Ser madre y vivir del arte en las calles de Bogotá
Balbina, Yairi y Claudia son tres artistas que hacen del espacio público su escenario. Siendo estatua humana, bailarina y pintora respectivamente, han logrado educar y criar a sus hijos. Sin embargo, han sido discriminadas por su labor y han tenido riñas por el uso de zonas.
Laura C. Peralta Giraldo
El arte no necesita un teatro, una galería o un escenario con grandes reflectores. Eso piensan Balbina, Yairi y Claudia, tres artistas que encuentran en las calles bogotanas el espacio para compartir su pasión y, de paso, ganar el sustento para sacar adelante a sus familias. No solo es el amor al arte lo que las caracteriza, también el hecho de que, gracias a sus oficios como estatua humana, bailarina y artista plástica respectivamente, sus hijos han podido estudiar.
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El arte no necesita un teatro, una galería o un escenario con grandes reflectores. Eso piensan Balbina, Yairi y Claudia, tres artistas que encuentran en las calles bogotanas el espacio para compartir su pasión y, de paso, ganar el sustento para sacar adelante a sus familias. No solo es el amor al arte lo que las caracteriza, también el hecho de que, gracias a sus oficios como estatua humana, bailarina y artista plástica respectivamente, sus hijos han podido estudiar.
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Estas mujeres son parte de las 87 artistas femeninas del programa “Arte a la KY”, del Instituto Distrital de las Artes (Idartes), el cual le apuesta al uso artístico responsable del espacio público y a la dignificación de los saberes culturales. No obstante, la realidad está lejos de ser fácil, pues en ocasiones han tenido riñas con vendedores ambulantes que reclaman el espacio; han debido soportar la mirada pesada de las autoridades, que consideran su trabajo como ilegal, o regresado a casa sin dinero, después de un día de fuertes lluvias y ausencia del público transeúnte.
Pedir respeto por el oficio
“Es duro ser mujer y madre artista, pero le toca a uno poner cara dura y seguir adelante, porque para atrás asustan, y es que el arte callejero es como la lotería, a veces se gana, otras se pierde. Pero, en general, en Bogotá se perdió la cultura. La gente ya no valora el arte ni al artista”, dice Balbina, quien a diario viste un largo traje verde y se ‘congela’ en una postura por seis horas. Inmóvil, la estatua humana espera que su trabajo sea visto como arte y sea retribuido económicamente.
Pone su mente en blanco y reta a su cuerpo para aguantar el dolor de cintura y de piernas, para no pensar en las dificultades, las facturas, el arriendo o para hacer caso omiso a los malos comentarios. Pero, a veces la mente cede. “Hace unos días una señora me dijo ‘oiga, vaga, vaya y consiga trabajo’, y luego me insultó con groserías. Intenté ignorarla, pero finalmente le dije que esto era un trabajo y yo, una artista. ‘Póngase en mis zapatos. Si quiere le presto este traje y se para a ver si puede’, le dije. Me enojé, pero luego pensé que hay gente ignorante”, cuenta la bogotana y madre cabeza de hogar, de 47 años.
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Precisamente es por su hijo, Jorge Andrés, de 18 años, que se levanta temprano en la mañana, prepara almuerzo, lo empaca, toma un bus desde Usme hasta la carrera séptima o a la Plaza las Américas, dos de sus escenarios, y espera que el día dé sus frutos. “Desde que mi hijo nació lo he levantado con el arte. No le he dado lo suficiente, sino lo que he podido, porque vivir del arte en Bogotá no da para tanto”.
Ser artista y migrante
Quien también hace todo por su hijo es Yairi, una venezolana de 35 años, que llegó a Colombia en 2017 y comenzó a hacer lo que más le apasiona: bailar. “Hay gente que es artista por necesidad, pero a mí me apasiona lo que hago. Bailo desde mis 13 años, en mi país lo hacía en academia. Con el baile puedo expresar emociones. Por ejemplo, cuando extraño a mi familia y lloro, escucho música y bailo, y recuerdo que por el arte vivo y puedo ayudar a mi hijo Dylan; a mi madre, que está en Venezuela, y a mis hermanos”, cuenta a quien hoy los capitalinos llaman ‘La Licuadora’, por sus movimientos fluidos y ágiles.
Los sábados y domingos es común verla danzando con un traje negro ceñido al cuerpo en el edificio Avianca, en la calle 16 con carrera Séptima, y entre semana, trabajando en una galería de arte, donde dibuja y pinta cuadros. Aunque asegura que vive bien y que está agradecida con la ayuda de los colombianos, por ser madre soltera ha vivido complejas situaciones con su hijo, de cuatro años. Cada fin de semana lo deja al cuidado de una amiga, pues cuando lo llevaba a sus presentaciones solía dormirse en el suelo e, incluso, en dos ocasiones lo se perdió de vista.
Por otro lado y si de objetivos se trata, ‘La Licuadora’ desea volver a ejercer como profesora de preescolar: “Soy docente. Me traje todos mis papeles apostillados. He tocado puertas, pero no ha resultado nada. Me dicen que el venezolano no tiene mucha entrada para trabajar en este tipo de cosas en Colombia, pero no pierdo las esperanzas de regresar a las aulas”.
Pelear por el espacio
Aunque los 450 artistas que hacen parte de ‘Arte a la KY’ (87 son mujeres) cuentan con permiso de Idartes para realizar demostraciones artísticas en las calles, aún son recurrentes las disputas con las autoridades y, en especial, con los vendedores ambulantes, por el uso del espacio público.
“Con el arte te levantas enemigos. Los sábados y los domingos me hacía en la calle 11, en La Candelaria, a vender mis cuadros, pero los compañeros me sacaron. Por eso, solo voy un día y debo conseguir el doble de dinero”, dice Claudia, artista plástica de 54 años. Ante la situación, elevó un derecho de petición y expuso que, como mujer mayor, se le estaban vulnerando los derechos. También lo hizo ante Idartes, pero no se pudo hacer nada, pues dicha zona turística no está regulada por el Instituto.
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Sobre su relación con el arte, cuenta que es ingeniera eléctrica y que ejerció varios años en Venezuela, pero hizo un alto en el camino para dedicarse a sus esculturas y cuadros. “Hice un pacto con el arte. Le dije ‘yo haré arte, pero tú no me vas a abandonar ni a dejar con el estómago vacío’. Empecé a dibujar y luego esos dibujos los llevé al alambre, al hierro, más tarde descubrí la escultura y desde que regresé a Colombia pinto cuadros y realizo arte digital. Afortunadamente, la vida me ha dado el gusto de hacer lo que amo”, dice la mujer, que con sus ganancias, ayuda a su madre y a su hija Génesis, hoy profesional.
Claudia siguió su pasión artística que, impulsada por la crisis en Venezuela, la trajo de nuevo a su país natal. “Mi hija sí está en Venezuela, a veces hablar con ella es difícil, dice que me extraña. Estuvo conmigo en pandemia, pero no logró adaptarse a Colombia. Bogotá es dura, te hace sentir la soledad, pero te impone metas y también la satisfacción de hacer algo que creías imposible”, señala.
Así las cosas, aunque el arte no necesita de imponentes escenarios para ser admirado, las artistas sí necesitan contar aspectos básicos de lo que significa ser humano: dignidad y respeto por su labor y la compañía de sus más cercanos.
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