Tras la memoria capitalina
La corporación recibe hoy la Orden Civil al Mérito de parte del Concejo distrital, en la conmemoración de su fundación. Sus libros y más de 50 boletines recuperan el pasado de la ciudad.
Verónica Téllez Oliveros
Sobre la Bogotá del siglo XVIII, algunos archivos relatan la historia de una mujer que fue juzgada por la muerte de una persona a quien le recetó hierbas de la medicina muisca. De finales del siglo XIX, dan cuenta de un almacén que se dedicaba a la curiosa venta de lencería negra para el luto. Ya durante el siglo XX, otros relatos hablan de la existencia y cotidianidad de las tertulias en los cafés literarios.
Todas estas historias han podido persistir de la mano de los amantes y expertos en la historia de Bogotá. Ellos han escudriñado en sus tradiciones y hechos para salvaguardar la memoria de los capitalinos. La idea de congregar a un grupo de miembros dedicados a esta tarea surgió en 1987, con la creación de la Academia de Historia de Bogotá, cuyo objetivo, desde entonces, ha sido proteger el patrimonio de la ciudad y ser el lugar al que los bogotanos puedan acudir en busca de testimonios sobre su identidad.
La fundación de la Academia estuvo a cargo del doctor Álvaro López Pardo. “Fue la respuesta a la ausencia de una institución que le diera sentido a la ciudad con personas preocupadas por su herencia”, explica Guiomar Cuesta Escobar, secretaria académica y miembro de la Academia.
La historia sobre un almacén especializado en “vender artículos exclusivamente de luto para damas: interiores, corsés, y otras prendas íntimas en color absolutamente negro. (En el que) también se vendían otros artículos relacionados con el luto, como el papel de correspondencia con caracteres negros”, es una de los relatos que hacen parte del “El comercio en Bogotá a finales del siglo”, publicado en el primer boletín de la Academia en 1991. El autor es Jorge Casas Santamaría, y en esta misma edición narra el surgimiento de la Cámara de Comercio de Bogotá a pedido de los ciudadanos y los comerciantes, debido a los excesivos impuestos que afectaron el costo de la mercancía por cuenta de la guerra que se vivía entonces.
La Academia no sólo quiso dejar un registro del patrimonio bogotano por medio de los libros y boletines, sino que además se constituyó en un escenario para la discusión y presentación de nuevos trabajos documentales. Las primeras reuniones se realizaron en el Museo del Chicó, por ser la sede de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, organización que apoyó su fundación.
Este año, Carlos Monroy Reyes, presidente actual de la Academia, decidió abrir sus puertas a las nuevas generaciones de historiadores. César Aguirre, de 28 años y egresado de la Universidad Externado de Colombia, es uno de los nuevos miembros. Su obsesión fue la historia de una mujer de 80 años que vivía en Choachí en el siglo XVIII y usaba la medicina muisca. Cuando una paciente suya murió, la culparon y la condenaron a prisión. “Fue un proceso fuerte para una mujer mayor, porque la trajeron a Bogotá y la juzgaron sin tener en cuenta argumentos como que los médicos eran muy escasos en ese momento, entonces la gente acudía a los yerbateros como ella”, dice Cuesta. Un estudio que evidencia la transición al período de la República, que no admitía a la medicina popular.
Para el abogado Monroy Reyes, uno de los temas más simbólicos de la ciudad es el de los cafés literarios del siglo XX. “Los estudios en esta época se hacían tomando tinto. Llegábamos a algunos, como el Asturias, en tranvía y pasábamos días enteros discutiendo sobre los temas de nuestras carreras o de la coyuntura política. Pero también fue el lugar para artistas como el poeta León de Greiff, quien presidía las charlas en el Café Automático”, recuerda.
Como parte de la conmemoración de los 25 años de la Academia, el Concejo distrital le entregará hoy la Orden Civil al Mérito a su presidente. Uno de los retos después de este tiempo es consolidarse entre la población, ya que “pocas personas saben que la institución existe, y hay un valioso material de consulta. Queremos que la historia sirva para apropiarse de la ciudad, y por esta razón se ha abierto la puerta para que los jóvenes historiadores extiendan la Academia”, señala Guiomar Cuesta.
