Soluciones para evitar que los cerros ardan siguen siendo ideas de papel
Los incendios de esta semana en la capital del país revivieron la propuesta de construir un camino cortafuego a través de los cerros, el cual fracasó por tener más enfoque turístico que de prevención. Es necesario, pero de otra manera, dicen los expertos.
Alexánder Marín Correa
Mónica Rivera Rueda
Vivir al pie de los cerros orientales, en tiempos de cambio climático, se ha vuelto un riesgo. En época de invierno los aguaceros generan deslizamientos y en temporada de sequías aparecen voraces incendios forestales. Y cada vez que se registra un desastre surge la misma pregunta: ¿qué hacer para proteger el principal activo ecológico de Bogotá? Mientras pasan los años, sin acciones concretas, se siguen viendo afectados los vecinos de la reserva que en medio de las dificultades apoyan las labores de socorristas, y todos los capitalinos, por la mala calidad del aire.
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Vivir al pie de los cerros orientales, en tiempos de cambio climático, se ha vuelto un riesgo. En época de invierno los aguaceros generan deslizamientos y en temporada de sequías aparecen voraces incendios forestales. Y cada vez que se registra un desastre surge la misma pregunta: ¿qué hacer para proteger el principal activo ecológico de Bogotá? Mientras pasan los años, sin acciones concretas, se siguen viendo afectados los vecinos de la reserva que en medio de las dificultades apoyan las labores de socorristas, y todos los capitalinos, por la mala calidad del aire.
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El barrio El Paraíso, el más afectado por las conflagraciones de estos días, es ejemplo. En esa zona, donde doña Marleny, de 65 años, que recorre el sendero hacia la punta del cerro, desde las 5:00 a.m., con una bolsa improvisada, donde recoge cada plástico que encuentra a su paso. “Nos toca recoger, porque con este sol la basura prende”. El resto trata de mantener la normalidad en medio de un ambiente infestado de partículas polvorientas y olor a hojas quemadas.
Luzdary Cuevas, que vive en una calle cuesta abajo, camina por el barrio con doble tapabocas. Dice que los últimos días han sido duros, en especial las noches, cuando el viento atiza el fuego. “Me duele la cabeza y mantengo con la boca deshidratada” confirma agitada mientras camina por el vecindario. Todos llevan años escuchando la idea de reforestar las montañas, eliminando las especies invasoras y volver a las especies nativas o los senderos cortafuegos.
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La necesidad de hacer cambios, que reduzcan el riesgo y faciliten el trabajo de los socorristas, se revive tras cada emergencia. Esta vez no fue la excepción. Los fuertes incendios que azotan a la capital no solo reavivaron las llamas del debate, sino que dejaron en evidencia, como lo advirtió la Procuraduría, que el país poco se preparó para el fenómeno de El Niño.
Lo que salvó a Bogotá de una catástrofe mayor fue el compromiso y la dedicación de sus bomberos, así como el apoyo de los demás organismos de seguridad, como Ejército y Fuerza Aérea. En la jornada del viernes se contabilizaron casi 700 personas trabajando y haciendo relevos para enfrentar las llamas, especialmente en el sector de El Cable, que fue el punto más crítico, donde trabajaron 120 bomberos, 365 soldados y 53 miembros de la Fuerza Aérea, entre ellos, la tripulación de los helicópteros que se dedicaron a realizar constantes descargas para apaciguar las llamas. No obstante, el denso humo deterioró en la calidad del aire a tal punto, que el Distrito se vio obligado a tomar medidas como pico y placa el sábado o educación virtual en algunas zonas.
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Lo que más llama la atención es que el riesgo en los cerros está sobrediagnosticado. Se tienen claras las zonas de mayor susceptibilidad a incendios, cuáles son las zonas de difícil acceso y que cualquier desecho o mala práctica puede ser la chispa de un incendio. En esta ocasión las llamas, avivadas por eucaliptos y pinos secos, fueron más rápidas que la reacción.
Reforestación frustrada
Según Diana Wiesner, directora de la Fundación Cerros de Bogotá, la gravedad de los incendios tiene que ver especialmente con las especies que se están quemando, como el pino y el eucalipto, que no son nativas. Esto responde a que son más pirogénicas, es decir, que se encienden con facilidad, y cuando hay un monocultivo de una especie con esas características, el fuego se propaga con más facilidad.
Ante esta situación, explica que desde la fundación llevan casi tres años, sin éxito, pidiéndole a la CAR permiso para reemplazar eucaliptos por especies nativas. “Ofrecemos asumir el costo y estudios, pero no ha sido posible, cada vez surgen más trabas. Nos sentimos indignados con las autoridades ambientales. Necesitamos una autoridad que dé ejemplo y ayude a la sociedad civil”.
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Para Wiesner, la recuperación del cerro hay que pensarla a corto, mediano y largo plazo. “No podemos caer en el inmediatismo. No se puede sembrar cualquier especie. Es fundamental la siembra de especies nativas, que no están produciendo los viveros. En promedio, las especies nativas de los cerros son 400. La fundación tiene un pequeño vivero ciudadano, el cual cuenta con individuos de 80 especies nativas de los cerros. Como esas no las tienen los viveros comerciales, hemos insistido en la donación de semillas, porque el reto consiste en reforestar con especies nativas, no de Colombia o de Bogotá, sino de los cerros”.
