Los planes que tenía Bogotá antes del racionamiento del agua
Años antes del racionamiento se pensó en ampliar el sistema norte, que abastece gran parte de la ciudad, pero fallas al interpretar la oferta y la demanda, y objeciones ambientales frenaron las obras. Pese a esto, existen planes por ejecutar, pero cuya materialización necesita recursos y resolver otras variables.
Miguel Ángel Vivas Tróchez
Cada tanto Bogotá ha estado sometida al fantasma del racionamiento. Desde su expansión como ciudad capital, los gobernantes han encontrado sobre su escritorio el dilema que implica satisfacer la sed de una urbe en expansión. Desde las primeras cuatro décadas del siglo XX, Bogotá pasó de obtener el agua en acuíferos próximos al casco urbano a buscar el preciado recurso en los acuíferos del área limítrofe, llegando al páramo de Chingaza y a los ríos Gatiquia, Chuza y el Frío.
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Cada tanto Bogotá ha estado sometida al fantasma del racionamiento. Desde su expansión como ciudad capital, los gobernantes han encontrado sobre su escritorio el dilema que implica satisfacer la sed de una urbe en expansión. Desde las primeras cuatro décadas del siglo XX, Bogotá pasó de obtener el agua en acuíferos próximos al casco urbano a buscar el preciado recurso en los acuíferos del área limítrofe, llegando al páramo de Chingaza y a los ríos Gatiquia, Chuza y el Frío.
La primera entrega del especial: Bogotá, una ciudad con origen acuático y una historia de escasez.
Sin embargo, pese a un lustro de líos en los embalses, el consumo residencial sigue demandando más metros cúbicos de los que es posible obtener de las fuentes. Las sequías exacerbadas por el cambio climático, que trajo el fenómeno de El Niño, obligan a pensar de nuevo sobre buscar una alternativa para solucionar el eterno problema del agua. Al alcalde Carlos Fernando Galán, con apenas seis meses de mandato, le correspondió la resolución de esta nueva arista del rompecabezas.
Por ahora, según el Plan de Desarrollo que él y su gabinete sacaron adelante en el Concejo, contempla la creación de un programa con las directrices técnicas y jurídicas, para garantizar el abastecimiento. Lo que no es seguro es si en dicho programa se incluirán obras de ampliación de los embalses, antes descartadas, o la ampliación de plantas de potabilización como Tibitoc, o Weisner.
Declaraciones escuetas del mandatario parecen indicar que llegó la hora de mirar al norte, justo en la cuenca alta del Río Bogotá. Las campañas de ahorro del agua, para que el consumo diario no exceda los 15 m3/s, también continúan haciendo parte de las acciones. Todo, no obstante, dependerá del flujo de caja que tenga la ciudad para materializar los proyectos. Mientras tanto, revisamos el glosario de planes para ampliar la capacidad del suministro que están sobre la mesa, sus particularidades, y el por qué no se llevaron a cabo en su momento.
Chingaza II
Jaime Arias, ingeniero civil, con trayectoria en el campo hidráulico, advirtió que un problema como el de ahora era cuestión de tiempo. Lo hizo a través de un estudio en el que advirtió que la red de embalses tarde o temprano se iba a quedar corta para abastecer el crecimiento demográfico de Bogotá. En su análisis, el experto señaló que la ciudad debía priorizar, en 2012, las obras del Proyecto Chingaza II – Chuza Norte, para aumentar la capacidad de almacenamiento de agua.
No obstante, una aparente confusión en los indicadores de abastecimiento generó una falsa expectativa, que terminaría por dimanar en la situación actual. Las licencias ambientales, que se requerían para la construcción de Chingaza Norte y Chuza Norte no se tramitaron ante la CAR, por orden directa de Diego Bravo, el entonces gerente de la empresa de Acueducto de Bogotá.