Sobre la Bogotá del siglo XVIII, algunos archivos relatan la historia de una mujer que fue juzgada por la muerte de una persona a quien le recetó hierbas de la medicina muisca. De finales del siglo XIX, dan cuenta de un almacén que se dedicaba a la curiosa venta de lencería negra para el luto. Ya durante el siglo XX, otros relatos hablan de la existencia y cotidianidad de las tertulias en los cafés literarios.
Todas estas historias han podido persistir de la mano de los amantes y expertos en la historia de Bogotá. Ellos han escudriñado en sus tradiciones y hechos para salvaguardar la memoria de los capitalinos. La idea de congregar a un grupo de miembros dedicados a esta tarea surgió en 1987, con la creación de la Academia de Historia de Bogotá, cuyo objetivo, desde entonces, ha sido proteger el patrimonio de la ciudad y ser el lugar al que los bogotanos puedan acudir en busca de testimonios sobre su identidad.
La fundación de la Academia estuvo a cargo del doctor Álvaro López Pardo. “Fue la respuesta a la ausencia de una institución que le diera sentido a la ciudad con personas preocupadas por su herencia”, explica Guiomar Cuesta Escobar, secretaria académica y miembro de la Academia.
La historia sobre un almacén especializado en “vender artículos exclusivamente de luto para damas: interiores, corsés, y otras prendas íntimas en color absolutamente negro. (En el que) también se vendían otros artículos relacionados con el luto, como el papel de correspondencia con caracteres negros”, es una de los relatos que hacen parte del “El comercio en Bogotá a finales del siglo”, publicado en el primer boletín de la Academia en 1991. El autor es Jorge Casas Santamaría, y en esta misma edición narra el surgimiento de la Cámara de Comercio de Bogotá a pedido de los ciudadanos y los comerciantes, debido a los excesivos impuestos que afectaron el costo de la mercancía por cuenta de la guerra que se vivía entonces.
La Academia no sólo quiso dejar un registro del patrimonio bogotano por medio de los libros y boletines, sino que además se constituyó en un escenario para la discusión y presentación de nuevos trabajos documentales. Las primeras reuniones se realizaron en el Museo del Chicó, por ser la sede de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, organización que apoyó su fundación.
Este año, Carlos Monroy Reyes, presidente actual de la Academia, decidió abrir sus puertas a las nuevas generaciones de historiadores. César Aguirre, de 28 años y egresado de la Universidad Externado de Colombia, es uno de los nuevos miembros. Su obsesión fue la historia de una mujer de 80 años que vivía en Choachí en el siglo XVIII y usaba la medicina muisca. Cuando una paciente suya murió, la culparon y la condenaron a prisión. “Fue un proceso fuerte para una mujer mayor, porque la trajeron a Bogotá y la juzgaron sin tener en cuenta argumentos como que los médicos eran muy escasos en ese momento, entonces la gente acudía a los yerbateros como ella”, dice Cuesta. Un estudio que evidencia la transición al período de la República, que no admitía a la medicina popular.
Para el abogado Monroy Reyes, uno de los temas más simbólicos de la ciudad es el de los cafés literarios del siglo XX. “Los estudios en esta época se hacían tomando tinto. Llegábamos a algunos, como el Asturias, en tranvía y pasábamos días enteros discutiendo sobre los temas de nuestras carreras o de la coyuntura política. Pero también fue el lugar para artistas como el poeta León de Greiff, quien presidía las charlas en el Café Automático”, recuerda.
Como parte de la conmemoración de los 25 años de la Academia, el Concejo distrital le entregará hoy la Orden Civil al Mérito a su presidente. Uno de los retos después de este tiempo es consolidarse entre la población, ya que “pocas personas saben que la institución existe, y hay un valioso material de consulta. Queremos que la historia sirva para apropiarse de la ciudad, y por esta razón se ha abierto la puerta para que los jóvenes historiadores extiendan la Academia”, señala Guiomar Cuesta.