Maribel Muñoz, la joven que desde sus 20 años maquilla la muerte en Bogotá
La tanatología, más que una profesión, es una vocación entrelazada con la criminología y la medicina legal. Maribel Muñoz, con seis años de experiencia trabajando como maquilladora y preservadora de cadáveres, cuenta los aspectos emocionales, físicos y psicológicos de su labor.
Ana María Rodríguez Novoa
Mientras la mayoría prefiere vetar de cualquier conversación la inevitable cita que tendremos con la muerte, Maribel Muñoz, de 26 años, hizo lo contrario: decidió verla a la cara, para maquillarla y tratar de mostrar su lado menos doloroso. Ella es tanatóloga desde los 20 y ahora trabaja en Capillas de la Fe, una labor que muchos desconocen, pero que esta bogotana la quiere dar a conocer.
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Mientras la mayoría prefiere vetar de cualquier conversación la inevitable cita que tendremos con la muerte, Maribel Muñoz, de 26 años, hizo lo contrario: decidió verla a la cara, para maquillarla y tratar de mostrar su lado menos doloroso. Ella es tanatóloga desde los 20 y ahora trabaja en Capillas de la Fe, una labor que muchos desconocen, pero que esta bogotana la quiere dar a conocer.
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Lo que la motivó a abrazar la tanatología fue su hermano, quien luchó contra la neumonía en el Hospital de la Misericordia, en 2015. Acompañándolo hasta el último momento, su curiosidad se despertó al pasar cerca de la morgue y observar las preparaciones fúnebres. Antes, ella se dedicaba a ser cajera en un supermercado, pero este conmovedor espectáculo despertó en ella el deseo de ofrecer consuelo a aquellos que perdían a sus seres queridos.
Y si bien ella habla de su oficio con cierto orgullo, su familia evita hablar de su trabajo. “Para ellos, simplemente soy una archivadora en la funeraria. Sin embargo, cuando llega el momento de lavar los uniformes, tienen presente que soy tanatóloga y ahí prefieren ignorar”, afirma.
Una visita al laboratorio
Al llegar el momento de manipular los cuerpos, ella y sus colegas se sumergen en una atmósfera fría, semejante a un congelador, para prevenir la descomposición, olores y cambios en la piel de los cadáveres. Con meticulosa atención, se prepara para ingresar al laboratorio, con un uniforme antifluido, peto protector, botas de cuero y guantes de inseminación. Cuenta Maribel que se prohíbe el uso de tenis, por considerarlos un riesgo para la higiene.
Dirigiéndose a su mesa de trabajo, equipada con productos esenciales y químicos para inyecciones, destaca la importancia de toallas, secador, peine y corta uñas para la limpieza completa del difunto. Observa que la mesa esté en buen estado y verifica las llaves del agua, para comenzar con la tarea. Maribel explica que, al bañarlos, utilizan una mesa con rejas. En el caso de los bebés, colocan una bandeja pequeña, para evitar caídas o golpes en los cuerpos durante el baño.
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El contacto con el frío es palpable, disipado solo al tomar algo caliente. Breves descansos de 10 a 15 minutos les permiten en el laboratorio recuperar el aliento, especialmente cuando se enfrentan a cuerpos muy pesados. “En algunas ocasiones se siente que los cadáveres se resisten a ser arreglados. A pesar de que un cadáver no debería tener peso, algunos parecen oponerse al contacto”, menciona entre risas.
“Con mis colegas especulamos que el peso podría deberse a los pecados o energías que cargan, porque se siente como si no quisieran abandonar este plano y a mí, por ejemplo, al terminar este tipo de servicio, me duelen hasta las uñas del esfuerzo tan impresionante que debe hacerse para tratar este tipo de cadáveres”, señala Maribel.
Menciona que, a veces, los llaman al laboratorio en plena madrugada, donde la oscuridad se mezcla con las tareas y los cuerpos que los esperan. “Dormir para mí, desde que trabajo en esto, es experimentar sueños intermitentes; sentir que cargo mil piedras encima, y noches que, para mí, parecen durar solo 10 minutos. La verdad es que vivo en un agotamiento constante, pero feliz por lo que hago”.