De estos dos proyectos, el proyecto de Chuza Norte era el que tenía todas las papeletas para hacerse realidad: contaba con estudios de ingeniería detalle y un presupuesto de construcción asignado, por USD15 millones de la época. Su construcción duraría nueve años y su objetivo era la desviación de varias corrientes del Río Guavio para la extensión de la red de embalses. Tras su finalización, Chuza Norte iba a tener la capacidad de suministrar 3,9 m3/s de caudal confiable, lo cual, si bien no es mucho para una ciudad como Bogotá, cumpliría con mantener las reservas de la ciudad por encima de la cantidad de líquido vital que se demanda día a día.
Sin embargo, el experto menciona que el Acueducto de Bogotá informó entonces que la demanda de la ciudad era de 14 m3/s y que la capacidad de los embalses era de 28 m3/s, con lo cual no había señal de escasez a futuro. Estos cálculos, menciona Arias, fueron erróneos, pues se hicieron teniendo en cuenta la capacidad máxima de los embalses y no la cantidad de agua confiable, que es la que se puede potabilizar.
Arias resaltó que, para esa época, los embalses nunca superaron los 21,83 m3/s de agua confiable, por lo que sobreoferta no superaba los 5 m3/s, margen que se fue mermando con el paso de los años. En 2014 el experto alertó que la demanda de agua de la ciudad llegaría a los 19 m3/s en 2025 y que la posibilidad de respuesta ante una sequía se iba a quedar corta. A pesar de la alerta, se descartó un proyecto que contaba con estudios de factibilidad.
Y de paso, se renunció a tramitar la licencia ambiental. Desde los años 90, ambientalistas y pobladores del río, que se tendría que desviar para materializar Chingaza II, se han opuesto al proyecto. Aseguran que la ampliación del embalse afectaría la seguridad hídrica de los municipios aledaños y que los tubos subterráneos (con los cuales la ciudad trae el agua desde el embalse) generarían un impacto sobre el ecosistema del parque Chingaza.
Dicha premisa la comparte, irónicamente, dos contradictores políticos: el presidente Gustavo Petro (alcalde de Bogotá cuando se descartó el proyecto) y el actual alcalde de la ciudad Carlos Fernando Galán. Para el primer mandatario “solo generaría sequía en la Orinoquía y alza del precio de los alimentos en Bogotá. Dado que el problema tiene raíz en la crisis climática y la deforestación de la Amazonía”. Galán, por su parte, no solo confirmó lo expuesto por Petro, sino que arguyó otro tipo de impedimentos de índole legal. Por ahora, Chingaza II se descartó como opción.
Proyectos Sumapaz
Al sur también hubo alternativas para ampliar las fuentes de abastecimiento hídrico. En este sentido, sobre planos están los proyectos Sumapaz Alto y Sumapaz Medio. El primero consiste en la desviación de varias corrientes de la cuenca del río Blanco a la cuenca del río Tunjuelito. Dicha técnica implicaría la instalación de un sistema de 12 bocatomas y un complejo de 58 kilómetros de túneles, para que el agua llegue al río.
La obra, que se haría a 3.200 sobre el nivel del mar, dejaría como resultado un nuevo embalse sobre este afluente, que sería denominado Chisacá II, el cual tendría una capacidad de 135 millones de metros cúbicos (más grande que el de San Rafael). Dicho proyecto cuenta con estudios de prefactibilidad, pero, al igual que su par de Chingaza II, no cuenta con un trámite activo para obtener la licencia ambiental.
Por el lado de Sumapaz Medio, la idea es desviar caudales del río Blanco a la cuenca del río Muña, con el fin de construir un embalse en la cuenca del Muña. Dicha obra, contaría con una capacidad de 373 millones de metros cúbicos, lo cual lo reviste de un almacenamiento más amplio que el Sumapaz Alto y que el propio Chingaza II. Sin embargo, en opinión del ingeniero Arias, el de Chingaza II tiene más posibilidades de efectuarse, dado que se nutre de un embalse ya existente, mientras que en el caso de los proyectos Sumapaz, sería necesario el inicio de obras de infraestructura totalmente desde cero.
