Shin Gi Tai, la academia de artes marciales que enseña autocontrol con el kick boxing
La historia de una academia de artes marciales mixtas que por 25 años ha extendido la filosofía oriental en el sur de Bogotá. Ahora le apunta a instruir más jóvenes para mejorar la convivencia en las dos localidades que más casos de riñas presentan a la fecha: Bosa y Kennedy, con apoyo de la Secretaría de Seguridad.
Juan Camilo Parra
Gotas de sudor caen sobre la colchoneta azul del cuadrilátero y Yeisson Ángel alza su voz, agitando los guantes de boxeo, pidiéndoles a mujeres y hombres jóvenes que se detengan y respiren hondamente. Los cuerpos de sus pupilos se ensanchan, y por 10 segundos mantienen el aliento hasta que el entrenador da una nueva instrucción. La clase en Shin Gi Tai comienza a las 6:00 p.m. todos los días.
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Gotas de sudor caen sobre la colchoneta azul del cuadrilátero y Yeisson Ángel alza su voz, agitando los guantes de boxeo, pidiéndoles a mujeres y hombres jóvenes que se detengan y respiren hondamente. Los cuerpos de sus pupilos se ensanchan, y por 10 segundos mantienen el aliento hasta que el entrenador da una nueva instrucción. La clase en Shin Gi Tai comienza a las 6:00 p.m. todos los días.
Esta academia la creó Héctor Gómez hace 25 años, en las entrañas del barrio José Antonio Galán, en Bosa. Y aunque parezca contradictorio, enseñando técnicas de pelea mixtas (algunos dirán, puños y patadas), logró que la Oficina Interamericana para la Paz y el Desarrollo (consultora de la ONU) la reconociera como organización de paz, por sus aportes en los barrios de la localidad.
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La historia se remonta a 1998, con un Héctor de escasos 25 años (no de 50, como ahora) que entrenaba al aire libre, en parques del sur de la capital, e instruía a pequeños grupos interesados en las artes marciales. Pero no solo enseñaba a pelear. “Vengo de un legado de las artes marciales tradicionales de corte oriental, como el karate y el aikido, que incorporan conceptos de disciplina, respeto y tolerancia”.
Su labor lo llevó a trabajar con organizaciones deportivas, como la Liga Andina, que ofrece un circuito para jóvenes, donde a la fecha ha posicionado a más de 10 campeones internacionales en competencias como los Juegos Panamericanos en Argentina, Brasil, México y Dubái. Pero Gómez no se emociona al hablar de sus logros, como sí lo hace al hablar de su trabajo diario con los niños, niñas, mujeres y hombres jóvenes, con edades entre los cinco y 29 años.
Con modestia, él guía los movimientos certeros y controlados de sus estudiantes, como si no tuviera un título mundial de kick boxing amateur, un título mundial profesional en full contact o un subcampeonato panamericano en Brasil, entre otros galardones que prefiere no exhibir. Eso sí, resalta que es “maestro”, mostrando en su cinturón negro las cinco líneas amarillas que lo acreditan.
Respirar
El frenesí en cada etapa de la vida crea niveles de ansiedad, que los hombres y las mujeres van acumulando. Sin canales para quemar esa energía negativa se vuelven propensas a resolver los conflictos de manera violenta. “Es una bomba de tiempo. Hay que liberar esa energía. Las artes marciales brindan esa oportunidad”, añade Gómez, mientras sube al cuadrilátero y le encarga a Yeisson Ángel coordinar los ejercicios en las colchonetas de abajo.
Ángel, competidor y entrenador de varias técnicas, tiene un club donde imparte jiu-jitsu, muay thai, kick boxing, entre otras. Cuando se le pregunta cómo llegó a las artes marciales, dice que no le creerían. Cuenta que en su juventud tuvo una época dura, “llegue de Barbosa, Santander, siendo adicto a las drogas y al alcohol”. En su rehabilitación trabajó como “todero” en conjuntos de Bogotá. Un día, yendo a su casa, encontró la academia de artes marciales, cruzó la puerta blanca y descubrió su talento. Les demostró a los entrenadores que podía ser un campeón y lo ratificó en competencia.
Hoy, con la misma vocación, instruye a los alumnos. “No solo es aprender a dar puños y patadas, sino a vivir con disciplina y respeto. El arte marcial enseña conciencia de sí mismo y del oponente, y que puedo hacerme bien y al otro”, añade.
Las artes marciales enseñan elementos básicos de la corporalidad. Una técnica vital que a Yeisson le funcionó para tomar las riendas de sí mismo, que parece tan inocua, que fácilmente es ignorada: la respiración. Y lo resume así: el primer golpe no es lo que se enseña, sino a respirar.