La mente en los cuerpos
Antes de preparar los cuerpos, Maribel recita el “Padre Nuestro” como símbolo de su fe católica. Ve cada cuerpo como parte de un mismo Dios y considera la oración como permiso para arreglarlos. Sumergida en el detalle que implica esta labor, recibe valiosa información de los familiares sobre cómo quieren ver a sus seres queridos.
“Para mí, el maquillaje, el vestido y el peinado es un rompecabezas desafiante, pues yo busco entregar a los familiares la mejor versión posible de lo que era su ser querido en vida. Después de sufrir ese cuerpo, posiblemente por mucho tiempo, agonía y dolor, es lo mínimo que puedo hacer”, agrega.
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Menciona, además, que trata a los cuerpos como si estuvieran durmiendo, no muertos. Habla con ellos, les confía sus problemas y pronuncia sus nombres, con respeto y cariño. Y especialmente lo hace al tratar con niños, a quienes abraza, alza y arrulla. Maribel valora la importancia de consentir a los cadáveres de adultos mayores y sobre todo, de los bebés, tratándolos con amor especial.
Además de preservar cuerpos, aclara que a veces contactan a las familias, brindándoles apoyo y consuelo, asegurándose de que los seres queridos están bien, como una fuente de motivación y respaldo ante este delicado proceso.
Desafíos en el oficio
Su labor no es sencilla. A esta tanatóloga sí hay algo que la paraliza: el momento de tener que arreglar adolescentes. En este momento, su labor se dificulta, pues viene a su mente la imagen de su hermano. Esta situación, lejos de ser discriminatoria, para ella se convierte en un espejo aterrador que la paraliza por completo, viéndose impedida a arreglar ese cuerpo. “En estos casos le doy ese servicio a algún otro compañero, porque soy incapaz de arreglar el cuerpo de una persona que se parezca tanto a alguien a que amo”, detalla entre lágrimas.
La reconstrucción corporal emerge como otra faceta complicada de su trabajo. Maribel revela que al tratar con pieles quemadas o en estado de descomposición, la reconstrucción de rostros inexistentes conlleva a la aplicación de productos químicos fuertes, que representan quemaduras en sus propias manos. “La cera y los químicos utilizados actúan como una vela derretida en el cuerpo, creando expresiones faciales que imitan lo que se perdió del rostro de la persona. Para mí, es un juego de construcción que demanda jornadas de hasta seis horas”, explica.
Las pesadillas
Maribel comparte con inquietud y asombro cómo sus sueños se ven invadidos por imágenes de los cadáveres que prepara durante el día. Recuerda un episodio impactante en el que soñó con una joven de quince años, víctima de violación y asesinato, a la que había preparado con elegancia. En el sueño, la niña apareció en la casa de Maribel, pidiéndole opiniones sobre su vestido y afirmando con convicción estar viva.
Este encuentro menciona, la dejó sobresaltada, despertando con lágrimas y cuestionando su cordura. Hoy en día, Maribel dice que sigue experimentando sueños extraños, que la dejan agotada, ya que los difuntos transmiten una carga emocional abrumadora que le impide descansar plácidamente.
Noción en torno al luto y la muerte
Desde su perspectiva como tanatóloga, desmiente la concepción errónea de que en el campo del luto ellos son personas frías. Destaca que son propensos a experimentar emociones similares a cualquier ser humano que enfrenta el duelo. “Me visto de negro, guardo silencio y evito poner música cuando muere algún allegado. Como cualquier otra persona, hago todo esto como una muestra de respeto hacia mi ser querido”, señala.
Además, reconoce el abrumador vacío y la profunda soledad que se siente después de una pérdida. De hecho, se atreve a afirmar que viven la muerte de una manera especialmente intensa y sensible, quizás incluso más que otras personas.
A pesar de esto, ella dice que su profesión la eligió por pasión, vocación y amor, no por interés económico. Dice que los tanatólogos asumen riesgos al enfrentarse a enfermedades o virus, pero su labor la ejercen con dedicación, al tener la certeza de que su trabajo va más allá de simplemente estar con el fallecido y prepararlo.
“Es saber que hay personas esperándolo, en una sala fría, con unas cuantas sillas vacías y algunos seres queridos. Sin embargo, sé que cada vez que toco y arreglo ese cuerpo, alguien lo espera con amor y desesperación. Mi objetivo es mostrarles la última mejor versión de aquel que ya no está presente”, concluye.
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