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Las trabajadoras sexuales del barrio Santa Fe, en el centro de Bogotá, no llevan la cuenta de sus “hermanas” muertas, porque se quedarían sin tiempo para enumerarlas. Muchas añoran que, a quienes les arrebataron la vida, estuvieran para que pudieran ver lo que han logrado como comunidad con sus años de lucha, de experiencias y traumas, que una vez superados se suman al cúmulo de historias que llevan a cuesta las más veteranas.
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Cindy Núñez es una de ellas. Esta mujer trans nos abrió las puertas de su casa en Teusaquillo. Entrar es como ingresar a un camerino: tiene tacones tirados en el piso, vestidos de plumas rojas y negras en uno de los muebles, tiaras y coronas propias de reinas y princesas, esmaltes de diferentes colores, planchas de cabello y hasta maquillaje, su fiel compañero, porque uno de sus mantras es “primero muerta que mal arreglada”.
Tiene el honor, como ella lo dice, de vivir y ejercer, a sus más de 60 años, el trabajo sexual. Si alguien puede hablar con propiedad sobre lo que implica sobrevivir en el barrio Santa Fe es ella, porque, como afirman desde la Red Comunitaria Trans, “las personas transgénero en Colombia no viven, sobreviven”, aspecto que valida la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), al asegurar que la esperanza de vida promedio de mujeres trans es de 35 años en América.
Esta ‘madre trans’, como se les llama a las más mayores de la comunidad, tiene una personalidad arrolladora y un carisma que envuelve a la gente, rasgos adquiridos con el paso de los años para convencer a quienes pasan temerosos buscando placer. Lo aprendió con el tiempo, porque “hasta para ser puta hay que estudiar”, señala.
Es expresiva con sus manos y tan femenina como siempre quiso. Al hablar es detallista y recuerda aspectos claves, que ante los ojos convencionales podrían pasar inadvertidos, pero en el caso de quienes trabajan en las calles lo son todo. Esta particularidad es resultado de siempre estar a la defensiva y de no bajar la guardia, porque la oscuridad de la noche no solo trae el sereno.
Su espacio de trabajo es la calle, escenario que, según el Instituto de Medicina Legal, es el lugar en el que mayor número de asesinatos ocurren contra quienes ofrecen servicios sexuales pagos.
“El 42 % de los casos de homicidio de mujeres en condición de prostitución fueron en vía pública, cuyo detonante en mayor porcentaje es la riña o la venganza, seguido de los sitios de esparcimiento con venta de alcohol (16 %). El mecanismo causal más usado en los últimos 10 años ha sido arma de fuego (47 %)”, dicen las cifras.
Para “mamá Lucha”, otra madre trans que recibe y da luces a quienes empiezan en el mundo de la prostitución en el Santa Fe, las chicas llegan al lugar, porque “al ser travestis somos la vergüenza de la familia. Hay chicas a las que se les da apoyo, que son juiciosas y cogen por donde debe ser. Hay otras que no, que se salen de las manos”.
De acuerdo con el informe “Homicidios de mujeres en condición de prostitución de 2004 a 2013” (el último que se conoce a la fecha), realizado por Medicina Legal y la Subdirección de Servicios Forenses, en esta década asesinaron en Colombia a 13.232 mujeres, con una tasa promedio de 5,7 por cada 100.000 habitantes. De ellas, el 1,8 % (238 casos) corresponde a mujeres en condición de prostitución. Las zonas con el mayor número de casos registrados fueron: Antioquia, Bogotá, D. C., Valle del Cauca y Meta.
Según el estudio, el mayor número de víctimas estuvieron entre los 20-24 años (28,57 %), seguido del rango de 25-29 años (21,42 %). El 9% se presentó en el grupo de niñas y adolescentes entre los 10 y 17 años. De acuerdo con la tabla de homicidios, con respecto a factor de vulnerabilidad y sexo de la víctima, del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, en 2020 en Colombia 12 mujeres que ejercían la prostitución fueron asesinadas, lo que representa el 1,59 % del total de casos.
Panorama que deja en evidencia que “el ejercicio de la prostitución es uno de los cinco factores de vulnerabilidad más latentes para las mujeres, ya que solo hubo dos homicidios de hombres relacionados con este factor. Sucede lo mismo con el hecho de pertenecer a la población LGBTI, que afecta en mayor medida a las mujeres (0,79 %) que a los hombres (0,65 %), aunque en 2020 hubo un mayor número (55) de homicidios para aquellos asociados con ser parte de la comunidad LGBTI”, concluye el estudio.
