimo.
Desde que su rostro, pero sobre todo su falda, salió en un documental, su vida pasó del reconocimiento de las cámaras y los reflectores, enfocándole esos rasgos masculinos que no puede ocultar (ni con gafas, gorra y tapabocas), a unos infortunados eventos, que no se comparan con el día en el que murió la única mujer que la ha comprendido en este mundo, desolador y hostil, que puso en tela de juicio su orientación sexual y género.
Proveniente de las montañas del departamento de Boyacá, que fueron su hogar por unas cinco décadas, llegó el año pasado a la capital, cuando decidió refugiarse entre los barrios más remotos y olvidados, huyendo de las miradas acusadoras y el desamor. Allí tampoco llega Dios y como se ha cambiado de casa tres veces, pareciera que ahora menos la podrá encontrar. La justicia divina está tardando más de la cuenta.
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Ella dice que fue engañada hace tres años y por eso perdió la finca en donde grabaron el documental que la puso en la palestra pública. Hoy está sin casa, con la desilusión a flor de piel, viviendo como nómada y hasta comiendo, a ratos, de los desechos que van a parar a la basura; pero, como buena creyente, no pierde la fe y dice que esas “son pruebas de Dios”, como tratando de justificar su desamparo.
El predio que algún día fue suyo hoy está en manos de un hombre, quien dijo amarla y hasta le prometió que se casarían, pero todo fue mentira. Hay días en los que la decepción es tanta, que quisiera no recuperar su casa, olvidar todo lo que pasó y hacer una nueva vida en Bogotá; pero, cuando le da un impulso, busca a quien un día fue su amor para insistirle en que le devuelva lo que es de ella y se la quitó llenándola de ilusiones.
Legalmente, la batalla no estaría perdida. Pese a que un certificado de tradición, emitido por la Oficina de Instrumentos Públicos de Soatá (Boyacá), indica que la propiedad ya no pertenece a María, de acuerdo con José Luis González, abogado urbanístico, especializado en Derecho Administrativo y contratación pública, una vía para recuperar el predio sería una demanda penal. Esto, debido a que el caso podría ser tipificado como estafa.
Así, de la forma efímera en la que llegó ese amor, también se acabó y terminó siendo una tragedia que hoy tiene a María al borde de vivir en la calle, porque la caridad se acaba; de buenas intenciones no se vive, y si en el campo fue rechazada por sus condiciones, en la ruda ciudad tampoco han faltado las agresiones y burlas. Le chiflan desde uno y otro andén, “venga para acá, mi amor”, le dicen, mientras conversa en la calle para esta entrevista.
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Entre la fama y la desgracia
María Luisa Fuentes Burgos se hizo famosa por el documental Señorita María, la falda de la montaña, en donde visibilizaron su historia. Una mujer transgénero asediada por las costumbres tradicionales machistas del campo colombiano, que se abrió paso labrando la tierra y criando animales. Entre lo dicho en el documental, ella hizo una plegaria que terminó cumpliéndose, fue una sentencia que marcó su destino: “Señor, yo sé que tú estás aquí y lo estoy diciendo con corazón: padre lindo, ya no quiero estar sola”. Y el milagro se hizo realidad. Después del éxito de la cinta, estrenada en 2017, María se hizo famosa, dio entrevistas, estuvo en canales de televisión y ocupando cuanta pantalla le ofrecían. Tenía la atención de todo un país y eso la hacía sentirse amada, una sensación que nunca encontró en las montañas de los Andes.
Su círculo social se amplió. Pasó de compartir con un par de ancianos, que vivían en las fincas cercanas a la suya, a codearse con personajes públicos. Así fue como conoció a Richards Gregorio Varela Peña, un hombre quien dice ser diseñador de modas y es oriundo de Venezuela. “Casi dos años después del documental, una amiga me llevó a la casa de él. Allá lo conocí”, cuenta María.
La relación, que empezó como una amistad, se consumió con misteriosa urgencia y en febrero de 2019, paralelo a las promesas de matrimonio, se ajustaron las escrituras de la finca ubicada en la vereda Río de Arriba, en Boavita (Boyacá), la cual era de Fuentes Burgos, por derecho de pertenencia, desde el 2015. La promesa, dice ella, era que, con la finca a su nombre, Richards la vendería para comprarle un apartamento. “Yo, la realidad, me dejé creer”, agrega.
Firmados los documentos, y estipulado que el predio había sido dado en calidad de donación de María Luisa a Richards Gregorio, la relación cambió. La pareja alcanzó a vivir junta, “le cocinaba, le lavaba, pero luego empezó a tratarme mal”. Como se separaron, nunca existió el tan prometido matrimonio. La fama se acabó y empezó la desgracia.