Plantas de tratamiento
De nada sirve aumentar la capacidad de almacenar agua cruda o de desviar millones de metros cúbicos si no existe una infraestructura capaz de tratar el agua. Aunque existen afluentes que necesitan un proceso de tratamiento más complejo, como las aguas residuales y las provenientes del río Teusacá, hay otro tipo de agua más cristalina, como la de Chingaza, por ejemplo, que no requiere de un proceso tan exhaustivo para potabilizarse.
En ese orden de ideas, la capacidad para sacar el máximo provecho de todas las fuentes pasa por ser capaz de tratarlas, para enviarlas a los grifos de los hogares capitalinos. En este sentido, actualmente las dos principales plantas de tratamiento de Bogotá, Wiesner y Tibitoc, cuentan con procesos de ampliación y modernización, para potenciar su capacidad.
Para el caso de Tibitoc hay dos planes de optimización de las instalaciones, con una inversión cercana a medio billón de pesos. Si bien, como el propio Carlos Fernando Galán confirmó, las obras sufrieron retrasos significativos, se espera que culminen para mediados de 2025. Con la intervención, que consta de la instalación de equipos de última generación, se potenciaría el proceso de potabilización aumentando 6 m3/s, provenientes de la cuenca alta del río Bogotá. Si los trabajos resultan ser efectivos y, sobre todo, se entregan en los plazos establecidos, Tibitoc podría estar potabilizando 10 m3 por segundo, con lo cual se beneficiarían alrededor de un millón y medio de ciudadanos.
De igual forma, la planta de tratamiento Wiesner, también se encuentra bajo obras de ampliación, que pretenden aumentar su capacidad. La adjudicación original de la ampliación tuvo numerosos traspiés, que culminaron en el abandono de la obra por el contratista y el inicio de un nuevo proceso de licitación, que culmino en marzo de 2023. Después de este nuevo comienzo, las obras han despegado y se encuentran cerca de finalizar, por lo cual Wiesner estaría en capacidad de potabilizar 12 m3 por segundo, que provienen de afluentes como el río Teusacá, a finales de 2024.
Finalmente, está la ansiada PTAR Canoas, iniciativa de dimensiones faraónicas que, al igual que los trabajos mencionados anteriormente, ha sido blanco de todo tipo de trabas y zozobra respecto a su futuro. La PTAR Canoas se posiciona como la obra ambiental más relevante que se ejecutará en Colombia y permitirá el tratamiento del 70% de las aguas residuales de Bogotá y el 100% de las aguas residuales de Soacha. Se estima que beneficiará directamente a más de 7 millones de habitantes.
En cuanto al financiamiento de la obra, que valdría cerca de $4,5 billones, estaría repartida entre la Corporación, que aportaría el 50 % de los recursos para su ejecución; Bogotá, con el 29 %; la Empresa de Acueducto, con el 19 %, y la Gobernación de Cundinamarca el 2 %. Ahora bien, con los planes sobre la mesa, las alternativas contempladas y un panorama retador para los próximos años, Bogotá debe abordar cualquier debate bajo un dilema ético apremiante.
¿Hasta qué punto, los planes de expansión urbana de la ciudad, de consumo de agua desbordados e inconsciencia sobre un recurso que es finito, justifican que la ciudad continúe desviando cuanto río sea posible para saciar una sed desmedida e infinita? La paradoja, aunque no lo parezca, es clave para definir cualquier escenario futuro, pues cuando sequemos todas las fuentes hídricas, ya la pregunta no radicará en futuros planes, sino en qué punto del pasado desembocó una crisis sin punto de retorno.
Continúe leyendo sobre el agua en Bogotá: ¿Por qué Bogotá depende de Chingaza para abastecerse de agua?.
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