“Lo primero que transmitimos es tener conciencia de nuestra respiración. Hacerlo bien es aprender a controlar emociones. En el caso de los niños, que están en una etapa en la que el bullying es algo repetitivo, las artes marciales les enseña carácter, no para pelear, sino para canalizar las energías en el deporte”, dice.
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Artes marciales y autocontrol
Ese autocontrol y el desfogue de emociones fue lo que Alejandro Reyes Lozano, gerente del equipo Código de Convivencia, de la Secretaría de Seguridad, vio cuando Shin Gi Tai se postuló a una convocatoria de la entidad, con una propuesta que a muchos ojos puede traer efectos contrarios. Pero el funcionario resalta que la vigilancia no es el único componente a la hora de medir la seguridad. La convivencia y la prevención están siendo reconocidas como un elemento que también la impactan. Por eso decidieron apoyarlos, para que pudieran abrir más cupos.
La reacción policial y la investigación criminal son enfoques que han desgastado a las autoridades desde hace años sin llegar a tocar algo mucho más complejo de este panorama: las fallas estructurales y sociales que permiten que se propague este malestar social. Según las cuentas de la Secretaría de Seguridad, en lo que va de 2024, en la capital se han impuesto 110.733 comparendos. Solo el porte de armas blancas y riñas son más de 34.000, algo más del 30 % del total. Las localidades con más peleas y porte de armas son Bosa, Kennedy, Ciudad Bolívar y Suba. Comportamientos que ocurren en su mayoría entre los jóvenes de 24 a 26 años. La idea para prevenirlo es impactar a la población entre los 15 y 20 años para que en unos años las riñas no sean una problemática creciente, sino decreciente.
“Encontramos que las artes marciales tienen toda cabida en estos propósitos: todo su quehacer deportivo está alineado con la visión de prevención de la Secretaría. La historia de este colectivo es prueba de ello, y por eso con el programa ‘Convivencia para la Vida’, trabajamos con esta academia abriendo cupos para que mujeres y hombres de Bosa y Kennedy tengan mayor acceso a este deporte y difundiendo los pilares de una sana convivencia. Buscamos que ellos repliquen estos saberes en sus hogares y entornos, siendo multiplicadores”, señala el gerente de Convivencia.
Hoy son más de 100 alumnos en la sede de Bosa, pero hay 10 “multiplicadores” como Yeisson, que crearon clubes con los que hoy instruyen a casi 300 mujeres y hombres. Entre ellas a María Paula Garzón, quien se destaca por su técnica de patada. Lleva dos de sus 16 años entrenando kick boxing y ya ha tenido cinco combates en modalidad low kick, donde sujetar con los brazos o golpear con la rodilla es ilegal. Los lunes, miércoles y viernes, luego de salir del colegio, camina hasta la academia. A los 14 se interesó por aprender defensa personal, para protegerse, pero no esperaba ser hoy una deportista destacada, cuya patada envidian muchos pupilos.
“Esta disciplina nos permite un condicionamiento físico y mental que, en mi caso, ha sido una puerta para liberar el estrés del colegio y el mal genio”, dice, y aunque es tímida al hablar sobre el campeonato que ganó, recuerda que “así como nos enseñan a ganar, nos enseñan a perder”, resalta, y una gota de sudor cae sobre el protector que cubre la pierna con la que practica la patada baja. Son pocas mujeres, pero se han ido sumando. También está Juliany Yeraldine Verano, de 25 años, quien llega un poco tarde a clase. Venía de trabajar en un banco. Se cambia y estira. Se pone los guantes, que lleva puestos desde los 10 años, cuando empezó a entrenar. Para ella fue más lógico llegar a ponerse los guantes, porque es un legado de su papá. A sus 25 años, afirma, solo ha perdido una pelea de las nueve.
Aunque fácilmente podría reducir a un oponente o a un delincuente desarmado, señala que una de las facultades de las artes marciales es saber medir al otro. “Cuando conoces las técnicas y sabes que con un solo golpe puedes hacer daño, te controlas, no lo llevas al extremo y prefieres acudir al diálogo”, asegura tratando de explicar por qué saber pelear no te hace más violento.
Pasadas las ocho de la noche los cuerpos sudorosos, agotados y satisfechos se dispersan, quitándose los protectores bucales, hacia los casilleros para cambiarse. El maestro da una última estocada y recomienda a los alumnos que sigan el ritmo de la respiración. Antes de irse hace un recordatorio de por qué Shin Gi Tai. “Tres palabras: shin, que es espiritualidad y tiene que ver con el manejo de las emociones; gi es la destreza, el uso de la técnica, y tai, que se refiere al cuerpo, “pero como templo que tenemos que cuidar con comida saludable y buenos hábitos”.
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