Un místico árbol
En Ciudad Bolívar, al sur de la capital, se encuentra el que es considerado el tercer lugar que reúne más fieles en la conmemoración del Viernes Santo.
Verónica Téllez Oliveros
En medio de los inmensos cerros del extremo sur de la capital, en Ciudad Bolívar, se levanta un árbol de 30 metros de alto, famoso por cuenta de las leyendas según las cuales se han encontrado a más de tres personas ahorcadas en sus ramas. Quizá por esa relación con la muerte se convirtió en una suerte de lugar sagrado al que cada año llegan más de 20.000 personas en peregrinación para conmemorar el Viernes Santo.
Aunque del Palo del Ahorcado han surgido varias historias sobre desesperanzados que decidieron terminar con su vida allí, ninguna ha sido confirmada, como lo cuenta Freddy Arturo Cardeño, investigador de la memoria local de Ciudad Bolívar. Sólo una muerte en este sector fue confirmada en septiembre de 2001, pero no ocurrió en el árbol sino en una de las tres cruces que cada año se instalaban a su lado luego del Vía Crucis y el Sermón de las Siete Palabras en los que cada viernes de la Semana Santa participan los habitantes de la zona. Después de este hecho los sacerdotes decidieron dejar sólo una.
Una de las versiones más populares sobre el Palo ha sido relatada por la historiadora local Blanca Pineda. Según la leyenda, Pablo Mayorga y su familia llegaron a la montaña en la década de los treinta, pero el hombre se enamoró de una comadre llamada Ernestina, por lo que su esposa lo abandonó y se fue de la casa con sus hijos. Una vez la señora Ernestina llegó a vivir a la casa, los allegados de Mayorga dejaron de visitarlo, por un supuesto temor a que se les contagiara la infidelidad. Luego apareció muerto. Los habitantes le atribuyeron la causa del fallecimiento al desobedecimiento de los mandatos católicos. Ernestina no aguantó la pena por la ausencia de su amor y un día amaneció colgada del Palo.
Las historias alrededor del árbol motivaron incluso los inventos de algunos periodistas que en el periódico Vespertino alertaron sobre el incremento de los suicidios en el lugar, como lo anotó Arturo Alape en 1995 en su libro de crónicas sobre Ciudad Bolívar, La hoguera de las ilusiones. Según su versión, se trató de un montaje en el que los periodistas trataron de vender un hecho noticioso a sus jefes.
Aunque los ahorcamientos no han sido confirmados con registros verídicos, la zona alrededor del árbol sí ha tenido, para sus habitantes, un significado relacionada con la muerte. Entre los imaginarios ha permeado una especie de temor hacia el lugar, como cuenta Cardeño en su investigación, producto también de una de las épocas de mayor influencia del paramilitarismo en lo alto de Ciudad Bolívar y en Altos de Cazucá.
“Cuando cogían ladrones en el barrio los llevaban allá, los amarraban y los castigaban. Los muertos siempre han sido jóvenes. Una vez hicieron una mortandad en Caracolí y Sierra Morena, los trajeron en una camioneta, eran ocho muertos; luego en Santa Viviana, trajeron seis muertos. Entonces empezó a coger mala fama el barrio. Los muertos los traían de otro lado y los tiraban en el barrio”, le relató a Cardeño uno de los habitantes del sector.
Por estas historias, los sacerdotes de las iglesias que circundan la montaña donde está el árbol y los propios residentes propusieron cambiarle el nombre por el de Palo de la Vida, como dice Juan Carlos Amaya, alcalde de la localidad. Según Eduardo Herrera, uno de los participantes de la peregrinación de ayer, la propuesta la hicieron los padres hace unos cinco años en el tradicional Sermón de las Siete Palabras.
Lo cierto es que el Palo se ha convertido en un símbolo para los habitantes de esta zona, quienes incluso han pedido a los encargados de las canteras de explotación minera que lo conserven. Hay personas que guardan en su memoria el arraigo al árbol, como algunos de los estudiantes y profesores del Instituto Cerros del Sur, el primer colegio que se instaló en el sector, que recuerdan las clases que alguna vez hicieron a la sombra de sus ramas y la pista de atletismo que hace un tiempo funcionó ahí.
Los residentes también prefieren realizar la procesión hacia ese lugar, para instalar junto al tronco los cuadros y camándulas el Viernes Santo, y no en los santuarios tradicionales del Cerro de Monserrate o el 20 de Julio. Se estima que representa la tercera peregrinación más grande de la capital en este día. “Para los habitantes, es la representación de la muerte humana, así como el Viernes Santo significa la crucifixión y muerte de Jesús de Nazaret”, agrega Cardeño sobre el origen de la adoración.
“La mala fama lo perjudica, porque allí nunca ha pasado nada. Que lo dejen tranquilo porque él simplemente es el cuidandero de todo este morro y es el testigo de cosas que nunca revelará”, es uno de los testimonios que reposan en los archivos del Instituto Cerros del Sur. Estas representaciones, los recuerdos, el carácter místico y el valor que le han dado los vecinos del sector al famoso árbol, han motivado iniciativas para que se declare como bien de interés cultural, ya que en la localidad no hay ninguna denominación de este tipo. Por ahora, sigue siendo el atractivo de visitas en Semana Santa y en agosto, cuando los niños elevan cometas con sus familias.