Agobiada por los acosos que trajo consigo el documental (tras salir a la luz su identidad de género), sumados al corazón destrozado, porque ahora también tenía una desilusión sentimental, casi dos años después de la falsa relación se radicó en la capital del país, con la intención de rehacer su vida. No obstante, en Bogotá el panorama no fue diferente al de su tierra natal.
“[El documental] me trajo mucha desgracia, muchos problemas. Vivía tranquila allá en mi finca. Estaba encerrada en el monte sin ningún problema. Pero ahora me molestan mucho. Yo me vine para acá, con el fin de que hicieran algo por mí, pidiendo ayuda (…). La finca está allá, está en líos, confié en esa persona [Richards Varela] y hoy en día me está haciendo la guerra y la vida imposible”, asegura María.
Los reclamos no han faltado y, ante ello, Varela Peña optó por darle un poder a María Luisa donde le brinda la potestad para que en su nombre y “representación, realice todos los trámites y diligencias pertinentes para la negociación, promesa de compra y venta sobre el dominio y posesión que tengo y ejerzo sobre los bienes inmuebles”, se lee en el documento. Pero en el mismo, no le garantiza que le dará el dinero del negocio o que tiene alguna intención de devolverle la propiedad, que le habría arrebatado con una falsa promesa.
Como si la vida se hubiera ensañado con ella, ahora resulta que además de lidiar con lo que sería una estafa, resulta que, según se lee en el certificado de tradición del predio, el 15 de julio del año pasado Richards Varela hipotecó la propiedad a un hombre identificado como Diego Armando, a quien este diario intentó contactar, pero no fue posible.
“A veces no pienso en eso. Si se pierde, no puedo hacer nada, pero he sufrido bastante aquí, porque [él] se aprovechó. Él decía que yo le recordaba a la mamá, que veía en mí a su mamá”, rememora la señorita María.
Turno para la justicia terrenal
Ante esta situación, el abogado urbanístico José Luis González plantea que, frente a la figura de donación, como quedó estipulado el modo de adquisición del predio que le cedió María Luisa a Varela Peña, es un contrato que, por norma general, es irrevocable y tiene una excepción mínima. “Que la parte que recibió la donación no haya sido notificada de la misma y no haya hecho acto de aceptación”, pero que no aplica para este caso.
“Se podría iniciar un proceso ante la jurisdicción civil que se llama nulidad, pero también toca mirar si se cumplió con algún procedimiento erróneo. Los contratos de donación van precedidos de una carta de intención, que tienen que firmar tanto el donante como el donatario ante un notario, que tiene que verificar la capacidad legal de si la persona estaba en su plena capacidad mental y si tenía la facultad para donar. Esa carta es importante. Si no se cumple con esa formalidad, se podría demandar esa donación”, dice González.
Otra posibilidad para que María recupere su finca es que se demuestre que fue engañada, hecho que se podría calificar como estafa. “Si ella prueba que fue engañada, que él se metió con ánimos de enamorarla; a los meses le hizo firmar los documentos, y que la engañó, porque le dijo que él le iba a comprar el apartamento, entonces ya se podría adelantar un proceso, pero ante la justicia penal”, concluye el profesional.
Pese que existen opciones, María no tiene claro cuál es el proceder y tampoco tiene el apoyo jurídico para emprender el camino, montaña arriba, y recuperar su hogar. Hoy en día aplaca el malestar emocional caminando más de una hora desde la parte alta de Suba hasta una iglesia al norte de Bogotá, para llegar a la misa de 6:00 p.m. Allá, entre alabanzas y con las rodillas maltratadas de tanto rogar, le insiste al cielo que no se olvide de sus necesidades.
Habrían sido esas costumbres machistas, que la cercaron desde pequeña, las que hicieron de ella una mujer crédula e ingenua, que pone sobre sí misma las necesidades ajenas y justifica cualquier acción que la vulnera con un “así lo quiso Dios”. Sus manos gruesas, ásperas y marcadas por el transcurrir en el campo, no son nada semejantes a la nobleza que dicta con su voz.
Precisamente, por eso es que prefiere que le agreguen a su nombre el sustantivo de señorita y la traten como una dama, protagonista de una historial surreal, en donde aspira a que el Espíritu Santo le permita gestar en el vientre que no tiene un hijo que nunca podrá llegar.
Los días de la señorita María pasan entre súplicas y llamadas de quienes le prometen dinero y donativos, pero cuando arriba a los puntos de encuentro nunca hay nadie. “Esto es una burla”, dice. Por lo pronto desea que la caridad no la abandone y la gente de buena fe siga haciendo lo propio, esto mientras Dios se apiada de ella, le devuelven el terreno o le llega el amor que tanto añora, para que de una vez por todas cambie su vida.