Septiembre 9: una noche de terror en la capital
La indignación por el asesinato de Javier Ordóñez bajo custodia en un CAI desencadenó disturbios, vandalismo, muertes y más casos de abuso policial.
El 9 de septiembre, la indignación y la incertidumbre enmarcaron el amanecer en el barrio Villa Luz, en Engativá, y en general de todo el país. Un video difundido en redes sociales evidenciaba un claro caso de brutalidad oficial. En él se podía ver a dos uniformados trepados sobre el ciudadano Javier Ordóñez aplicando descargas eléctricas antes de esposarlo. Ni los reclamos de los testigos ni las súplicas del detenido redujeron el ímpetu de los agentes, quienes se lo llevaron con vida al CAI del sector. Momentos después Ordóñez falleció bajo custodia policial.
La rabia por el crimen, producto del uso desproporcionado de la fuerza, fue creciendo rápidamente en redes sociales y luego fue contagiando a toda una ciudadanía. “Policías asesinos” fue el veredicto de la mayoría, sin esperar el pronunciamiento de un juez. De poco sirvieron las excusas, explicaciones y promesas de investigar hasta llegar a las últimas consecuencias. El sentimiento llevó a que ese día, en cuestión de horas, las calles se empezaran a llenar de manifestantes.
La primera llama, del gran incendio que se vivió ese día en la ciudad, comenzó en inmediaciones del sitio donde ocurrió el crimen y del CAI donde pasó Ordóñez los últimos minutos de vida. A las 4:00 de la tarde, Villa Luz parecía un campo de batalla: sonaban estruendos, alarmas, sirenas y tanquetas de la Policía que recorrían las cuadras del barrio, enfrentando a los que se dedicaron a lanzar piedras en contra de la estación y los agentes del Esmad, que trataban de proteger a los uniformados y las instalaciones.
A partir de ahí la llama se fue propagando con nuevas protestas en casi todas las localidades. En muchos puntos se tornaron violentas, cuando las turbas no solo hicieron replegar a los policías, sino que les prendieron fuego a los CAI de sus barrios. La ciudad parecía en guerra y en especial al ver las imágenes de miembros de la Policía respondiendo con más violencia que razón. Fue una noche de terror en Bogotá.
La zozobra no solo se vivió en las calles, sino también en las casas de quienes residían cerca de los sitios de los disturbios. Sentían miedo de ser los próximos en escuchar a menos de dos metros las bombas aturdidoras, en ser alcanzados por gases lacrimógenos o que una bala se colara por la ventana.
El miedo se incrementó sobre las 8:00 de la noche. A esa hora ya circulaban decenas de videos en redes mostrando CAI en llamas, grupos de ciudadanos atacando policías y a uniformados agrediendo y disparando contra la población. Se esperaba lo peor.
Y así fue. Se empezaron a confirmar los primeros muertos y heridos, muchos por arma de fuego. Hubo puntos más críticos que otros: la localidad de Usaquén, por ejemplo, fue uno de ellos y especialmente el barrio Verbenal, donde al menos tres personas -una de ellas menor de edad- murieron en las protestas. El trágico saldo, al final, fue de 12 fallecidos y al menos 521 personas heridas, de estas 261 policías.
Sumado a este panorama de terror, estructuralmente, varios puntos de la ciudad sufrieron destrozos. En el caso del barrio Villa Luz, y puntualmente la carrera 77A, donde todo comenzó, las fachadas quedaron destruidas, con los vidrios rotos, la vía llena de piedras, ramas de árboles en el piso, contenedores de basura incinerados, restos de las bombas aturdidoras y los paraderos del SITP en el piso. La imagen era casi la misma en varios puntos de la ciudad.
Después de las 10 de la noche fue el primer momento del día en el que volvió el silencio, pero era claro que la manifestación no terminaba. El día siguiente se reactivaron y Bogotá volvió a ser escenario de una batalla campal. El balance final, con muertos y heridos, lo complementaron 35 CAI incendiados, 37 vandalizados, 252 buses de servicio público destrozados y 15 quemados.
Pese a que ya está por concluirse la restauración de las estaciones de Policía y los CAI, hay algo que se quebró y hasta hoy no se ha reparado: la confianza en la Fuerza Pública por parte de la ciudadanía, la cual quedó tan minada que incluso se retomó la idea de una reforma institucional.
Las investigaciones contra los uniformados involucrados en la muerte de Javier Ordóñez avanzan, así como la que busca establecer los responsables detrás de las muertes durante las protestas. Los videos que aún se encuentran en internet dan una idea de lo que pasó. No obstante, detrás de lo que vivió la ciudad en esa jornada aún quedan muchas preguntas por resolver y tareas por cumplir. La primera, y tal vez la más importante, será restablecer la tranquilidad y la confianza que se perdieron en esa noche de terror.