En medio de los inmensos cerros del extremo sur de la capital, en Ciudad Bolívar, se levanta un árbol de 30 metros de alto, famoso por cuenta de las leyendas según las cuales se han encontrado a más de tres personas ahorcadas en sus ramas. Quizá por esa relación con la muerte se convirtió en una suerte de lugar sagrado al que cada año llegan más de 20.000 personas en peregrinación para conmemorar el Viernes Santo.
Aunque del Palo del Ahorcado han surgido varias historias sobre desesperanzados que decidieron terminar con su vida allí, ninguna ha sido confirmada, como lo cuenta Freddy Arturo Cardeño, investigador de la memoria local de Ciudad Bolívar. Sólo una muerte en este sector fue confirmada en septiembre de 2001, pero no ocurrió en el árbol sino en una de las tres cruces que cada año se instalaban a su lado luego del Vía Crucis y el Sermón de las Siete Palabras en los que cada viernes de la Semana Santa participan los habitantes de la zona. Después de este hecho los sacerdotes decidieron dejar sólo una.
Una de las versiones más populares sobre el Palo ha sido relatada por la historiadora local Blanca Pineda. Según la leyenda, Pablo Mayorga y su familia llegaron a la montaña en la década de los treinta, pero el hombre se enamoró de una comadre llamada Ernestina, por lo que su esposa lo abandonó y se fue de la casa con sus hijos. Una vez la señora Ernestina llegó a vivir a la casa, los allegados de Mayorga dejaron de visitarlo, por un supuesto temor a que se les contagiara la infidelidad. Luego apareció muerto. Los habitantes le atribuyeron la causa del fallecimiento al desobedecimiento de los mandatos católicos. Ernestina no aguantó la pena por la ausencia de su amor y un día amaneció colgada del Palo.
Las historias alrededor del árbol motivaron incluso los inventos de algunos periodistas que en el periódico Vespertino alertaron sobre el incremento de los suicidios en el lugar, como lo anotó Arturo Alape en 1995 en su libro de crónicas sobre Ciudad Bolívar, La hoguera de las ilusiones. Según su versión, se trató de un montaje en el que los periodistas trataron de vender un hecho noticioso a sus jefes.
Aunque los ahorcamientos no han sido confirmados con registros verídicos, la zona alrededor del árbol sí ha tenido, para sus habitantes, un significado relacionada con la muerte. Entre los imaginarios ha permeado una especie de temor hacia el lugar, como cuenta Cardeño en su investigación, producto también de una de las épocas de mayor influencia del paramilitarismo en lo alto de Ciudad Bolívar y en Altos de Cazucá.
“Cuando cogían ladrones en el barrio los llevaban allá, los amarraban y los castigaban. Los muertos siempre han sido jóvenes. Una vez hicieron una mortandad en Caracolí y Sierra Morena, los trajeron en una camioneta, eran ocho muertos; luego en Santa Viviana, trajeron seis muertos. Entonces empezó a coger mala fama el barrio. Los muertos los traían de otro lado y los tiraban en el barrio”, le relató a Cardeño uno de los habitantes del sector.
Por estas historias, los sacerdotes de las iglesias que circundan la montaña donde está el árbol y los propios residentes propusieron cambiarle el nombre por el de Palo de la Vida, como dice Juan Carlos Amaya, alcalde de la localidad. Según Eduardo Herrera, uno de los participantes de la peregrinación de ayer, la propuesta la hicieron los padres hace unos cinco años en el tradicional Sermón de las Siete Palabras.
Lo cierto es que el Palo se ha convertido en un símbolo para los habitantes de esta zona, quienes incluso han pedido a los encargados de las canteras de explotación minera que lo conserven. Hay personas que guardan en su memoria el arraigo al árbol, como algunos de los estudiantes y profesores del Instituto Cerros del Sur, el primer colegio que se instaló en el sector, que recuerdan las clases que alguna vez hicieron a la sombra de sus ramas y la pista de atletismo que hace un tiempo funcionó ahí.
Los residentes también prefieren realizar la procesión hacia ese lugar, para instalar junto al tronco los cuadros y camándulas el Viernes Santo, y no en los santuarios tradicionales del Cerro de Monserrate o el 20 de Julio. Se estima que representa la tercera peregrinación más grande de la capital en este día. “Para los habitantes, es la representación de la muerte humana, así como el Viernes Santo significa la crucifixión y muerte de Jesús de Nazaret”, agrega Cardeño sobre el origen de la adoración.
“La mala fama lo perjudica, porque allí nunca ha pasado nada. Que lo dejen tranquilo porque él simplemente es el cuidandero de todo este morro y es el testigo de cosas que nunca revelará”, es uno de los testimonios que reposan en los archivos del Instituto Cerros del Sur. Estas representaciones, los recuerdos, el carácter místico y el valor que le han dado los vecinos del sector al famoso árbol, han motivado iniciativas para que se declare como bien de interés cultural, ya que en la localidad no hay ninguna denominación de este tipo. Por ahora, sigue siendo el atractivo de visitas en Semana Santa y en agosto, cuando los niños elevan cometas con sus familias.