Un fallido plan
En las emergencias sobre los cerros de esta semana el caso se repite: pese a que las llamas se ven entre las montañas, que están relativamente cerca del casco urbano, el acceso es casi imposible, pues si bien hay una red de senderos de sur a norte, son caminatas exigentes por los que no es fácil entrar maquinaria para combatir las llamas, lo que obliga a los bomberos a realizar trabajos manuales.
El tema es que no es un problema nuevo. Cada vez que se encienden los cerros se habla de las dificultades de llevar agua a la zona, de los retos que plantea la vegetación exótica o invasora, como el retamo espinoso, y de la necesidad de abrir un sendero cortafuegos que facilite el ingreso de los bomberos. En términos generales, estos caminos son franjas libres de vegetación que no tienen condiciones para arder y que se crean en lugares aledaños o dentro de zonas boscosas con dos funciones: servir como barrera para que los incendios no pasen de estas líneas y facilitar el acceso a los cuerpos de bomberos.
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El Plan de manejo de los cerros orientales señala que la mayor parte de las montañas están en niveles bajo y medio de riesgo de incendios, excepto la franja entre las localidades de Santa Fe y Chapinero, donde la prevalencia es alta. “Entre las causas de los incendios forestales, principalmente de tipo antrópicas y por derivación fortuita, se tienen las fogatas hechas por los caminantes o las colillas que arrojan o la preparación de terrenos para actividades agropecuarias o para la conversión de tierras forestales”, indica el Plan de manejo, donde se especifican otros factores como las sequías, la acumulación de “necromasa” inflamable y la extensión de la vegetación pirofílica.
Con los años se han establecido acciones para la prevención y mitigación de incendios forestales, como la comisión que se creó en 2008 en la ciudad, que hablaba de establecer “líneas de control de fuego para los cerros Monserrate, El Cable y Guadalupe”. Además, el Acueducto ha contratado (hoy lo hace Promoambiental) guardabosques expertos en el manejo de cobertura vegetal, que realizan labores de silvicultura, para convertir los senderos principales o secundarios en líneas cortafuegos, en algunos de los cuales también se realiza recreación pasiva.
Este último punto es importante para entender lo que se planteó con el sendero de las Mariposas, pues si bien se presentó como un proyecto que buscaba establecer un cortafuegos, lo que llevó a que el proyecto no se concretara, fue que su principal interés era un corredor turístico que atravesara los cerros de sur a norte. Entonces, ¿qué era el sendero de las Mariposas? Se presentó como un proyecto para “prevenir y mitigar los riesgos de incidentes forestales, así como para que la ciudadanía pudiera desarrollar recreación pasiva”.
Esto dentro del contexto de que los pasos cortafuegos se crearían sobre la red de senderos primarios y secundarios, y con esto no se afectaría a la ciudadanía que hace uso pasivo de ellos. Es así que el proyecto establecía un nuevo sendero de 102,5 kilómetros, desde el barrio Las Violetas, en Usme, hasta el sector de Torca, en Usaquén. La unión de la red de senderos facilitaría el acceso a los cerros, reduciría los tiempos de respuesta de los bomberos, daría las condiciones para suministrar agua y facilitaría el ingreso de los habitantes a la zona.
Para ello era fundamental que los pasos se ubicaran en la parte media de los cerros, para tener acceso a la parte alta y baja de las montañas. Sumado a esto, se identificaron cinco pozos profundos para garantizar el suministro de agua, tres estaciones de bombeo, una tubería de impulsión por acceso y tres hidrantes, así como se proponía un trazado, entre los que se establecerían 19 tramos con 25 accesos desde el casco urbano.
Pero aquí viene lo que generó controversia: el componente turístico. Y es que además de hacer uso de los senderos para crear un camino cortafuegos, se contemplaba la construcción de pasos abiertos para la ciudadanía, con 54 aulas ambientales, 80 miradores y observatorios, puntos logísticos y hasta 182 puentes sobre los cuerpos de agua, que incluían obras que iban desde aplanar el suelo natural hasta la instalación de listones en PVC y puentes de metal, con senderos que irían desde 1,5 metros de ancho hasta la adecuación de caminos carreteables de 5 metros de ancho.
Cada paso tendría unas características dependiendo los pisos térmicos, es decir, si iba por páramo, bosque andino o bosque de lauráceas. Asimismo, se hablaba de que los senderos permitieran la infiltración y la escorrentía natural del agua e incluía diseños para plazoletas con módulos de bienvenida, baños y hasta locales comerciales, obras que resaltaban sobre cualquier propósito ambiental.
Hoy, en medio de una nueva jornada de tiempo seco e incendios, no se tiene ni lo uno ni lo otro. Los planes por hacer más seguros los cerros orientales en tiempos de cambio climático siguen siendo ideas en el papel, que se desempolvan cada vez que una emergencia pone a correr a las autoridades y a gastar multimillonarios recursos en maniobras para apagar un fuego que seguro hubiera sido más fácil si desde antes las acciones planeadas se hubieran puesto en marcha.