El 9 de septiembre, la indignación y la incertidumbre enmarcaron el amanecer en el barrio Villa Luz, en Engativá, y en general de todo el país. Un video difundido en redes sociales evidenciaba un claro caso de brutalidad oficial. En él se podía ver a dos uniformados trepados sobre el ciudadano Javier Ordóñez aplicando descargas eléctricas antes de esposarlo. Ni los reclamos de los testigos ni las súplicas del detenido redujeron el ímpetu de los agentes, quienes se lo llevaron con vida al CAI del sector. Momentos después Ordóñez falleció bajo custodia policial.
La rabia por el crimen, producto del uso desproporcionado de la fuerza, fue creciendo rápidamente en redes sociales y luego fue contagiando a toda una ciudadanía. “Policías asesinos” fue el veredicto de la mayoría, sin esperar el pronunciamiento de un juez. De poco sirvieron las excusas, explicaciones y promesas de investigar hasta llegar a las últimas consecuencias. El sentimiento llevó a que ese día, en cuestión de horas, las calles se empezaran a llenar de manifestantes.
La primera llama, del gran incendio que se vivió ese día en la ciudad, comenzó en inmediaciones del sitio donde ocurrió el crimen y del CAI donde pasó Ordóñez los últimos minutos de vida. A las 4:00 de la tarde, Villa Luz parecía un campo de batalla: sonaban estruendos, alarmas, sirenas y tanquetas de la Policía que recorrían las cuadras del barrio, enfrentando a los que se dedicaron a lanzar piedras en contra de la estación y los agentes del Esmad, que trataban de proteger a los uniformados y las instalaciones.
A partir de ahí la llama se fue propagando con nuevas protestas en casi todas las localidades. En muchos puntos se tornaron violentas, cuando las turbas no solo hicieron replegar a los policías, sino que les prendieron fuego a los CAI de sus barrios. La ciudad parecía en guerra y en especial al ver las imágenes de miembros de la Policía respondiendo con más violencia que razón. Fue una noche de terror en Bogotá.
La zozobra no solo se vivió en las calles, sino también en las casas de quienes residían cerca de los sitios de los disturbios. Sentían miedo de ser los próximos en escuchar a menos de dos metros las bombas aturdidoras, en ser alcanzados por gases lacrimógenos o que una bala se colara por la ventana.
El miedo se incrementó sobre las 8:00 de la noche. A esa hora ya circulaban decenas de videos en redes mostrando CAI en llamas, grupos de ciudadanos atacando policías y a uniformados agrediendo y disparando contra la población. Se esperaba lo peor.
Y así fue. Se empezaron a confirmar los primeros muertos y heridos, muchos por arma de fuego. Hubo puntos más críticos que otros: la localidad de Usaquén, por ejemplo, fue uno de ellos y especialmente el barrio Verbenal, donde al menos tres personas -una de ellas menor de edad- murieron en las protestas. El trágico saldo, al final, fue de 12 fallecidos y al menos 521 personas heridas, de estas 261 policías.
Sumado a este panorama de terror, estructuralmente, varios puntos de la ciudad sufrieron destrozos. En el caso del barrio Villa Luz, y puntualmente la carrera 77A, donde todo comenzó, las fachadas quedaron destruidas, con los vidrios rotos, la vía llena de piedras, ramas de árboles en el piso, contenedores de basura incinerados, restos de las bombas aturdidoras y los paraderos del SITP en el piso. La imagen era casi la misma en varios puntos de la ciudad.
Después de las 10 de la noche fue el primer momento del día en el que volvió el silencio, pero era claro que la manifestación no terminaba. El día siguiente se reactivaron y Bogotá volvió a ser escenario de una batalla campal. El balance final, con muertos y heridos, lo complementaron 35 CAI incendiados, 37 vandalizados, 252 buses de servicio público destrozados y 15 quemados.
Pese a que ya está por concluirse la restauración de las estaciones de Policía y los CAI, hay algo que se quebró y hasta hoy no se ha reparado: la confianza en la Fuerza Pública por parte de la ciudadanía, la cual quedó tan minada que incluso se retomó la idea de una reforma institucional.
Las investigaciones contra los uniformados involucrados en la muerte de Javier Ordóñez avanzan, así como la que busca establecer los responsables detrás de las muertes durante las protestas. Los videos que aún se encuentran en internet dan una idea de lo que pasó. No obstante, detrás de lo que vivió la ciudad en esa jornada aún quedan muchas preguntas por resolver y tareas por cumplir. La primera, y tal vez la más importante, será restablecer la tranquilidad y la confianza que se perdieron en esa noche de terror.