Justamente en eso, en números, se han convertido las personas que se atreven a hacer público su tránsito de género en Colombia, el segundo país más violento de América Latina y el Caribe, con el mayor número de asesinatos a personas LGTBI, seguido de Brasil.
“La Policía nos hizo la vida imposible por mucho tiempo, a cualquier persona que uno le comente lo que nosotras vivimos se solidariza con nosotras. Vivimos una vida muy terrible por culpa de las autoridades, ¡terrible!, de una manera espantosa”, señala Constanza Sánchez, otra madre trans del barrio, quien es oriunda de Villavicencio y llegó a la capital en 1972. “El Santa Fe era un barrio diferente, no había tanta drogadicción. La droga no existía, ni el bazuco, ni nada de eso”.
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El Santa Fe a finales del siglo XIX
“En el año 85, cuando llegué, era un barrio limpio, era un barrio sano. Nosotras llegábamos hasta la troncal de la Caracas, de ahí andábamos para la cuarta o al norte, porque no existía la Primero de Mayo ni el 7 de Agosto. Trabajábamos desde la 11 con décima. Cuando estaba el Cartucho, ahí también se puteaba. Luego nos fueron bajando para la cuarta y de ahí ya fuimos para el Telecom de la 23 hasta la Caracas. En ese tiempo trabajamos relajadas”, narra Cindy.
Agrega que las fachadas de las viviendas del sector llamaban la atención de nacionales y turistas, quienes llegaban a tomar fotos. “El exterior de las casas eran estilo europeo y atraían a la gente. En el 2000 empezaron a montar hoteles y negocios. Ya uno veía a las ‘maricas’ empelotas. En nuestra época no éramos así”, describe con precisión la madre trans, aspecto en el que concuerda David Torres Sánchez, investigador de la Curaduría de Etnografía del Museo Nacional de Colombia e investigador de la Fundación Gilberto Alzate, quien enfatiza en que el sector era de la clase élite bogotana, que poco a poco se fue desplazando hacia Chapinero.
“Lo que sucede con las casas del Santa Fe y de Santa Inés es que terminaron convirtiéndose en pensiones en donde vivían también quienes se encontraban en el Cartucho, entre 1999 y 2000. Eran viviendas donde se alojaban migrantes, que traían productos del campo. Fue así como terminaron convirtiéndose en residencias de diario y se formó el comercio que vemos hoy en sectores como San Victorino, Santa Fe, Santa Inés y el Cartucho”, menciona el historiador.
Una lucha que sigue en pie
Según Torres, actualmente el trabajo de la Red Comunitaria Trans ha venido abriendo caminos para dejar de estigmatizar el Santa Fe. “Debe haber un foco sobre estas organizaciones y un reconocimiento sobre sus luchas, reivindicaciones y los espacios de circulación que han conquistado. Esto ha permitido una transformación sobre cierta identidad que tiene el sector”.
Nos han querido meter en una competencia, nos quisieron hacer creer que entre organizaciones trans tenemos que ser enemigas, que tenemos que distanciarnos y luchar separadas, pero no...Nosotras le apostamos a la juntanza y al cuidado colectivo, a pesar del dolor y las injusticias
— Red Comunitaria Trans (@redcomunitariat) July 12, 2022
En lo corrido de 2022 en Colombia, nueve mujeres trans han sido asesinadas. Sus casos se suman a los 35 reportados en 2021, dejando un total de 44, aunque la Defensoría del Pueblo insiste en agregar tres más, dejando un promedio de 2,9 muertes de integrantes de esta comunidad al mes.
Cindy, “mamá Lucha” y Constanza son sobrevivientes, por algo las llaman madres. Los años que llevan ejerciendo la prostitución han dejado huella en sus cuerpos. Por ejemplo, Cindy tiene cicatrices de tres disparos: uno en la espalda, uno en sus pies y el otro en su pecho. Tiene también desprendimiento de retina y su piel guarda las señales de lo que en otro tiempo fueron heridas y raspones.
Aun así se mofa como una veterana de guerra al evocar los años pasados, porque esa es su terapia para sobrellevar lo que para muchos serían traumatismos, pero para ella son vivencias que la han llevado a ser la mujer fuerte, defensora de la vida y referente para las más “pollas” (jóvenes) que llegan hoy al Santa Fe.
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